Popy Blasco se ha hecho mayor

28 / 02 / 2017
POR Pablo Gandía

“Cuando tú no estás seguro de tu bagaje intelectual, te tienes que posicionar y adoptar la pose de ‘yo no veo la tele’. Pero fíjate, yo leo a los escritores rusos y luego veo Sálvame, y una cosa es compatible con la otra”

 

 

El día en que me enseñaron las fotografías de Eugène Atget tuve claro que los documentalistas se habían extinguido. Como el atún rojo por el consumo masivo de sushi o el elefante asiático por la caza furtiva. En este caso, todo apunta a que nadie ha alcanzado la obsesión del francés por retratar hasta el mínimo detalle de su ciudad. Ya sean edificios antiguos rindiéndose a la arquitectura moderna, oficios venidos a menos, frikis de todo tipo o escaparates que hablan por si solos. Cuando conocí a Popy Blasco, allá por el verano de 2013, tuve la sensación de que quizás, ojala, estaba ante uno de los últimos supervivientes. Ahí donde lo veis, sin sonreír apenas en las fotos, abrió su propio espacio en Internet a principios de los 2000: un blog pensado para ser un diario social, literalmente. Cualquiera que llegaba a Madrid y quería estar en los sitios que de verdad importaban, debía seguir sí o sí sus recomendaciones. Y con un poco de suerte, igual podía entrar en su top ten de gente que influía. Lo suyo era una lista Forbes que medía las capacidades para ir a la última y a la vez hacer como si nada estuviera premeditado. Los italianos llamaron a esto sprezzatura. Pero las banalidades, con el tiempo, abrieron la veda a un análisis minucioso de los cambios que vivía la capital: cómo lo alternativo pasaba a ser mainstream, y al final se convertía en un producto híbrido, apto tanto para apocalípticos como integrados. Todos se sumaron a la fiebre de llevar deportivas Nike o abrigos de segunda mano. Y Popy Blasco, con teclado en mano, registró para la posterioridad lo caprichosos que éramos entonces.

 

¿Tu madre jamás te ha preguntado por qué todos te llaman Popy?

Sí, hombre, mi madre sabía perfectamente que me llamaban así. Mira, yo fui a una guardería inglesa que ya no existe, Play School, y las profesoras llamaban a los niños puppy, que significa cachorro. Entonces, mis padres vinieron a recogerme un día, vieron que yo atendía a ese nombre y les hizo mucha gracia; ellos no sabían nada de inglés, así que en vez de puppy, me llamaban popy. Y yo me llamo Popy desde la guardería. En el colegio firmaba los exámenes como Popy Blasco; muchos profesores no me dejaban, me decían que tenía que poner José María Blasco González.

Tú y yo compartimos el mismo antecedente: nos formamos en Neo2, una revista que te da tanta libertad de expresión que al final uno, con veinte años, sin darse cuenta, acaba sentando las bases de su estilo. ¿No te parece?

Para mí, tanto Neo2 como Vanidad fueron una pasada. Nadie te decía “tú eres el de cine o tú eres el de música”, sino que podías escribir un poco, a finales de los noventa, de lo que te apetecía. Un día era una película, otro un diseñador de moda, y otro un artista que hacía una instalación no sé dónde. Y al final eso te daba un conocimiento muy amplio de varias disciplinas y te permitía estar como muy al tanto de todo. Luego es verdad que, aunque teníamos mucha libertad para escribir sobre lo que quisiéramos, no podíamos contar ciertas cosas. Si metía una ironía en algún texto me decían “no se trata de ser crítico, sino de vender lo que mola”. Y entiendo el punto promocional, pero yo abrí mi blog un poco en respuesta a eso, para decir lo que realmente pensaba de las cosas.

¿Y tu lector no podría pensar que en esas revistas no eras del todo sincero?

Sí, podría pensar eso, o que era suave, o que estaba siendo un poco melifluo en cierto sentido. Aunque yo creo que tanto los textos que escribía en prensa como los de mi blog tenían un poco mi sello; siempre intentaba dejar mi estilo de alguna manera. Pero ya te digo, para mí el blog fue como quitarme una losa de encima, que era la de la promoción.

¿Cómo ha evolucionado tu estilo?

Todo el mundo dice que ha cambiado mucho, muchísimo, mi manera de escribir. Yo no lo percibo, desde dentro me resulta más complicado verlo. (Piensa varios segundos en lo que acaba de decir). Pero es que claro, yo he crecido. O sea, me he hecho un hombre, y me imagino que la manera de escribir también envejece con uno, o madura, más que envejecer.

Lo que sin duda permanece en todos tus textos es la ironía. ¿La has aprendido con los años o te ha venido innata?

Yo creo que innato llevamos pocas cosas; casi todo es educacional, y varía según con quién te vas juntando, lo que te vas encontrando o tus gustos personales. Pero fíjate que mucha gente me ha comentado lo de la ironía, y sí que pienso que con el paso de los años cada vez soy menos irónico, porque el amor te suaviza mucho. Cuando encuentras a esa persona en tu vida, tiendes a ser menos cínico, menos sarcástico. Y mi estilo ha cambiado en ese sentido. Aunque obviamente, si lees la última entrada de mi blog, es posible que encuentres algo de sarcasmo, porque bueno, lo llevas dentro. No sé si de serie o también por mi generación. Son muchos factores: los escritores que uno ha leído, los músicos que uno ha escuchado… todo influye en tu ironía.

Lo que a muchos nos pasa, no sé si a ti también, es que los años te obligan a plantearte aquello que antes criticabas. Por ejemplo, yo era muy purista, y relacionaba ser forofo del fútbol y de la prensa rosa con ser estúpido.

No te preocupes, de pequeño yo también era antimilitarista y antitaurino. Ahora también lo soy en cierto modo, pero luego resulta que te presentan a alguien que es militar y lo ves desde otro punto de vista. O conoces a alguien que vive los toros de otra manera, aunque te niegues a que maten toros en un espacio público o privado. Pero es como que te vas abriendo un poco más al mundo, y eso hace que dejes de ser tan ignorante como para rechazarlo todo de pleno. De eso va la sabiduría. Uno es sabio cuando entiende todos los puntos de vista y al final le cuesta tener uno propio, porque es dúctil, ¿no? De todas formas, con lo que tú dices de la prensa rosa, es que yo no distingo entre alta y baja cultura. Y distinguir entre esos dos conceptos revela más prejuicios que otra cosa, prejuicios que además provienen siempre de la inseguridad de uno mismo. Cuando tú no estás seguro de tu bagaje intelectual, te tienes que posicionar y adoptar la pose de yo no veo la tele. Pero fíjate, yo leo a los escritores rusos y luego veo Sálvame, y una cosa es compatible con la otra.

Yo creo que Belén Esteban es un poco el reflejo de la ambición que hay a día de hoy. Se casó con un torero y aprovechó la relación para construir una carrera televisiva que nunca ha decaído. De hecho, a mí me parece un auténtico monstruo del espectáculo.

Fíjate, yo creo que el reflejo de esto que nos han inculcado desde pequeños, de que tienes que llegar a ser alguien, o que tienes que triunfar y tener éxito, se ve más en los creadores de startups que en Belén Esteban. Todo ese tema de montar una empresa y que te la compren, y que te vayas a Silicon Valley a comerte el mundo, ¿sabes? Al final, Belén Esteban es, como tú dices, un monstruo televisivo, porque representa la realidad descarnada, tanto para bien como para mal. O sea, tú en Belén Esteban reconoces todos los defectos y virtudes del ser humano, al desnudo. Y produce mucho rechazo, pero al mismo tiempo una gran fascinación. Ese es el truco de personajes como estos. Yo, realmente, cuando aparece en televisión, es que me quedo hipnotizado; no puedo parar de mirarla. Cómo se explica, lo que cuenta… La gente que critica a Belén Esteban es porque ha visto en sus defectos algo que ellos tienen.
 


 
Sería imposible entrevistarte sin mencionar la ciudad de la que tanto has escrito. ¿Cómo ha cambiado Madrid en los últimos veinte años?

La verdad es que Madrid sigue siendo la misma chatarra que funciona. Es una ciudad de la que todos nos quejamos, pero no deja de ser nuestro tablajero de ajedrez: nos movemos constantemente en él, y tiene un poder hierático. Tampoco somos nada de valorar el momento actual de la ciudad, siempre la valoramos a toro pasado. En los noventa decíamos que lo mejor eran los ochenta, en el dos mil pensábamos que la era club kid de la explosión del house fue lo más. Y en 2017 echamos de menos a los travestis de 2010. No somos capaces de disfrutar de Madrid en el momento; yo sí, y creo que ahora es el mejor momento de todos. O sea, realmente, con el gobierno de Manuela Carmena, ha habido un resurgir brutal. Hay muchísimos happenings, ha vuelto la performance a la ciudad, y como siempre, está lleno de gente de fuera que viene a Madrid a comerse el mundo, a empezar desde cero.

Tengo la sensación de que Madrid es como esa chica que se ha cortado el pelo, justamente, para empezar desde cero y olvidar a su ex.

Sí, es verdad (sonríe). Es como cuando te tiñes el pelo de un color llamativo para cambiar de aires. De repente Madrid es esa chica con el look cambiado. Y bueno, a mí me fascinaron los Reyes Magos de 2015; aquel día tuve tan claro que Madrid era eso, que Madrid se había teñido el pelo de otro color. Es increíble ver cambios tan sutiles, y cómo molestan tanto a la oposición.

¿Qué opinas del polémico cartel de Narcos en la Puerta del Sol?

Me encanta la publicidad que provoca. Yo no veo Narcos, porque me parece una serie poco interesante, pero aquel cartel era una pasada. Es como la publicidad que hacía Oliviero Toscani para Benetton, de un cura y una monja besándose, o de un feto en un parto. Esa es la única manera de despertar a la gente, y me resulta divertido. Además, que un cartel levante iras políticas de un lado y de otro quiere decir que la publicidad ha funcionado. No sé cuál será la agencia, pero va por muy buen camino.

Este verano programaste un ciclo de cine en Cibeles. ¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza meterte en política? Se te daría muy bien el puesto de concejal de Cultura.

Pues no. Y me choca muchísimo cuando veo en equipos de cultura a gente que bajo mi punto de vista no es muy válida. Me choca, porque pienso que para estar ahí necesitas un nivel de conocimiento que va más allá de lo que uno cree que es cultura general. Entonces, si a mí me lo propusieran, les diría “¿estáis seguros? ¿De verdad no hay nadie más preparado que yo para este puesto?”. ¡Incluso me veo demasiado joven! Pero en un momento dado, más adelante, cuando tenga una trayectoria que me avale de otra manera, claro que me encantaría, porque uno siempre piensa en cómo haría los ciclos de cine, qué obras de teatro organizaría, en qué lugares. Todos tenemos dentro un programador, un curator. Un comisario. ¿Quién no?