Siendo uno de los sectores que más problemas sociales y ambientales genera, la moda utiliza unas rutas comerciales idénticas a los itinerarios coloniales instaurados en el siglo XVI.
Mujeres trabajando en una fábrica de ropa en Dhaka, Bangladesh, el 7 de mayo de 2020. (Xinhua/Str)
Seis meses después de que la Covid-19 llegase a nuestro país, la economía mundial está en jaque y cientos de industrias se han visto tremendamente afectadas. La moda ha sido una de las perjudicadas, llegando a ser necesario un nuevo planteamiento del sector. Y es que, este escenario ha servido para evidenciar, todavía más, que la textil es una de las industrias que más problemas sociales y ambientales genera. El abuso hacia los trabajadores, la explotación de los recursos naturales y la contaminación ha llegado hasta tal punto que el planeta ha dicho basta. Como consecuencia, algunas grandes marcas se han negado a pagar a sus trabajadores -que de normal ya se ven afectados por sus malas condiciones de trabajo y bajos salarios-, muchas pequeñas y medianas empresas se han visto obligadas a cerrar sus puertas e, incluso, declararse en quiebra, mientras que la gran mayoría ha tenido que recortar cientos de puestos de trabajo.
Trabajadoras caminando por una calle que conduce a una fábrica de ropa en Dhaka. (Xinhua/Str)
Trabajadoras antes de entrar a la fábrica de ropa en Dhaka. (Xinhua/Str)
Según el New York Times, más del 60 por ciento del personal corporativo y minorista de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia ha sido despedido a consecuencia de la pandemia. Y no debemos olvidar que numerosas marcas no han podido hacer frente al pago de facturas por la escasa existencia de ventas. Así, una situación como esta aclara que, cuando los sistemas capitalistas y opresivos colapsan, los sistemas sostenibles son los únicos que pueden arrojar una salida. Y es que, los métodos comerciales implementados en la industria, han sido siempre inestables y, en muchas ocasiones, inhumanos. Prueba de ello es la acusación que hacía el diario The Sunday Times a Boohoo por pagar a los trabajadores de sus fábricas menos de 4 euros por hora. Y no solo eso, también han sido obligados a trabajar durante la pandemia, expuestos al virus y corriendo el riesgo de contagiarse.
Pero este es solo un ejemplo más de las condiciones injustas e inseguras que los trabajadores deben hacer frente en la industria de la moda, especialmente cuando hablamos de fast fashion. Desde sus orígenes, este sector se ha aprovechado de los países más susceptibles, explotando sus recursos materiales y su mano de obra. Algo así solo confirma que, aunque pueda parecer impactante, la esclavitud siempre ha formado parte del mundo moderno.
Trabajadoras pasando bajo un túnel desinfectante antes de entrar a la fábrica. (Xinhua/Str)
Trabajadoras lavando sus manos antes de entrar a trabajar. (Xinhua/Str)
Tal y como informó Fashionista en 2018, “el informe de 2018 del Índice Global de Esclavitud, publicado por la Fundación Walk Free, establece que los países del G20 importan 127,7 mil millones de dólares (108,02 mil millones de euros) en prendas que corren el riesgo de incluir la esclavitud moderna en su cadena de suministro”. Representando este grupo de naciones el 80 por ciento del comercio mundial, se confirma así que el fast fashion está intrínsecamente ligado al colonialismo. Además, es una prueba más de que la moda utiliza unas rutas comerciales idénticas a los itinerarios coloniales creados en el siglo XVI. Algo que explica por qué esta industria es una de las que genera mayor impacto en la problemática social y medioambiental.
Desinfectando la fábrica de ropa en Dhaka, Bangladesh.(Xinhua/Str)
Comprobando la temperatura de una de las trabajadoras de la fábrica. (Xinhua/Str)
En 2017, la Fundación Ellen Macarthur reveló que, cada segundo, se tira a vertederos o se quema el equivalente a un camión de basura de textiles, mientras que cada año se pierden aproximadamente 500 mil millones de dólares (422,62 mil millones de euros) debido a la ropa que apenas se usa y rara vez se recicla. Para cambiar esta realidad, no basta con ser más conscientes a la hora de consumir, aunque es necesario, ya que reduce las emisiones de carbono, no resuelve los sistemas de opresión. Si de verdad queremos acabar con el colonialismo en moda debemos transformar el sistema. Y, aunque no es suficiente, la transparencia es el primer paso para reformar una industria basada en los valores imperialistas y la explotación. Por ello, se deben abordar estos problemas a escala global e involucrando otras industrias y legislaturas que ayuden a configurar un nuevo sistema. Quizás ahora, tras la crisis de la Covid-19, sea el momento de llevar a cabo un cambio real de la industria.
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