Autoras que no pudieron publicar con su nombre

29 / 10 / 2021
POR Alicia Medina

Para escribir con libertad y llamar la atención de editoriales, las mujeres se han visto obligadas a publicar con seudónimo masculino durante siglos. Nada que ver con Carmen Mola.

Las hermanas Brontë retratadas por su hermano, Branwell

Durante demasiado tiempo, esconderse detrás de un seudónimo fue la única opción que tuvieron las mujeres para publicar sus libros. De esta forma, recibían la atención de editoriales y de lectores, y podían escribir sobre temas vedados a su género, como la sexualidad o la violencia. Si sus libros tenían éxito, era posible que llegaran a reclamar la autoría, pero con ello se arriesgaban a perder al público masculino, que no suele leer a escritoras, y a ser criticadas o tachadas de indecentes; el precio por salirse de la norma podía ser acabar en la indigencia o en instituciones mentales. 

Hoy en día podría parecer que las cosas han cambiado, pero que no os engañe el feminiwashing: ellos siguen publicando el doble y se llevan a la mayor parte de los lectores, y no contentos con eso,  también quieren aprovechar la poca relevancia que pueda conseguir una mujer en un género acaparado por señores. 

Por ello, nunca es un mal momento para recordar a todas las escritoras que, a pesar de las dificultades y sin obtener el reconocimiento que merecían, decidieron apostar por su pasión y cedernos su legado. No están todas las que son, pero ahí va un pequeño homenaje hacia ellas. 

Louisa May Alcott

Como A.M. Barnad, Louisa May Alcott (1832-1888) publicó las obras que realmente le interesaban: más oscuras y con influencias del romanticismo, con una gran libertad estética y una mayor subjetividad. 

Alcott había recibido una educación liberal, incluso llegó a vivir con su familia en una comuna trascendentalista y vegana, fue sufragista y siempre defendió los derechos de las mujeres, sin embargo, era consciente de que solo como hombre podía escribir sobre temas como la seducción, la venganza o el adulterio. 

Fueron los problemas económicos de la familia los que la llevaron a crear Mujercitas, una novela de formación dirigida a jovencitas, uno de esos temas «femeninos» sobre los que era aceptable que escribieran las mujeres. 

Pero igual que A.M. Barnad escondía a una autora interesada en que las mujeres fueran dueñas de sus propios destinos, tras la etiqueta de «sentimental» o «novela para chicas», Mujercitas transmitió ideas de liberación y rebeldía a varias generaciones de mujeres, un ejemplo de los subterfugios a los que han tenido que recurrir las escritoras para poder expresar sus opiniones. 

Alcott nunca reveló su vida paralela como escritor de novela gótica y romántica, y la verdad no salió a la luz hasta 1942, cuando la historiadora Leona Rostenberg resolvió el misterio al investigar la correspondencia de la autora con su editor. 

 

Las hermanas Brontë

Hermanas Brontë: Charlotte (1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849)

Por suerte, hoy en día los nombres de Currer, Ellis y Acton Bell no nos dicen demasiado, pues las obras de las hermanas Brontë –Charlotte, Emily y Anne– han trascendido sin los seudónimos con los que fueron publicadas originalmente. 

Y es que, aunque cueste creerlo, Cumbres borrascosas, Jane Eyre y Agnes Grey fueron aceptadas en el siglo XIX como obras escritas por hombres, a pesar de la complejidad de sus personajes femeninos y del incipiente feminismo que se observa en ellas, con críticas a la violencia machista o a la falta de independencia de las mujeres. 

Las hermanas Brontë lo tenían claro: un matrimonio que cortara sus aspiraciones artísticas no era una opción. Pero sin el recurso de casarse, la única alternativa para mantenerse económicamente a su alcance era ser institutrices, labor que desempeñaron sin demasiado gusto. 

Pero un talento como el suyo no podía desperdiciarse y si debían recurrir a un nombre masculino para acceder al mercado editorial, que así fuera; solo una vez alcanzado el éxito, desvelaron su verdadero nombre y, aún entonces, lo hicieron exponiéndose a las críticas por atreverse a tratar temas que iban más allá de los típicamente masculinos. Así, por ejemplo, Charlotte Brontë fue acusada de abocar a una generación de mujeres a la ordinariez y a la violencia con su obra Jane Eyre

A pesar de ello, el éxito aseguró que las hermanas pudieran vivir de sus escritos y si la muerte no hubiera llegado a ellas tan prematuramente, cabe pensar que su obra habría sido más extensa. 

 

Jane Austen

Decía Virginia Woolf que «En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer», ya que otra forma de invisibilizar a las autoras ha sido publicar sus obras como anónimas, lo que equivalía a decir que habían sido escritas por hombres, porque a nadie se le pasaría por la cabeza pensar que El lazarillo de Tormes o Las mil y una noches fueron escritos por mujeres, ¿verdad?

Nunca sabremos quién había detrás de muchos de esos anónimos, pero uno que sí conocemos es el de Jane Austen (1775-1817), que firmó sus primeras novelas como «A lady», para evitar la oposición de su familia, que estaba a favor de que Jane inventara relatos para entretener a sus sobrinos, pero no de que su «afición» fuera de dominio público. 

Permanecer en el anonimato, alejó a Jane Austen de los círculos literarios y contribuyó a que su obra fuera desprestigiada. A pesar de ello, Orgullo y prejuicio alcanzó un gran éxito y Austen desveló su autoría con la publicación de su siguiente novela, Mansfield Park, que también enamoró al gran público. 

Jane Austen tuvo una carrera como novelista sólida y reconocida, pero nunca consiguió la aprobación de su familia, que ni siquiera pudo reconocer su trabajo en el epitafio de su tumba en Winchester tras su temprana muerte. 

 

Colette

Otras veces el seudónimo no es tal y es el marido de la escritora el que directamente asume la autoría y el prestigio. Ejemplos hay muchos, y todos los que nunca sabremos, pero uno muy destacado es el de Colette (1873-1954).

La escritora, siendo aún una adolescente, se casó con el escritor Henry Gauthier-Villars, apodado Willy, quince años mayor que ella. La joven Colette cayó enamorada de ese hombre culto y refinado que le abría las puertas a un mundo nuevo, pero su talento resultó ser ficticio, ya que Willy empleaba a un equipo de «escritores fantasmas» para sus novelas, al que se acabaría sumando Colette. 

Así, la saga de gran éxito Claudine, que narra la infancia, juventud y despertar sexual de la autora, llevó la firma de Willy, con lo que Colette nunca recibió remuneración económica de los libros, ni si quiera una vez divorciada de su marido, pues pasarían décadas hasta que se reconociese que ella era la autora.