Elizabeth Duval: “Toda mi literatura va dirigida a las chicas; a seducirlas, a coquetear”

28 / 04 / 2020
POR Jaime Martínez

La joven escritora trans nos presenta “Reina”, su primera novela. Hablamos con ella de literatura, feminismo y conflictos de clase.

Tras la publicación de su último poemario, Excepción (Letraversal, 2020), Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, Madrid, 2000) desembarca en el género narrativo con Reina (Caballo de Troya, 2020). Una novela de autoficción en la que aprovecha para desgranar parte de las experiencias atesoradas durante sus años como estudiante de Filosofía y Filología francesa en La Sorbona de París. “No es una autobiografía”, insiste en remarcar la autora a lo largo de esta entrevista. Conversación de la que igualmente se sirve para subrayar lo lejos que se encuentra en estos momentos su vida de su pasada época como activista e imagen del colectivo trans en España. Sobre literatura, conflictos de clase, feminismo, de la brecha generacional, de su faceta como figura pública y de todo cuanto encierra Reina entre sus páginas, conversamos con ella.

¿De qué trata Reina?

Mi opinión, que no es la misma que mantenía hace una semana, es que Reina es una novela de iniciación. De iniciación a la escritura novelística y a esa transformación de la materia vital en texto y narrativa; con la pertinente separación que eso conlleva entre la propia vida y el texto, pero sin rechazar ninguna de las dos partes. En resumen, una exploración hacia la autoficción y un intento por poner en tensión los propios postulados del género surgidos de ese curioso pacto narrativo.

¿Y cómo ha resultado este ejercicio de crear tu primera novela?

No sé qué habrá pensado la crítica, puesto que la novela ha salido en un momento complicado y todavía no he podido leer las opiniones especializadas, pero lo cierto es que ha sido un experimento divertido… Sé que ha llegado a personas que la han disfrutado mucho, y he cumplido con aquello que me había marcado; por lo que ya no siento la necesidad de hacer más autoficción. No diré que nunca más, pero sí al menos durante un tiempo.

¿Qué es lo que más temías a la hora de publicarla?

No es una autobiografía, así que supongo que el que la gente la interprete como unos diarios sinceros o como una autobiografía plena. También el que pudieran exagerarse aspectos que en el texto son secundarios, como la cuestión trans, o que mi personaje primase por encima de la propia novela. Que se me adjudicase más valor a mí que al texto. Esto era lo que quería desactivar, pero con lo que al fin y al cabo he tenido que aprender a jugar.

¿A quién va dirigida la novela y en qué consiste exactamente esa relación que buscas establecer con el lector?

Confieso que a mí se me da fatal pensar en el público… evidentemente tengo esa conciencia de que yo no soy el lector y que este no comparte mis neurosis, pero la estructura narrativa que planteo no va dirigida a una figura genérica de unas características particulares. Por ello supongo que si algo no es Reina es carne de best-seller, en el sentido en el que aspire a esa comercialización en masa. Aquí no hay marketing. Y lo máximo que puedo decir sobre esa relación es que he escrito Reina como una estrategia de seducción; estableciendo entre narradora y lectora una relación que podríamos calificar como de deseo o de amor.

A muchos les llamará precisamente la atención ese cambio del término masculino inclusivo de “lector” por el femenino de “lectora”. ¿Eres de quienes sostienen que las palabras tienen género o sexo?

Claro está que las palabras tienen género gramatical, esto es innegable. No pueden tener sexo, puesto que el sexo no es una cuestión lingüística y el género sí. En cuanto a ese cambio, lo provoco con la firme intención de querer poner al lector masculino en una posición incómoda a la que no está acostumbrado. Llevarlo a ese lugar habitualmente ocupado por la mujer, desde el que por otro lado busco explicitar que el masculino genérico sigue siendo masculino, además del hecho de que su presencia me imposibilitaría manifestar el deseo de la narradora; que es un deseo lésbico.

¿Planteas entonces Reina como un instrumento de flirteo?

Claro. Toda mi literatura va dirigida a las chicas; a seducirlas, a coquetear. Eso es lo que me decía la poeta Sara Torres en un comentario de Instagram, y eso es lo divertido.

Como mencionabas, sitúas al libro dentro del género de la “autoficción”. ¿En qué consiste exactamente y por qué responde a esta clasificación?

En términos aristotélicos, la autoficción trata de situar hechos de la vida propia como parte de una narrativa de consecuencialidad, en la que unos eventos siguen a otros a partir de unas reglas de causa y efecto propias de la narrativa y no de la vida, o de los faits divers. El libro se dedica, llanamente, a explorar cómo funciona eso; a tratar sobre el aburrimiento que aparece cuando no se puede lograr esa consecuencialidad, o cuan tramposa puede resultar esa instrumentación narrativa de los hechos reales.

¿Y cómo es la Elizabeth Duval que vamos a poder descubrir entre sus páginas, y en qué se distingue de esta otra Elizabeth Duval del mundo real?

Creo que yo soy mucho más neurótica de lo que deja entrever la voz de la narradora de la novela… y eso ya es decir (risas). Tampoco soy esa joven e insaciable que parece protagonizar la novela. Pero yo, mi “yo” presente, no puede reconocerse en lo que está escrito en Reina. Yo ya no estoy ahí, ya no ocupo ese lugar. Por eso no creo que la novela ayude a conocerme de verdad, al igual que tampoco lo hacen mi cuenta de Twitter o de Instagram. Aunque dejen algunas pistas, hay muchas cosas que se pierden por el camino.

El recurrir a ubicarla en ese terrero tan engañoso como lo es el de la “autoficción” podría resultar en tu caso en un truco tan astuto como peligroso. ¿Intentas en parte con ello protegerte de unas críticas que podrían censurar el que una mujer tan joven como tú se lance a escribir un relato autobiográfico? Como una manera de decir, “no te preocupes, no me juzgues, todo era una broma”.

Es que en realidad yo tampoco creo que haya una justificación posible a que una mujer tan joven como yo se lanzase a escribir un relato autobiográfico. Mi vida no es tan interesante, o al menos no lo era, por lo que habría resultado en una narración más sobre el aburrimiento que sobre otra cosa. Algo con lo que precisamente juega la novela entre sus primeras páginas, hablando del ennui de manera recurrente. Pero no, Reina no es una autobiografía al uso, porque no puede serlo, ni tampoco una broma. De hecho es un texto profundamente autoconsciente. Diría que si acaso es un juego. Los juegos me parecen más divertidos e interesantes.

¿Te ha permitido esa misma “autoficción” analizar tu propia realidad desde una perspectiva más distante, brindándote en cierto modo de un escudo tras el que poder verter opiniones y expresar, y también afrontar, tus propios sentimientos de una manera más libre?

El situarme tras la perspectiva de afrontar mi propia vida desde una posición narrativa me ha obsesionado, y martirizado, más que otra cosa. Pero sí, también creo que he podido sacar cosas positivas y que me ha permitido poder conocerme mejor. En cuanto a la libertad de verter mis opiniones o expresar mis sentimientos, no tengo problemas al hacerlo. De hecho creo que lo hago en otros espacios mucho más que a través de la ficción. Quizás una novela al uso, que es lo que ahora me interesa, sí que podría servirme más como ese escudo, al permitirme la oportunidad de poder dar voz a distintas partes de mí para que dialoguen entre ellas. Pero eso no puedo lograrlo con la autoficción ni en Reina, donde todos los personajes, salvo Elizabeth, se mantienen como secundarios.

La imagen de esa Elizabeth Duval que veremos en la novela, hipersexual, fumadora empedernida, centro de miradas y de coqueteos, ¿es reflejo de la realidad, de una crítica, de una fantasía inconfesable o de un ejercicio de reafirmación de tu propio “yo”? ¿Tratas de algún modo de construirte a través de este relato?

¡Qué divertido, yo nunca habría descrito así la imagen! ¿Hipersexual? Las anécdotas de las que se pueden sacar esas conclusiones pueden ser más o menos ciertas… pero me hace mucha gracia el filtro de la pregunta (risas). Supongo que sí que hay una cierta construcción, en el sentido de que se añaden dimensiones al personaje mediático de Elizabeth Duval. Pero luego también hay componentes de verdad pura, porque fumadora soy. Y menos mal que en la novela no me dedico a enumerar cada vez que me enciendo un cigarro… sería un libro insoportable.

Profundizando en una de esas “dimensiones”, son una constante en el libro tus referencias a cómo tu faceta de escritora te predispone a la hora de enfrentarte a la vida. A, y cito, “preparar las cosas para ser narradas”. ¿Hasta qué extremo ha llegado a acondicionarte esa “dramatización” de tu propia realidad?

Ahora que he salido de esa perspectiva me resulta bastante difícil de analizar, pero creo que precisamente por haber tenido presente esa “perspectiva de narrarlas” he podido vivir algunas cosas de una manera mucho más intensa. Dicho esto, también apunto que me resulta mucho más satisfactorio vivir sin más. Vivir sin tener que contarlo en un libro. Mi vida ahora, fuera ya de ese dispositivo narrativo, me gusta mucho más y me aporta más cosas. Me siento más libre una vez que he logrado desprenderme de esa imposición, de la que en Reina también han quedado fuera momentos duros y momentos hermosos. Todo un terreno que sólo me pertenece a mí.

¿Puede resultar que esa “preparación” de los acontecimientos no sea más que otra herramienta tras la que intentas protegerte ante la imprevisibilidad que acompaña a lo desconocido? Una manera de guionizar por adelantado lo que está por venir, intentando con ello prepararte para cualquier sobresalto.

Pero eso es algo que hacemos de una forma casi inevitable, ¿no? No sé el resto, pero yo al menos ensayo en mi cabeza cada nueva posibilidad que se me abre; conversaciones, actuaciones, cómo se van a ir desarrollando las cosas, qué voy a hacer… No soy una persona muy improvisadora, y en ese sentido es cierto que siempre intento ir por delante de los acontecimientos, quiera narrarlos o no. Soy muy neurótica y necesito que las cosas sigan una lógica, un esquema. Tener la situación dominada. Supongo que debido a que ese mecanismo de protección que mencionas existe y está ahí.

También podríamos afrontar esa selección de hechos “para ser narrados” desde una perspectiva más narcisista. ¿No actúa también esa conducta cómo un tamiz con el que se trata de filtrar lo que es y no es digno de pasar a formar parte de esa vida?

Y no solo a formar parte de esa vida, sino de la imagen que se busca dar de ella, seleccionando lo que se entiende que puede ser digno o no de ser novelizado. Todo aquello que pueda contribuir a construir la narrativa o la ficción. Eso nos conduce hasta ese componente narcisista que contemplaría todo ejercicio de escritura, algo sobre lo que tendremos que lidiar, y de lo que precisamente trato hacia la última parte del libro; cuando casi pido perdón por estar utilizando a ciertas personas como recursos narrativos. Ese no me parece un mecanismo sano a nivel relacional, y por eso me siento mucho más cómoda ahora, fuera de él.

Siguiendo con esa premisa, ¿en qué se distinguiría esa vida armada a partir de esa “realidad guionizada” que empleas para tu autoficción, de las imágenes de cualquier cuenta de Instagram? ¿No denota un excesivo interés por vivir de cara a la galería?

Llega un momento, como personalidad pública, sobre todo, en el que tienes que aprender la importancia de diferenciar entre lo que vives de verdad y lo que muestras de tu vida. Entre aquello que vives para ti y lo que enseñas, que es bien distinto y donde sí hay marketing; diría que casi instinto de publicista. Habrá cosas en común, pero hay que intentar ponerlas en su justo equilibrio. En cuanto a las diferencias, cualquier cuenta de Instagram se muestra mucho menos cuidada que una autoficción. Tiene más huecos, más brechas a partir de las que poder entrever la realidad. Además de que no permite acceder al monólogo interior, lo cual no sé si ayuda a reflejar más o menos sinceridad, pero sí hace que esa manera de relacionarse se parezca más a cómo tú puedes encontrarte o comunicarte con la gente en la vida real. Tomando mi propio perfil como ejemplo, en él tengo una colección de stories con una coronita que abarcan todo el período recogido en Reina, y a través de ellas se puede ver de forma bastante clara lo distintos que son ambos formatos; en los que de hecho me expongo mucho más en las stories.

Analizando ahora parte del contenido de la novela, a lo largo de sus páginas descubriremos desde las reflexiones sobre feminismo a los aspectos más íntimos de la sexualidad, las impresiones sobre literatura o los idearios contestatarios sobre política de “esa” Elizabeth Duval. Empezando por esto último, atenderemos a opiniones a cerca del marxismo o del estalinismo y de los movimientos izquierdistas y estudiantiles en Francia. Exactamente ¿en qué difieren el “neo” marxismo y el estalinismo y hacia qué corriente te inclinas?

Neomarximos hay muchos, corrientes marxistas hay mil millones y el estalinismo es una variante con una ubicación histórica muy concreta. No me gusta definirme a partir de “-ismos”, así que lo único que señalaría es que hay una parte de mi análisis que sería marxiano, y que igualmente a mí se me podría considerar como marxiana; aunque me pregunto quién no es en parte marxiano después de Marx… También yo misma me cuestiono hacia qué corriente me inclino. Apuntaría a que no hacia una dentro del marxismo clásico o del marxismo heterodoxo. Supongo que soy más aceleracionista e izquierda lacaniana que otra cosa. Mete eso donde quieras, en el posmarxismo o donde fuere.

La problemática de los Chalecos Amarillos que sacude Francia desde 2018 también la encontraremos muy presente en el libro, como uno de esos hilos que nos van acompañando a lo largo de todo el relato. ¿Hablamos de un movimiento de protesta tan transversal como se tiende a percibir desde España?

Sí, desde luego. Lo he analizado en varias ocasiones, y es precisamente esa transversalidad, que también se podía observar en las primeras fases del 15M, lo que ha permitido que se genere un movimiento de tal magnitud. Y también lo que al final ha provocado que fracasen los intentos de apropiación por parte de los partidos políticos, ya mucho más definidos ideológicamente, de cualquiera de estos dos movimientos.

¿Y cómo se llevan estudiando desde La Sorbona de París todos estos conflictos de clase?

Al menos yo sí tengo presentes estos conflictos, y, aunque no venga de cuna burguesa o rica, concibo mi actual posición como la de una privilegiada. Muchos militantes, sin embargo, aun viniendo de esa cuna y de familias donde abundan las profesiones liberales, no sienten esos mismos conflictos; y a pesar de ello se creen tan obreros como el que más. No voy a ser yo quien les quite la ilusión. Para entenderlo nos serviría aquello a lo que apunta Lacan en “Función y campo del habla y del lenguaje en el psicoanálisis”, de que primero uno se reconoce como algo, y luego actúa en base a ese mismo reconocimiento que se ha dado. Te reconoces como obrero, y luego actúas en función de ello, en un sentido u otro, más allá de la condición económica a la que realmente pertenezcas. En mi caso soy solo una teórica, así que tampoco intento reconocerme como nada porque con ello solo lograría ensuciar mi discurso.

Tus relaciones íntimas son otra de las constantes de la novela, en la que en un determinado momento lamentas tanto enamorarte de personas complejas, como de la decepción que recibes al descubrir que no lo son. ¿No denota esto una cierta contradicción? ¿Ya sabe Elizabeth Duval qué busca en una relación íntima?

En poco cumpliré medio año en una relación de pareja, así que podemos decir que sí (risas). El deseo siempre es una negociación. Creo que el amor tiene que ser capaz de generar un cambio profundo, iniciar una transformación y un cierto maravillarse ante el que ir descubriendo, a partir de esos intercambios diarios o de la propia cotidianeidad, más complejidades y facetas en la persona de la que estás enamorada.

Como parte de tu identidad que es, asistiremos a pasajes especialmente intimistas en los que narras lo difícil, y solitario, que puede resultar transitar por ese camino de cambio como mujer trans. Desde tu propia experiencia, ¿qué consejo le darías a aquellas personas que continúan sintiendo miedo a dar ese paso?

Que se rodeen de gente. Que busquen comunidad y que creen lazos para poder pasar por ello acompañados. Eso es lo más importante, sobre todo en un primer momento. Yo lo hice, y por ello precisamente ya no lo necesito, y sigo muy agradecida a cada una de esas personas que me acompañaron. A partir de ahí las cosas solo irán a mejor. En mi caso desde luego es así. Estoy en un punto mucho mejor que en el que estaba hace seis o siete años, eso sin lugar a dudas.

“Yo no tenía interés como persona autónoma”, llegas a confesar en un momento de la novela en relación a tu faceta como imagen del colectivo trans en España. ¿Te arrepientes de haberlo sido, o de haberlo sido quizás a una edad tan temprana?

No, no me arrepiento. Conseguí cosas y probablemente ayudé a mucha gente dando, de alguna forma, “ejemplo”. Y el haberlo sido a una edad tan temprana me ha construido en lo que soy hoy. Aunque no lo hubiera hecho, habría tenido que lidiar de igual modo con que buena parte de mí se redujera al mero hecho de ser trans. La gente siempre iba a terminar fijándose en ese aspecto por mucho más que yo hubiera intentando en un primer momento distanciarme, o participar de cosas que no tuvieran nada que ver. Como señalas en Reina aparece, pero no es un tema central, y en Excepción ni se trata ni aparece, y pese a ello todavía me siguen preguntando constantemente sobre cuestiones trans… así que imagínate.

¿Te está siendo entonces difícil zafarte de ese papel como imagen pública?

Es que es casi imposible. Hay una cantidad brutal de medios que siguen refiriéndose a mí como activista trans, cuando hace años que yo no hago nada. No quiero ser una activista trans simplemente por existir. No quiero que se interprete que simplemente por tener éxito en un cierto campo estoy sirviendo de ejemplo, que estoy avanzando, que estoy haciendo activismo. El hecho de ser trans no me define, ni soy ya activista. Hay otras variables, otras determinaciones ligadas a mí que se sitúan más allá de cómo haya construido o elaborado mi biografía y de mis experiencias vitales. Pero voy avanzando y con el tiempo se me va reconociendo más como artista, como autora, como escritora, por encima del hecho trans. Lo cual me alegra porque es lo que quiero.

Citas a Husserl y Merleau-Ponty, al alemán Hegel, al “L’Être et le Néant” (El ser y la nada) de Jean-Paul Sartre y al “Glas” de Jacques Derrida, entre una sucesión de referencias que empiezan por el propio Derrida, y que continúas con figuras y obras como Jacques Lacan, Balzac, Sylvia Plath, Virginia Woolf, Laclos, Rimbaud, Baudelaire, Breton, el Quijote, Madame Bovary… ¿No serás como uno de esos autores “modernos” a los que denunciaba Lope de Vega, “que piensan que es erudición ensartar nombres sin leer los libros”?

Hombre yo los he leído (risas), además de que eso también forma parte de la parodia de la escritura diarística, de las memorias y de la autoficción, siendo precisamente Reina un texto hipertextual en sus vínculos con otras obras. Algo no necesariamente negativo, y que se ubica dentro de lo que quería hacer. Excepción también lo es, pero de forma distinta, y no lo será lo próximo que haga porque no me interesa seguir explorando ese camino. Supongo que también esto es un reflejo de las condiciones de la lectura de hoy, cuando podemos rápidamente recurrir a Google y buscar cualquier nombre o libro, y también y principalmente de las conexiones que va estableciendo mi mente… ¡Además de que estás haciendo trampas!, la mitad de nombres vienen de una enumeración, muy real, de las cosas que leía durante una temporada concreta, y en ese fragmento de apenas una página se concentran el 80 por ciento de los nombres… el resto del libro no está tan plagado de referencias.

¿Y qué aporta su presencia a la estructura de la novela? ¿No será otro intento de intentar justificarte ante el lector, perdón, lectora?

A la estructura contribuyen los vínculos con otros textos, pero no es una cuestión estructural y su presencia no modifica la gramática del texto. Tampoco creo que el escritor tenga que tratar de justificarse a través de estos enlaces. Si acaso creo que la tendencia a acumular nombres y autores en un texto puede denotar más juventud e inmadurez que otra cosa. Pero lo importante sigue estando en las ideas, en los pensamientos propios, y no en las sucesivas citas. A las que, en mi caso, me gusta subvertir poniéndolas en nuevos contextos o reescribiéndolas. Eso lo hago más en Excepción, con Zizek por ejemplo.

Sin movernos de Lope, al igual que el poeta y dramaturgo criticaba lo moderno en esa cita que te comentaba, también denunciaba que hay igualmente cosas que suelen “respetarse por antiguas que no igualan con las que ahora vemos”. ¿Eres de esa misma opinión? ¿Se critica lo contemporáneo inmerecidamente, o de verdad asistimos a un tiempo carente de toda inventiva y originalidad desde un punto de vista cultural, creativo y también literario?

A mí me parece que estamos en un tiempo tremendamente inventivo y original, y no tengo más que admiración y buenas palabras para lo que crean y han venido creando escritores más o menos cercanos a mi generación, y de las pasadas. Muchas veces la crítica de lo contemporáneo proviene de quien no lo conoce, o no lo conoce lo suficiente como para poder distinguir lo que es de calidad de lo que no lo es. Y hay mucha calidad y muchas propuestas interesantes. Gonzalo Torné, Luis Magrinyà, Cristina Morales, Berta García Faet o Rodrigo García Marina, me parecen por ejemplo inmensamente talentosos, cada uno en su campo.

¿Crees que esa barrera de lo generacional que denunciaba entonces el dramaturgo es una brecha especialmente profunda en las sociedades actuales?

Pues depende de quién y de dónde, aunque no creo que esa brecha se haya profundizado. Más bien creo que esa división, por maniquea que resulte, es una especie de constante. En mi caso por ejemplo me siento perfectamente hermanada con escritores de muchas generaciones anteriores a la mía, con los que evidentemente voy a tener diferencias, incluso aunque los años que nos separen no sean tantos, porque no podemos concebir las cosas de igual manera.

¿Y a qué autor “santificado” bajarías de ese pedestal sobre el que, entiendes, lo ha encumbrado más la historia que sus méritos?

¿Pero qué entendemos por santificados? ¿Santificados en la actualidad? Ahí hay muchos autores que no me interesan… No trago a Miguel Hernández y El rayo que no cesa me aburre, me produce sopor. Pero instrumentalmente, políticamente, es un autor muy útil. Comparativamente Dámaso Alonso me gusta mucho más. Y si nos vamos a otros países u a otros momentos históricos… no me creo tan excelsa como para apuntar con razones quién debería o no estar donde está. Opino que son más cuestiones de sensibilidad, de saber ver, apreciar o de afinar el gusto para descubrir qué es lo que había en ellos como para haberlos conducido a donde están.

De todos esos escritores que mencionábamos, apuntaría que es sin embargo Paul B. Preciado el que más veces aparece referenciado en la novela. Y no precisamente para bien. ¿Qué polémica exactamente es la que te suscita su obra?

¡No es cierto!, el más referenciado es Lacan, y después también están los escritores a los que no menciono explícitamente… aunque el nombre de Preciado sí pueda ser el que más veces aparezca, pero porque tiene un capítulo dedicado. Luego no vuelve a aparecer. No podría resumirte cada una de mis discrepancias con él en una sola respuesta, pero no pienso que seamos enemigos. Mi problema, y que ya está discutido dentro del libro, es más bien un problema con la posición de hombre, de autoridad, de figura casi paterna, desde la que emite su discurso. Creo que simplemente se ha visto absorbido por su propia teoría, que está ensimismada y ya no da más de sí. Y hay que abrir la teoría sobre lo trans y sobre lo queer al mundo, a la mirada, a las relaciones sociales… y hacer menos autoinspección, menos retrospección, menos autoficción incluso. Unas cuestiones teóricas que me enfrentan a su obra, y sobre las que discutiré en un ensayo de próxima publicación, ya para 2021.

Y en relación a la causa feminista, ¿en qué momento se encuentra tras el último 8 de marzo?

En letargo, como todo durante esta crisis del coronavirus. El discurso está monopolizado por lo que está sucediendo en torno al virus, y en el feminismo este también va a ser un año perdido. Como si la pandemia hubiera suspendido el resto de relaciones sociales e incógnitas, o hubiera hecho desaparecer las tensiones. Como si no se multiplicaran las cifras de asesinatos machistas y de violencia conyugal. Pero tampoco es que el confinamiento permita pensar más o favorezca ninguna clase de desarrollo de nada… Así que después de esto estaremos donde estábamos, o más pobres.

Para quien busque referentes sobre la causa, ¿a quién lee Elizabeth Duval y quiénes son esas figuras referenciales que mantienes como tótems de tu ideario?

Intento no tener tótems, sino más bien mantener diálogos. Sobre ello hay detrás toda una tradición y genealogía. Por seleccionar algunas, nombraría a Teresa de Laurentis, Monique Wittig o a Judith Butler, y también hay nuevas corrientes que me parecen, teóricamente, interesantes, como el ciberfeminismo.

De todas estas “guerras” sociales que hemos venido esbozando, ¿cuál dirías que ha venido marcando más a las sociedades de este comienzo de siglo, el conflicto entre clases, la “guerra” de sexos, la pugna generacional…?

Todas. No creo que se pueda reducir a una sola o que pudieras apartar las otras como si dejaran de existir, porque con ello solo lograríamos otorgarle a una un especial protagonismo. Aunque la que va a marcar este siglo, y no solo su comienzo, va a ser la guerra cultural alrededor del ecologismo y el qué hacer en cuanto al cambio climático. Miento. Me retracto de todo. Es la economía. La economía, los intereses económicos y la geopolítica, que es lo que marca el desarrollo, la racionalización, la aceleración del capitalismo… y porque es eso lo que nos va a conducir al colapso y a la catástrofe.

Si todavía no había quedado claro, París es la otra gran protagonista de tu novela. Y, siento decirlo, pero puedo que incluso por encima de la propia Duval… ¿Es ese uno de los peligros de ambientar una novela en un entorno tan magnético?

¡Pues no estoy nada de acuerdo! No creo que por encima de la narradora, porque la novela podría haber sucedido perfectamente en cualquier otro lugar. Lo que ocurre es que, a lo mejor y con perdón, los que no viven en París tienen una idea muy distinta a la que tenemos quienes sí vivimos allí. París me parece una ciudad bellísima, pero también con cosas horribles y espacios abominables. A mí me encanta como ciudad, pero no tiene ese encanto magnético que describes. Eso no es más que una fantasía que no existe. No es tan ideal, ni tan perfecta, ni tan romántica. Y es cara. Y tiene divisiones brutales. Y es fría. Y llueve muchísimo. Madrid o Barcelona son menos fantasiosas, pero más magnéticas. Tienen más vida.

Gracias por hacernos despertar con tus palabras de ese sueño (risas). Pero y si para Hemingway “París era una fiesta”, ¿cómo describirías entonces ese París al que nos haces viajar desde “Reina”?

Escribiría que París era un cementerio. O que París es la capital de la sed, de las ganas de querer algo más. Sí, Capital de la sed, como fue capital del dolor hace mucho tiempo.

¿Y no te da la impresión en estos momentos de haber escrito sobre un mundo y una ciudad que ya no existen? Cómo si estos años 20 se pareciesen demasiado a aquella otra mitad del siglo pasado…

Es cierto que recojo un mundo que por ahora no existe, pero con unas conductas que estimo universales. Y a pesar de que ahora hayamos caído súbitamente en una crisis tremenda, después de todo esto seguiremos acudiendo a pisos, seguiremos quedando a tomar cosas con los amigos y seguiremos enamorándonos. Las medidas de distanciamiento social no van a durar para siempre; y aun con esa separación, seguiremos. Pero me gusta que ahora Reina perezca una fantasía. Supongo que es otro retrato de época más; aunque no tanto de estos años 20 sino más bien de finales de la década pasada, ya posterior a la anterior crisis económica.

Hoy el acceso a la cultura es más libre que nunca, y aún así existe esa sensación generalizada de retroceso, de paralización. De que la cultura no interesa y de que vagamos distraídos a la espera de, siguiendo tu propio guión, poder entrar en algún reservado o protagonizar alguna portada o una serie de televisión. ¿Es realmente a esto a lo que únicamente aspiran las sociedades actuales? ¿Es a lo que tú aspiras aun a costa de “traicionar todos mis principios” (sic)?

No, yo soy bastante más optimista y creo en la bondad más allá de dinámicas sociales. El entrar en algún reservado lo cierto es que no tiene interés para mí, como tampoco lo tiene el protagonizar una portada o una serie de televisión. Esto último lo rechazaría sobre todo porque me gusta tener el control sobre la imagen que proyecto. Ser yo misma quien escriba mi propio relato. Por eso escribo, y por eso precisamente no actúo. Y tampoco traicionaría todos mis principios, pero soy pragmática. También voy bastante de cara y no soy una persona falsa.

¿Se puede decir que uno tiene principios cuando reconoce estar dispuesto a renunciar a ellos a la primera de cambio? ¿Eres de quienes creen que todos tenemos un precio?

Quienes necesitan de ese dinero sí; quienes no lo necesitan no. Y ahí es donde se producen las tragedias. Yo no he renunciado a mis principios, por ahora; pero es que los principios son fronteras muy relativas, ¿y cómo definirlas? A mí me va bien, y por eso puedo decir ahora mismo que no, que rechazaría ofertas, que no tengo un precio. Pero imagínate que estuviera en una situación mucho más precaria… Ahí a lo mejor imperaría otra lógica. La de primero comer y luego las cuestiones morales. Porque no hay más alternativa. No es nada más que instinto de supervivencia. En ese sentido me gusta mucho el análisis que hace de esto Gonzalo Torné en su novela Hilos de sangre.

Haciendo ahora un ejercicio de utopía/distopía, ¿en qué crees que cambiará nuestra sociedad a lo largo de los próximos años? ¿Hacia dónde nos encaminamos?

Después de la crisis económica que se nos viene encima, las próximas eleciones en España las ganará la derecha. Eso es a lo máximo que me aventuro a decirte, porque huyo de todo aquel que se atreva a pronosticar la historia. O es un vendehúmos o un narcisista.

¿Y para Elizabeth Duval? ¿Qué le depara el futuro?

No puedo contártelo todo, pero como ya te comentaba preparo un ensayo teórico sobre la cuestión trans para, si todo va bien, el año que viene; y en algún momento publicaré mis poemas de juventud, que de hecho casi se publican este año. Más allá de eso, estoy escribiendo una novela, que es lo que más me emociona ahora mismo. Una novela ambientada en Madrid, sin autoficción de por medio y que no tiene nada que ver con el COVID-19. Es una obra profundamente pre-2000, así que a lo mejor también termina considerada como novela histórica más que contemporánea.

¿Logrará Elizabeth Duval alcanzar ese sueño de “no tener que volver a depender de nadie nunca más”?

Pues ojalá. Es el sueño de tener una habitación propia, ¿no? Aunque hay que fijarse muy bien en lo que implica ese nadie. En ese nadie no está la clave de Reina, pero a lo mejor sí la de lo próximo que escriba.

 

Elizabeth Duval

Reina – Caballo de Troya, 2020