‘Una rueda de ondas que se forma con el humo’: La nueva obra de Andrés Reisinger llega a Madrid

04 / 03 / 2025
POR #VEINDIGITAL

En su nueva exposición, presentada en Madrid durante ARCO, ‘Una rueda de ondas que se forma con el humo’, Andrés Reisinger explora la memoria como un territorio en constante transformación. A través de proyecciones Super 8, radiocasetes vintage, bordados y esculturas digitales, su obra crea un diálogo entre lo analógico y lo tecnológico, lo personal y lo colectivo.

En las afueras de Madrid, donde el ruido de la maquinaria se mezcla con el aroma de los materiales industriales, Andrés Reisinger abre las puertas de un taller técnico en funcionamiento para presentar su nueva exhibición durante ARCO. Del 3 al 7 de marzo de 2025, la muestra ‘Una rueda de ondas que se forma con el humo’ transforma este espacio en un receptáculo donde pasado y presente se funden, y el tiempo se vuelve maleable.

La instalación inmersiva juega con la dualidad de lo digital y lo analógico, y la memoria se convierte en materia palpable. La pieza central, ‘La cristalización de un paseo’, presenta una rama plateada que, con su luz reflejada, evoca los procesos de transmisión y transformación. Obras como ‘Divagar es crear puertos’ y ‘La Ventana’ proyectan escenas de la infancia, mientras que ‘Un movimiento preferido’ invita a la interacción, revelando una secuencia entre lo digital y lo analógico.

La palabra y la escritura cobran cuerpo en ‘Memorias bordadas’ y ‘Las Palabras’, fragmentos de escritores rioplatenses grabados sobre tela y lienzo. Por último, ‘Lo que suena’ crea una atmósfera sonora que une el eco de los tangos, las grabaciones de radio y los sonidos propios del taller.

A través de esta conversación con el artista argentino, en #VEINDIGITAL nos adentramos en los procesos creativos y las reflexiones que dieron origen a la exposición: desde la elección de un taller industrial como espacio de exhibición hasta el papel del sonido en la evocación de la memoria.

Tu nueva obra, Una rueda de ondas que se forma con el humo, se podrá ver en Madrid durante ARCO. ¿Hubo algo en particular de la ciudad o su ambiente que te inspiró para crear esta exposición? 

Madrid ha sido un catalizador inesperado para reconectar con mi pasado. Desde que me mudé aquí, he sentido una resonancia particular entre ciertos rincones de esta ciudad y los recuerdos de mi infancia en Buenos Aires. Hay algo en la luz, en los ritmos cotidianos que me ha llevado a reflexionar sobre la casa de mis abuelos y especialmente sobre el taller de mi abuelo Bruno. Esta exposición nace de ese diálogo entre mi presente en Madrid y esos fragmentos de memoria que llevo conmigo. No es casualidad que haya elegido un taller industrial en funcionamiento para mostrar este trabajo; es como si Madrid me hubiera dado el espacio para reimaginar esos recuerdos, para crear esta membrana temporal donde el pasado y el presente pueden coexistir. 

En esta instalación combinaste tecnologías analógicas y digitales. ¿Cómo ves la relación entre estos dos mundos tan diferentes, y qué significado tiene para ti que coexistan de esa manera en tu trabajo? 

No los veo como mundos separados, sino como diferentes manifestaciones del mismo impulso creativo. La tecnología digital nos permite modelar y reimaginar, mientras que lo analógico nos ancla en lo táctil, en lo que tiene historia. En mi trabajo, me interesa precisamente ese umbral donde ambos mundos dialogan. Las proyecciones super 8, los radiocasetes vintage, conviven con modelos 3D y procesos digitales porque así es como experimentamos la realidad hoy: en esa constante conversación entre lo físico y lo virtual. Nuestra memoria misma funciona así, mezclando lo que hemos vivido directamente con lo que hemos experimentado a través de pantallas. Esa coexistencia genera una tensión creativa que me permite explorar cómo construimos y accedemos a nuestros recuerdos. 

La pieza central, La cristalización de un paseo, tiene una rama plateada que fue creada digitalmente pero elaborada de forma tradicional. ¿Qué importancia le das al contraste entre lo digital y lo hecho a mano? 

Este contraste refleja la naturaleza de nuestra relación con los recuerdos. Primero imaginamos, modelamos digitalmente, creamos una versión idealizada – ese es el componente digital. Pero luego necesitamos materializarla, darle una presencia física que pueda interactuar con la luz, que ocupe un espacio tangible – esa es la elaboración tradicional con plata y níquel. Me fascina ese momento de traducción, donde una idea digital atraviesa el umbral hacia lo físico, transformándose en el proceso. No es una simple reproducción; es una reinterpretación, como sucede con nuestros recuerdos cuando intentamos articularlos o compartirlos. La rama plateada representa las flores que mi abuela llevaba al taller de mi abuelo, pero cristalizadas a través de mi memoria y de este proceso dual, convirtiéndolas en algo que existe simultáneamente en ambos mundos. 

La memoria parece estar presente en varias piezas de la exposición. ¿Cómo abordas este tema desde lo visual y lo sensorial? ¿Qué formas encuentras para hacer tangible lo que muchas veces es intangible?

La memoria nunca es solo visual; es una experiencia multisensorial completa. Por eso esta exposición incorpora sonido, luz, texturas y hasta los olores propios del taller industrial. Cuando recordamos, lo hacemos con todo el cuerpo: el sonido de una radio AM con tangos puede transportarnos instantáneamente, la calidad específica de una luz crepuscular puede desencadenar toda una cascada de asociaciones. Para hacer tangible la memoria, trabajo con estas capas sensoriales superpuestas. Las proyecciones sobre telas, por ejemplo, crean esa cualidad etérea propia del recuerdo; las piezas textiles con bordados incorporan la tradición manual de mi abuela; los radiocasetes reproducen esa mezcla imperfecta y algo distorsionada de sonidos que permanece en mi mente. No busco recrear literalmente el pasado, sino evocar esa sensación única de estar suspendido entre el entonces y el ahora, ese momento donde el recuerdo se materializa brevemente antes de volver a transformarse. 

Utilizas proyectores Super 8 y cajas de visualización manual en la instalación. ¿Por qué elegiste estos dispositivos y qué importancia tienen en tu reflexión sobre el tiempo y los recuerdos? 

Estos dispositivos analógicos tienen una temporalidad propia, diferente de la inmediatez digital. Un proyector Super 8 tiene un sonido característico, genera calor, la imagen tiembla ligeramente – todas esas «imperfecciones» son en realidad cualidades que resuenan con la naturaleza de la memoria. La caja de visualización manual, inspirada en los antiguos visores de Fisher-Price, requiere la participación física del espectador; hay que girar una manivela para activar las imágenes, estableciendo una relación corporal con el recuerdo. Me interesa esa fricción, ese pequeño esfuerzo necesario para acceder a las imágenes, porque refleja cómo la memoria no es un archivo perfectamente accesible, sino algo que requiere nuestra participación activa. Estos dispositivos antiguos nos recuerdan que el tiempo no es lineal y que los recuerdos no son archivos fijos, sino experiencias que se transforman cada vez que los revisitamos, que existen en un estado de cambio constante, como las imágenes proyectadas que nunca son exactamente iguales. 

El componente textil, Memorias Bordadas, incluye fragmentos de escritores rioplatenses. ¿Qué te atrae de la literatura y cómo eliges los fragmentos que forman parte de tus obras? 

La literatura tiene esa capacidad única de cristalizar sensaciones y pensamientos que de otra manera permanecerían difusos. Los escritores rioplatenses como Mariana Suozzo, Patricio Foglia, Felisberto Hernández, Alejandra Pizarnik e Idea Vilariño comparten esa sensibilidad particular que reconozco como profundamente conectada con mis raíces. Los fragmentos que elijo son aquellos que actúan como pequeñas revelaciones, momentos de claridad que iluminan aspectos de mi propia experiencia. El proceso es intuitivo; subrayo pasajes durante mis lecturas que resuenen emocionalmente, que capturen algo que yo mismo he sentido pero no había podido articular. Al bordarlos sobre telas recuperadas de la casa de mi abuela, con sus imperfecciones mecánicas y esos hilos que conectan frases, estoy creando un mapa visual de asociaciones personales, una constelación de pensamientos que se entrelazan con la tradición textil que observé tantas veces en mi infancia. Es una forma de poner en diálogo mi herencia cultural con mi propia sensibilidad contemporánea.

El paisaje sonoro en Lo que suena está compuesto por tangos y milongas. ¿Cómo se entrelaza la música en tu proceso creativo y qué papel juega en la atmósfera que quieres crear en la exposición? 

El sonido tiene la capacidad única de transportarnos instantáneamente a un tiempo y lugar específicos. Los tangos y milongas de Héctor Varela y las grabaciones de radio local de Buenos Aires no son simples elementos decorativos; son arquitecturas sonoras que reconstruyen un espacio emocional. En el taller de mi abuelo, la radio era una presencia constante, un murmullo de fondo que se mezclaba con los sonidos de herramientas y conversaciones. Al recrear esa superposición sonora con dos radiocasetes, estoy buscando que el visitante experimente esa cualidad onírica del recuerdo donde las voces, la música y los sonidos ambientales se funden sin un orden cronológico claro. La música en esta exposición funciona como un anclaje temporal, pero también como un elemento que subraya la naturaleza fragmentaria de la memoria. Dependiendo de dónde te sitúes en el espacio, escucharás diferentes combinaciones de estos sonidos, creando tu propia mezcla, tu propia versión de este paisaje sonoro, de la misma manera que cada uno construye su propia relación con los recuerdos compartidos. 

La exposición se lleva a cabo en un taller técnico industrial en funcionamiento. ¿Qué significa para ti exponer dentro de un espacio tan activo y cómo influye este entorno en el concepto de tu obra? 

Exponer en un taller industrial activo es una decisión fundamental para esta obra. No quería un cubo blanco aséptico, sino un espacio con su propia vida, con sus olores, sus sonidos, su historia impresa en cada rincón. Este taller en Vallecas tiene una materialidad que dialoga directamente con mis recuerdos del taller de mi abuelo: las herramientas, la maquinaria, el frío invernal, los aromas industriales. 

Este entorno no es simplemente un contenedor para las obras; es parte integral de la experiencia. Hay una tensión productiva entre la utilidad cotidiana del taller y la contemplación que proponen las piezas artísticas. Me interesa ese contraste entre el trabajo manual que sigue ocurriendo en el espacio y las reflexiones más etéreas sobre la memoria y el tiempo. El taller en funcionamiento nos recuerda que la memoria no existe en un vacío, sino que está siempre entrelazada con la vida práctica, con la continuidad de lo cotidiano. Es una forma de subrayar que mis recuerdos de infancia ocurrieron en un espacio de trabajo real, no en un escenario idealizado, y que esa materialidad del entorno es parte fundamental de cómo se forman y perduran nuestros recuerdos. 

Tu trabajo tiene una mezcla de lo personal con lo colectivo. En Una rueda de ondas que se forma con el humo, ¿cómo se relacionan tus recuerdos familiares con las experiencias universales que propones a los visitantes? 

Esta exposición parte de mi experiencia personal, de mis recuerdos específicos del taller de mi abuelo y la casa de mi abuela, pero en realidad explora temas que son profundamente universales: la relación con nuestros orígenes, cómo los espacios y objetos cotidianos se transforman en repositorios de memoria, el paso del tiempo, la nostalgia por momentos que no volverán. Todos llevamos dentro algún tipo de taller, algún espacio de la infancia donde aprendimos a ver el mundo de cierta manera.

Lo que propongo a los visitantes no es que entren en mis recuerdos específicos, sino que la atmósfera creada por estas piezas active sus propias conexiones personales. Quizás el sonido de la radio les recuerde a su propio abuelo, o la luz proyectada sobre la cortina evoque sus propios espacios de infancia. Actúo como un arquitecto de atmósferas que crean las condiciones para que cada visitante pueda conectar con sus propias vivencias, para que encuentre en lo específico de mi historia resonancias con la suya. Los detalles son personales, pero las emociones que despiertan son universales: esa es la verdadera conexión entre lo íntimo y lo colectivo que busco en esta obra. 

¿Qué esperas que los espectadores experimenten o piensen mientras interactúan con tu obra? ¿Hay alguna sensación o reflexión que te gustaría que se lleven al final de su recorrido? 

No busco dirigir el pensamiento de los espectadores hacia una conclusión específica, sino crear un espacio de posibilidad donde puedan ocurrir encuentros significativos con sus propias memorias. Espero que la exposición funcione como una pausa, un momento para recalibrar nuestra relación con el tiempo, con nuestros recuerdos, con los objetos que nos rodean. 

Me gustaría que los visitantes experimenten una cierta elasticidad temporal, esa sensación peculiar de estar simultáneamente en el presente y en otro tiempo, como cuando un aroma o una canción nos transporta repentinamente a un momento del pasado. Si hay algo que desearía que se lleven al final del recorrido, es una renovada atención hacia los pequeños detalles de lo cotidiano, una conciencia de cómo los espacios que habitamos y los objetos que nos rodean están impregnados de memoria, de cómo la luz que entra por una ventana o el sonido de una radio pueden contener mundos enteros de significado. En definitiva, espero que la exposición invite a reconocer la poesía que existe en esos momentos de transición donde el pasado y el presente se encuentran, donde lo personal y lo universal se entrelazan en una rueda de ondas que se forma con el humo.

Fotos: Rochi Lamastra