Demasiado “femenina” tanto para el mundo del arte como para el feminismo de la segunda ola. Hoy el trabajo de la artista venezolana Marisol Escobar se reconoce por su capacidad para subvertir las normas de género y las representaciones tradicionales de la feminidad a través de sus autorretratos tridimensionales y sus esculturas totémicas.
«Siempre he querido ser libre en mi vida y en mi arte. Es tan importante para mí como la verdad.» – Marisol Escobar
Marisol Escobar (1930-2016) no solo reproducía representaciones culturales de la feminidad, además las deconstruía. Experimentaba con la mascarada y la performance, creando una experiencia artística que ponía en duda la autenticidad y la esencia de la identidad femenina. Conocida artísticamente como Marisol, se destacó por fusionar arte popular, dadaísmo y surrealismo, abordando temas como la ecología, los movimientos contra la guerra, el feminismo de segunda ola, las desigualdades raciales y étnicas y la vulnerabilidad humana.
En los inicios de su carrera, durante la década de 1960, cuestionó la idea de la feminidad auténtica, como en su obra ‘La Fiesta’ (1965-1966), al utilizar imitaciones de objetos de moda para mostrar cómo la feminidad se construye a partir de ideas ficticias y repetición de conceptos patriarcales que se reflejaban constantemente en los medios de comunicación. Cuando falleció, The Guardian la llamó “la estrella olvidada del arte pop”. Ahora una exposición, ‘Marisol: a retrospective’ en el Buffalo AKG Art Museum de Nueva York celebra su obra y legado.
‘Mujer y perro’ (1963–64), Marisol Escobar
‘La Fiesta’ (1965-1966), Marisol Escobar
La maldición de la “feminidad”
A principios de la década de 1960, al mismo tiempo que la crítica de arte relegaba a Marisol y sus esculturas a los márgenes del arte Pop y el Expresionismo Abstracto, marcándola como “femenina”, la prensa popular celebraba a Marisol como artista de moda e icono de estilo. Al igual que Andy Warhol, el “Príncipe del Pop, Marisol llegó a las páginas de revistas de moda como Vogue, Harper’s Bazaar, y Mademoiselle.
En la década de 1970 Marisol fue a menudo marginada en discusiones sobre arte moderno estadounidense y arte Pop, y criticada también por las feministas de la segunda ola que en lugar de ver sus esculturas como una subversión de los roles de género, consideraban que se limitaba a repetir tropos de feminidad desde una perspectiva que no cuestionaba o desafiaba las normas patriarcales.
Este declive en la atención crítica parece ser una consecuencia directa de cómo Marisol y su obra fueron posicionadas durante los años 60, enmarcando su papel como un símbolo de feminidad más que como una figura central en el desarrollo del arte contemporáneo.
Máscara y misterio
La muerte temprana de su madre la dejó sin hablar durante años -desde los 11 hasta los 16- y tuvo un profundo impacto en su personalidad, intensificando su deseo de mantener una distancia del público. «Cuando murió, me quedé callada. No hablé por mucho tiempo, excepto cuando tenía que hacerlo en la escuela. Me convertí en una observadora. No hablaba mucho», confesó en alguna ocasión.
Marisol cultivó una imagen de misterio en torno a su figura, en parte debido a su comportamiento reservado y su escasa participación en eventos públicos. Este halo de enigma se intensificó por su decisión de ocultarse tras una máscara durante sus apariciones artísticas. Como la noche que se presentó en el neoyorkino The Club en un evento en el que mujeres, hombres gay y comunistas tenían el acceso denegado. Aunque no está claro si fue invitada o si se coló sin previo aviso, la artista venezolana apareció usando una máscara blanca. La tensión aumentó cuando le pidieron que se la quitara y ella se negó, hasta que finalmente lo hizo, revelando su rostro también pintado de blanco. Una performance que colaboró a perfilar ese halo enigmático y misterioso que la rodeaba.
El narcisismo como mecanismo de autorrevelación
La autorrepresentación fue central en la obra de Marisol. Utilizó máscaras, moldes de su propio rostro y autorretratos fotográficos para exponer la construcción artificial de la identidad femenina. Muchos críticos interpretaron la incorporación de imágenes de su propio rostro en sus esculturas como evidencia de un narcisismo femenino. Sin embargo, más allá de la mera imitación, Marisol simbolizaba la negación de una feminidad ‘esencial’ y descomponía la noción de mujer para reensamblarla en una serie de representaciones fragmentadas que ponían en evidencia su construcción cultural. En oposición al misterio que la rodeaba, cada vez que Marisol se autorrepresentaba, también revelaba su propio yo como una creación imaginada.
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