Gorka Postigo quiere sentirse libre

20 / 11 / 2015
POR Pablo Gandía

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En la casa del fotógrafo Gorka Postigo todo está perfectamente diseñado: desde la luz que entra por los ventanales del salón, hasta los cuadros que cuelgan en todas y cada una de las paredes. Cualquiera podría pensar que se trata del escenario de una producción de moda, y nada más lejos de la realidad. En este loft, su dueño, vestido con pijama y acompañado por sus dos perros, ha proyectado gran parte de las fotografías que mensualmente observamos en las revistas de tendencias. Pero él, como era de esperar, le resta importancia. También intenta combatir la típica imagen romántica del fotógrafo de moda. “No olvidemos que esto no deja de ser un oficio, aunque muchos se empeñen en pensar lo contrario”. Quizás la culpa sea de la película Blow-Up, o tal vez de la banalización que generan las redes sociales día tras día. Mejor apostemos por lo segundo.

Gorka Postigo tampoco cree en ese pequeño contador que condiciona nuestras vidas. No le interesan los likes ni mucho menos el número de seguidores. Simplemente ha decidido librarse de la competición, del desasosiego por sentirse relevante. Y mientras prepara un café para iniciar esta entrevista, explica por qué concibe a sus modelos de una forma un tanto material. “Aunque suene extraño, un modelo no deja de ser un objeto que manejas para conseguir tu propósito en la imagen, ya sea una pose o una expresión. Eso sí, siempre debes moldearlo con delicadeza, educación y humanidad”.

¿Eres perfeccionista?

Sí, claro.

¿Piensas que tus fotos no son lo suficientemente buenas para ti?

Por supuesto. De hecho, así se aprende. Uno se hace fotógrafo equivocándose. Hay que hacer muy malas fotografías para llegar a hacer alguna buena algún día. Y sobre todo es fundamental tener la capacidad crítica de saber cuando haces una buena foto, y cuando haces una mala. A veces el cliente te encarga una mala foto y no tienes más remedio que hacerla. Debes saber lidiar con eso.

Entonces intentas superarte con cada trabajo.

Depende del trabajo, pero generalmente sí. Uno siempre intenta mejorar, aunque también es verdad que tenemos la tendencia natural de acomodarnos, y eso es un riesgo terrible en mi profesión. Al final, en la moda se repiten periódicamente las mismas imágenes una y otra vez. Desde hace dos décadas siempre estamos viendo lo mismo sobre las pasarelas, y cuando aparece algo nuevo es porque en realidad asistimos a una revisitación de lo que ya ha habido.

Pero también hay quienes entienden la moda como una industria que siempre se renueva.

Claro, la moda es un ejercicio constante de cambio y repetición. Y por eso la fórmula funciona, porque es lo que hace que justamente todo parezca nuevo.

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Siendo tan perfeccionista me sorprende que tengas tus fotos colgadas en casa. ¿No tiendes a verles los defectos? Sí, pero normalmente suelo cambiarlas cada cierto tiempo. También me he propuesto el ejercicio de convivir con mis imágenes, precisamente para analizarlas y entender qué quiero hacer cuando trato de ir hacia un discurso más personal, sin la petición de un cliente o de alguien externo.

Eso también te habrá ayudado a aceptarte a ti mismo. En gran parte sí. Antes, por ejemplo, convivía con una obra de Juergen Teller que tenía muchísima presencia en la casa. Era aquella famosa serie que él hizo de Luis XV con veintipico fotografías. Me encantaba la obra, pero llegó un momento en el que necesitaba saber qué pasaría si me rodeaba de mi propio trabajo.

¿Cómo te enfrentas a un retrato de alguien que no es ni modelo ni actor? Trato de engañarle entre comillas, de distraerle. Intento hablar con él de cualquier cosa para que se olvide de que estamos en una sesión. Y sobre todo, nunca le pido que haga nada, porque soy consciente del momento. Yo detesto que me hagan fotografías. Noto cómo pierdo el control de mi expresión, de mi cuerpo. Me enrarezco. Ahí sí que me da la sensación de que mis inseguridades y mis debilidades las está viendo todo el mundo. Es angustioso. Y quizá empatizo con eso. Incluso a los actores también les cuesta mucho, porque no tienen un guión al que aferrarse. No tienen un personaje detrás del que esconderse. Entonces trato de calmarles y, justo en el momento en el que estoy hablando con ellos y no miro por el visor, disparo.

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¿Cuán de importante es el aspecto sexual en tu trabajo?

Nunca me lo he planteado, pero supongo que sí es importante. Vivimos en una sociedad que está completamente sexualizada. Es un reclamo, y ya no solo publicitario o comercial. A todos nos provoca una reacción el sexo, en toda su complejidad. A veces se trata de una cuestión que tiene que ver puramente con el deseo, o a veces con la angustia. Hubo una época al principio de mi trabajo que estaba bastante influenciado por el ensayo de Georges Bataille, Las lágrimas de Eros. Él analizaba cómo estaba representada la sexualidad en el mundo del arte, pero siempre desde un punto de vista muy retorcido. Casi tenía que ver más con el sufrimiento por no poder conseguir el objeto de deseo, que por el propio placer de recrearse en él.

¿Qué parte del hombre te fascina más?

No lo sé, depende del objeto que esté fotografiando. No necesariamente tiene que ser un hombre, también puede ser una mujer. Si ahora tuviera que resolver alguna imagen, supongo que escogería un detalle sugerente. Pensaría más en una nuca que en un rostro. Pensaría más en un escorzo que en un plano frontal, en una torsión antes que en algo reposado. Yo creo que tiene que ver con la sugestión, con aquello que la imagen no te muestra directamente, pero que tú puedes construir a través de cualquier cosa que asoma.

¿Te has enamorado alguna vez de un modelo?

Nunca. Es más, siempre he guardado mucha distancia con los objetos que fotografío. Es una relación muy delicada. Procuro no molestar, sobre todo cuando pido un desnudo o una postura imposible. Intento ser muy rápido en la ejecución, porque creo que cuando alguien se cansa o está incómodo, se nota y la cosa deja de funcionar. Es muy importante la seguridad que le transmites a quien estás fotografiando. Y en este ámbito también entra el placer. Hay un ejercicio de vanidad en dos direcciones que tiene que fluir sea como sea. Si de repente se tuerce por algo, ya no hay foto.

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Cuando veo tu trabajo pienso que estás perdiendo grandes oportunidades en el exterior. ¿Por qué no te marchas?

Este es un tema muy recurrente en mi día a día. Siempre tengo esa idea de que el éxito está fuera y de que igual podría estar trabajando en supuestas mejores cabeceras, o en mejores equipos. Pero he elegido quedarme aquí y vivir en España. Creo que todavía queda mucho por hacer en este país. Tengo clientes en varias partes del mundo y viajo a menudo a París y a otras ciudades, pero al final supongo que no variaría mucho trabajar con mejores modelos o mejores revistas. No es lo que más me preocupa ahora mismo, la verdad. Lo que realmente quiero es desarrollar una vía paralela a mi trabajo comercial, que todavía estoy pensando en cómo enfocarla. Y para conseguirlo no necesito irme fuera.

Gorka Postigo reflexiona varios segundos sobre lo que acaba de decir. De inmediato se da cuenta de que sus palabras han sonado demasiado grandes, incluso para sus propios oídos. “No es algo definitivo, por supuesto. Aún estoy en un proceso de búsqueda. El problema es que me bloquea tener que depender de tantas personas. Es decir, que un agente te acepte, que ese agente te presente a otros clientes que apuesten por tu trabajo… Me costaría mucho empezar de cero otra vez. Es complicado. Siento que he empezado tarde a hacer fotos. En realidad solo llevo cinco años dedicándome profesionalmente a la fotografía”.

Nunca es tarde para volver a empezar de nuevo. Y si lo fuese, tú ya tienes un seguro de riesgo. Por cierto, ¿cuál es tu fotografía favorita?

No sabría decirte. Ahora mismo solo me obsesiona fotografiar a mis sobrinas (las hijas de Bimba Bosé). Y sobre todo a la pequeña. Es una especie de ciclo que está constantemente nutriéndose. Empecé con Bimba, crecí con ella y me formé observándola. Para mí ha sido fundamental. Luego nos hemos hecho amigos y ahora somos familia. He estado en el parto de sus hijas y he vivido con ellas. Me encanta fotografiar esa evolución.

 

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¿Qué tiene Bimba que la hace tan especial? Supongo que una honestidad y un carácter salvaje, casi animal. Una mezcla de fuerza y de fragilidad bastante fascinante.

La moda ha sido una estación pasajera para muchos de los grandes fotógrafos. La mayoría han terminado cansándose de su exigencia, de ese ritmo tan frenético y competitivo. ¿Puede que algún día tú también tires la toalla y renuncies? Bueno, no creo que llegue a renunciar. La moda es un oficio, y mientras me siga compensando económicamente, continuaré. Pero sí que tengo otros intereses que me gustaría alimentar. El problema es que esta profesión consume mucho tiempo. Cada temporada debes publicar en unas determinadas revistas y con unas ciertas marcas; siempre tienes que estar presente. Me encantaría poder parar durante un mes y dedicarme a mis proyectos personales, pero también me da un poco de vértigo. Esa decisión implica un valor que, confieso, todavía me falta. Quizá sea una cuestión de seguridad o de valentía.

 Si miras hacia atrás, a los cinco años de tu trayectoria, ¿tienes la sensación de que la fotografía te ha cambiado? Sí, claro. Me ha definido como persona. Uno puede venir de un lado o de otro, pero al final el trabajo es lo que te define. Y a partir de ahí te condiciona absolutamente toda tu vida. Tu realidad, tu entorno… y tu destino.

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Serie de fotografías de Gorka Postigo con sus sobrinas Dora y June