Aunque la definición que se le da a este término en la actualidad es mayormente materialista, su significado esencial tiene connotaciones divinas.
‘La Pia de Tolomei’, Dante Gabriel Rossetti, 1868
En un reciente estudio, la firma de servicios profesionales Deloitte revelaba que la economía creativa generará más de 8 millones de nuevos empleos en 2030, en nueve grandes economías del mundo, entre ellas España. Este escenario ha propiciado la apertura en Madrid de la primera universidad de España que forma emprendedores en el ámbito de las industrias creativas, con sede en Elisava Acid House, un centro situado en el barrio de Legazpi y fundado por la Facultad de Diseño e Ingeniería Elisava y la agencia creativa Folch, quienes en 2020 abrieron la primera sede del proyecto en el barrio de Poblenou, en Barcelona. Esto confirma algo que ya se venía diciendo desde 1994, año en el que el gobierno laborista de Paul Keating puso en marcha el proyecto Creative Nation para impulsar la industria cultural en Australia; la creatividad es el nuevo valor en alza de la economía.
Si bien los australianos fueron los primeros en ver que la cultura genera riqueza y puestos de trabajo, con el valor añadido de la creatividad, fue en el Reino Unido donde las políticas culturales tuvieron un mayor impulso, gracias a las propuestas del secretario de cultura laborista Chris Smith. Poco después, el autor y profesor inglés John Howkins acuñaría el término «economía creativa» en su libro The Creative Economy: How People Make Money from Ideas (Penguin Global, 2001). Gracias a sus años de experiencia en el área de negocio de grandes empresas del sector cinematográfico y audiovisual como HBO o Time Warner, Howkins había observado que la creatividad era la fuente definitiva de la nueva economía. Dejando a un lado las finanzas, ¿cómo ha llegado esta palabra a tener tanta presencia en la actualidad?
Antes de que la creatividad llegase al mundo de la empresa, como concepto ha pasado por diferentes estadios, dependiendo del lugar y el periodo histórico, aunque en occidente, desde la antigüedad, su significado ha estado relacionado con el arte y ha basculado entre las dos mismas cuestiones. La primera, la que compara la inventiva y la imaginación con la acción de crear, y la segunda, la que duda sobre la capacidad del hombre de producir algo de la nada. Este debate comienza en Grecia con las palabras techne (técnica) y poiesis (hacer). Para los griegos, todos los oficios que asociamos hoy en día con el arte eran algo meramente técnico. El poeta era el único que creaba, el resto solo imitaba lo que ya existía en la naturaleza. Lo que hoy llamamos expresión artística, según Cicerón, solo puede abarcar lo conocido, de ahí que esté condicionada por una serie de normas preestablecidas.
‘El sueño de la razón produce monstruos’, Francisco de Goya, 1799
Los romanos, por el contrario, sí le otorgaron la capacidad de inventar e imaginar a todos los artistas por igual, idea que posteriormente se fue recuperando a partir del Renacimiento y se consolidaría durante el Romanticismo. También introdujeron el término creare (producir, engendrar), proveniente de la raíz proto indoeuropea *ker-3, que significa crecer, como equivalente de poiesis. Ahora bien, ¿es posible que algo «crezca» del vacío, de la inexistencia, entendiendo esa inexistencia como nuestro pensamiento? Los verbos inventar e imaginar en un principio no hacían referencia a ello. Procedentes ambos del latín (invenire e imaginari, respectivamente), el primero originalmente significaba descubrir o encontrar, y el segundo formar imágenes a partir del pensamiento. En cualquiera de los dos casos es necesario un conocimiento previo de algo.
La idea de la nada como origen fue una aportación de los judíos helenísticos, quienes en la Biblia de los Setenta tradujeron la palabra hebrea baráh (dar forma), con el término griego epoíesen (producir, crear). De ahí la famosa frase creatio ex nihilo (creación a partir de la nada) que podemos leer en el libro de El Génesis. Esta traducción no solo marcaría la cosmovisión de la Edad Media, donde la vida del hombre estaba supeditada a la interpretación de las escrituras, también el significado actual. De igual modo, afianzaría el carácter poderosamente divino que otorga esta facultad. Tiempo después, los artistas reclamarían esta capacidad especial como algo exclusivo del arte y, ya en el siglo XX, el término empezó a democratizarse, llegando a los científicos y al resto de mortales. La confusión sobre el origen, no obstante, sigue presente, a pesar de que el mito de la Creación parece encontrarse implícito en cada significado.
‘Erato Muse Of Poetry’, Edward John Poynter, 1870
Crear, entonces, se podría resignificar como ordenar o poner en orden, en lugar de asociarlo con hacer o producir. Esto explicaría el porqué vemos la expresión artística como algo beneficioso. Como decía Tomás de Aquino, «el arte es el recto ordenamiento de la razón». No en balde, ambas palabras (arte y orden) provienen de ar-, raíz indoeuropea que significa ajustar. Pero la realidad es que actualmente, la capacidad creativa de la mente sigue confundiéndose con la imaginación, e imaginar es pensar, como bien dice el filósofo y escritor Juan Arnau en Historia de la imaginación (Espasa-Calpe, 2020). Dicho esto, ¿puede el pensamiento ordenarse a sí mismo o ese orden viene de otro plano? Si estamos atentos, podremos ver que la creatividad está por encima del frenético movimiento del pensamiento, de ahí su poder sanador.
‘Flora’, Evelyn de Morgan, 1894
Volviendo al concepto desarrollado por John Howkins, la economía creativa tiene el potencial de convertirse en ese factor ordenante que necesita la sociedad, especialmente si hace honor a su palabra estrella. Pero para que la creatividad pueda aflorar, primero debemos dar fin a lo conocido, como nos enseña la filosofía Vedānta, nombre sánscrito que literalmente significa «el fin del conocimiento». De momento, buena parte de los sectores de esta industria siguen anclados en hábitos, actividades y sistemas de pensamiento tremendamente perniciosos para la salud individual y colectiva, como ya vimos en el artículo «Sexo, drogas y rock». Aunque desde la honestidad, todo cambio es posible. Veamos si en el futuro, la economía creativa genera algo más que dinero. Mantengámonos optimistas.
‘Retrato de Urania’, Escuela Británica del siglo XIX
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Si quieres unirte a esta conversación, te recomendamos escuchar el quinto episodio de The Art of Living en Spotify, un pódcast presentado y dirigido por Mirena Ossorno.