Ana López o cómo vestir al nuevo teatro español

06 / 11 / 2016
POR Pablo Gandía

Para la gran mayoría, el trabajo de esta figurinista madrileña se resume en un campamento de verano cristiano. Para muy pocos, en un ejercicio de moderación impecable.

 

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Ana López. Foto: Sergio Parra

 

Entra por la puerta con un vestido largo, chaqueta y bufanda, al más puro estilo homeless. Viéndola así nadie diría que todavía estamos en pleno octubre, pero su actitud preventiva recuerda que la temporada de encerrarse en los cines y teatros se estrenará en breves. Igual que su película La Llamada. Hace tres años, Ana diseñó el vestuario de una pequeña obra que iba a presentarse en el Teatro Lara, sin más pretensiones que las de hacer pasar un buen rato al espectador. Ni siquiera ella, licenciada en Psicología, era capaz de imaginar que un musical contemporáneo se convertiría, a los pocos meses, en una revolución cultural sin precedentes (por lo menos en España). Y todavía hoy le cuesta asimilarlo. “Hay fenómenos que se sobredimensionan de tal manera que acabas distanciándote, y al final los ves desde fuera y no entiendes nada de lo que está pasando”. Pero, en realidad, Ana prefiere dejarse llevar. Mientras tanto alterna las obras de teatro clásicas y actuales con el cine, y lo hace sin establecer ninguna separación. “Para mí es igual de serio el trabajo de los Javis (Calvo y Ambrossi) que el de Miguel del Arco. La forma con la que viven y se enfrentan a su profesión no difiere mucho”. Los problemas del escenario (o lo que algunos llaman los gajes del oficio) tampoco varían demasiado en función del género. Ya sea drama o comedia, lo más complicado casi siempre tiene que ver, según la figurinista, con contar a un personaje en una sola escena. “Cuando no hay un transcurso del tiempo y tampoco conoces el antes y el después. Ese es el verdadero reto del diseño”.

 

¿Qué puede llegar a decir el vestuario de una persona?

Mejor te plantearía qué es lo que ya no puede decir. Hoy en día la moda se ha vuelto mucho más accesible, por eso resulta complicado saber cuál es el estatus social de alguien por su forma de vestir. En otras épocas había determinadas prendas, incluso colores, que solo podía llevar la gente que pertenecía a una clase social concreta. Eso ya no existe; ahora tú puedes ver vestida a una señora de la calle Marcelo Usera con la misma ropa que otra del barrio Salamanca.

 

El otro día hablaba con un amigo de que la sociedad ya no se arregla tanto como antes, en gran medida porque se ha relajado, se ha vuelto más informal. ¿Tú qué opinas?

Pues fíjate, yo creo que nos esforzamos mucho en demostrar que no nos preocupamos por lo que llevamos puesto (risas). Pero ahora mismo la imagen tiene más relevancia que nunca, aunque solo sea como eso, como una manera de decir “no me importa”.

 

Hablemos ahora de ti. ¿Alguna vez has diseñado un vestuario que luego no funcionase ante el público?

Quizás ha habido elementos concretos que yo pensaba que iban a sugerir algo, y que al final no lo han hecho; pero más por el feedback que me pueda ofrecer alguien que vaya a ver la función, que por lo que yo sienta de verdad. Siempre he sido muy condescendiente conmigo misma y no valoro el trabajo por el resultado. Entonces, como no puedo abstraerme del proceso que he vivido para llegar hasta el final, siempre pienso: esto es lo que tenía que ser. No hay más.

 

Por lo que veo, no te castigas mucho.

¡Qué va! Estoy acordándome ahora de unas máscaras que hice para Hamlet. Las compramos en Estados Unidos y yo creía que funcionarían cojonudo, pero me equivoqué, porque para ajustarlas a la cara de cada actor tuvimos que cambiar las dimensiones, así que unas eran enormes y las otras demasiado pequeñas. Quedó fatal (risas). Lo que pasa es que después decidí dejar solo una máscara, que además llevaba Hamlet en un momento en que el resto de personajes le miraban, y él planteaba ese juego de lo que somos y de lo que intentamos representar. Fíjate, de un fallo surgió algo efectivo, y esto lo hablo mucho con la tintorera María Calderón. Ella siempre dice que de la necesidad nace la virtud.

 

Cuando alguien joven lee tu currículum, lo primero que le sorprende es que has formado parte de La Llamada. ¿Cómo llegaste allí?

Por el actor Tomás Pozzi. Él coincidió con Javier Calvo en un montaje de La Tristura. En ese momento los Javis ya estaban escribiendo La Llamada, así que le debieron preguntar por alguien que hiciera vestuario y Tomás les habló de mí. Cuando me enviaron el texto, me fascinó; jamás había leído una fricada de ese calibre.

 

Yo solo fui una vez a ver el musical, y mientras esperaba en la cola para recoger las entradas, me fijé en el cartel de Macarena García vestida como una virgen moderna. ¿Cómo transmitiste la religión cristiana sin que los actores pareciesen disfrazados?

Los Javis insistieron mucho en que las monjas, que es el único elemento religioso que tenemos en el vestuario, fueran muy reales. Entonces visité la casa de las religiosas, que es donde van a comprarse los hábitos y las batas de trabajo, y me asesoré. En esa época hablé con muchas monjas (risas). Y ahora, en la película, he ido con los chicos a un convento para volver a hacerles preguntas e intentar ser lo más fiel posible.

 

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Mientras hablas me están viniendo personajes a la cabeza, como por ejemplo el de Belén Cuesta, una aspirante a monja que se enamora de una adolescente. ¿Fue fácil solucionar tanta locura?

Bueno, eso tiene que ver más con los directores y las actrices. Pero mira, sácalo de contexto e imagínate a un cura que se enamora de un adolescente. ¿Menuda movida, verdad? Aunque para mí ni siquiera era eso. Para mí Milagros es una mujer que lleva toda su vida entregada a la religión, pensándose que iba a ser su sustento, y de repente se da cuenta de que tiene otros deseos, de que necesita otras cosas. Esto lo hablaba mucho con Olalla Hernández, que es la actriz que ahora está haciendo de Milagros, y ella me decía que su personaje no está enamorada de Susana. Simplemente es que se ha enfrentado a algo que llevaba en su interior todo el tiempo y que no había querido escuchar. Incluso el beso que le da al final a Susana, para mí tiene que ver más con un acto de amor hacia alguien que le ha abierto los ojos.

 

Y esa también puede ser la llamada.

Claro. Todos los personajes, de alguna manera, viven su propio despertar.

 

Este año habéis rodado la adaptación cinematográfica de la obra. ¿Ha habido cambios en el vestuario?

¡Bastantes! De hecho, cuando los chicos vieron las pruebas definitivas, Javi (Ambrossi) me dijo: “Ana, qué vértigo, ¿qué es esto? No tiene nada que ver con lo anterior”. De repente le entró una especie de crisis. Pero yo creo que el vestuario tampoco era tan diferente; para mí la esencia seguía siendo la misma, aunque obviamente hubo detalles que cambiamos a nivel de texturas y movimiento. Por ejemplo, los flecos de las chicas en la primera escena, como íbamos a rodarla de noche, prácticamente no se notaban, así que transformé los looks y les incluí lentejuelas.

 

Aclárame una duda. ¿Las figurinistas necesitan saber de moda?

Una figurinista debe saber cómo documentarse. Lo que yo sé de moda es por mi trabajo, porque en un momento dado he tenido que buscar referencias sobre esto o aquello. También ten en cuenta que casi todo lo que hago es vestuario actual, así que es importante saber lo que está pasando ahora. Y por interés, por una cruzada mía, siempre me ha gustado colaborar con otros diseñadores españoles. Cuando pienso en el cine de los años 50, y en el teatro de los años 20, los asocio a determinados nombres de la moda, y eso se ha diluido hoy. Ocurrió con las películas de Almodóvar, porque él también tuvo ese gusto por hablar de su momento. No creo que tenga que ver ni siquiera con utilizar una firma u otra, sino más bien con reflejar lo que está pasando en el mundo. Y a mí eso me interesa muchísimo. Me interesaba con Veraneantes, que fue lo primero que hice con Miguel del Arco. Envié un dossier a ACME que al final no prosperó, porque el teatro no interesa demasiado en España. En aquella propuesta yo había elegido a varios diseñadores que estaban definiendo con sus colecciones a cada uno de los personajes de Veraneantes.

 

Ana, imagino que el 2017 será un año decisivo para ti. ¿Qué planes tienes en mente?

Después de la experiencia en La Llamada me gustaría volver a hacer cine. Hay un director con el que he trabajado mucho, que se llama Pedro Martín-Calero. Él lleva bastante tiempo currando en Londres y en Barcelona, y para mí es como el Romain Gavras español. Esto no se lo he dicho nunca, aunque realmente lo siento así. Ahora Pedro y yo nos hemos distanciado mucho, pero ojala podamos hacer algo juntos de nuevo. ¡Sería increíble!

 

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Pedro Martín-Calero. Videoclip Feel Safe, de All We Are
 
www.analopezcobos.com