La depresión en el arte: un pequeño reflejo

07 / 04 / 2021
POR Román Aday

La melancolía ha sido el motor de innumerables creaciones poéticas, narrativas o pictóricas. De Edvard Munch a Sylvia Plath, repasamos algunas de las más significativas.

Sylvia Plath

En el año 1621 Robert Burton escribió ‘La anatomía de la melancolía’, un compendio con todo lo que se sabía hasta el momento sobre la melancolía (o, en la actualidad, la depresión). En el prólogo, Burton dijo “yo escribo sobre la melancolía para permanecer ocupado y así evitar la melancolía”. Como una premonición. Fueron bastantes los y las artistas que supieron convertir ese peso en obras, o quizás expirarlo en ellas. Eso le dio una épica a ese malestar, un estatus. Que luego público, prensa y habladurías convirtieron en algo romantizado que, si se examina de cerca (como todo lo que se examina de cerca) pierde cualquier mota de glamour. 

Mi cama

La mejor manera de entender que el arte necesita un contexto es a través de esta obra. Todo un icono del arte contemporáneo, Tracey Emin supo escandalizar y darle un calado especial a todo ese ruido que se formó a su alrededor. Fue en el año 1998. La obra consistía simplemente en una cama deshecha, con varias cosas a su alrededor (botellas, pastilleros, clínex…). Era la explicación de lo que ella había vivido durante un año, mientras sufría depresión y lo único que era capaz de tomar eran malas decisiones. Influyó profundamente en toda una generación de aristas posteriores.

Bajo el volcán

Pocas novelas consiguen crear una atmósfera tan gris y aplastante como la de este libro. Todo ello rodeado de un preciosismo narrativo que solo parece augurar los peores presentimientos de Malcolm Lowry. En esta novela tremendamente autobiográfica, Lowry vuelca su alcoholismo, su depresión, las tristezas que había ido acumulando y que le acompañaron hasta México, todo regado de mezcal y de esa gesta de anti-héroe del siglo XX. Sin ser una novela especialmente reconocida pero sí muy valorada, desgarra por su crudeza, el cielo gris, la tremenda cantidad de alcohol, y ese paisaje tan triste y desolado que se introduce también en sus personajes hasta llegar al lector.

La poesía de Alejandra Pizarnik

La poeta argentina se quitó la vida a los 36 años por sobredosis de fármacos. Arrastraba problemas de adicción y una inestabilidad emocional que encontraba, como tentáculo creador, una extensión en su poesía. Personal, íntima y de tremenda calidad, en ella se ligan la vida y el arte. Muchos de sus poemas son un vuelco de esa melancolía, una forma de arrojarla o explicarla. Y algunos de ellos, más caóticos y sentidos, fueron escritos también desde el psiquiátrico de Buenos Aires en el que pasó tiempo internada.

Edvard Munch

Probablemente su obra más oportuna sea la de ‘Melancolía. El pintor noruego fue el perfecto ejemplo de maníaco depresivo nórdico (como el dramaturgo Strindberg) que encontraba en el arte el salvoconducto para narrar su propio tormento, su obsesión. Un cuadro relativamente sencillo, sorprendentemente colorido para el tema que trata, donde todo el peso está en el personaje, la mirada perdida, incapaz de alcanzar nada de lo que le rodea.

Poemas de Sylvia Plath

Plath también se quitó la vida, con 30 años, después de una larga lucha contra la depresión y otros problemas psicológicos. “Tengo sólo treinta años./ Y como gato he de morir nueve veces.” Escribe en Lady Lázaro, uno de sus poemas más importantes y simbólicos. También ella encontró en la poesía un refugio. De hecho, a la estadounidense se le atribuye ser una de las pioneras de la poesía confesional. Una rama mucho más íntima y personal.

En las cimas de la desesperación

Entre la poesía y una filosofía casi aforística o de pasajes, Emil Cioran conseguía escribir a sus 23 años uno de los libros más llamativos de todo el siglo XX. Impregnado de pesimismo y nocturnidad, envolvía su melancolía y su tristeza bajo el pesimismo, la mirada cínica, hiriente y herida. Cioran confesó que ese libro le ayudó a no quitarse la vida. Una especie de amenaza-la del suicidio- constante que el autor siempre ha ido soltando en sus textos y en entrevistas. Años después escribió que era algo que solo recomendaba en sus libros, ante el público abstracto, pero nunca ante alguien que estuviese dispuesto a hacerlo.

Schopenhauer fue el primer filósofo que le dio un marco teórico al pesimismo, al sinsentido y al absurdo. Y, por extensión, a buena parte del peso de la depresión. Nietzsche, cuando dejó de considerarse discípulo suyo, le desacreditó diciendo que un verdadero pesimista no tocaría la flauta todos los días de la semana, durante una hora, a las cinco de la tarde. Y en eso tiene algo de razón. Plath, Pizarnik o Cioran habrían tocado la flauta para evitar la melancolía, sí. Pero no a las cinco.