Qué hay detrás de las musas

22 / 01 / 2021
POR Román Aday

Un repaso al concepto de musa, desde su origen en la mitología griega hasta su conversión desde la cultura popular en la figura de la mujer idealizada. 

Fotografía Helmut Newton

“Y yo me vuelvo a casa, habiendo perdido su amor. Y escribo este libro”. Así termina ‘Los Subterráneos’, del Jack Kerouac, una novela corta que escribió en tres días y en la que describe su propia ruptura amorosa. Es el perfecto ejemplo del arte como método curativo. Narrar el sufrimiento para convertirlo en algo más trascendente y hacerlo desaparecer. Y es también el clásico arquetipo de la musa y de la creación artística. A Kerouac lo abandonan, ella se ha ido… ese dolor es inspirador y él a cambio termina con una pequeña obra maestra. Pero el concepto de musa, en sus orígenes, no tenía nada que ver con esta idea. Ellas ni dolían, ni estaban lejos, ni eran inalcanzables.

Una forma de hablar de lo más bonito

En sus orígenes, Zeus creó el mundo y preguntó a los demás dioses si creían que se había olvidado de hacer alguna cosa. Le dijeron que sí, que faltaba algo capaz de expresar toda la belleza de aquella producción, algo que alabara ese mundo. Y así aparecen las Nueve Musas. Deidades, diosas con la función de inspirar a los auténticos artistas. O, dicho de una forma más exacta, de raptarlos.

‘Hesíodo y las musas’, de Gustave Moreau

“¡Venid aquí musas, desde vuestra morada celeste!” Así las invocaba la poetisa griega Safo. Este detalle es importante, porque nos dice que a las musas se las llama, no se las encuentra. La suya es una gracia que hay que merecerse. En los poemas griegos aparece siempre la misma idea: el creador no es más que un recipiente. Si el poeta o el músico es realmente bueno, si aquello que va a producir tiene el don y está tocado de verdad, belleza y significado, en ese caso el artista no es más que el cuerpo humano a través del cual se expresan las diosas, las musas. Su obra no es de su propiedad, es sagrada.

Walter F. Otto -uno de los estudiosos más importantes sobre el tema- dijo que las musas traen el canto de “lo divino que hay en el mundo”. Porque cuando raptan a un artista, este pronuncia todo aquello que merece la pena ser dicho. Lo más hermoso e importante, y lo más terrible. Lo que tiene la capacidad de trascender el tiempo y la persona y permanecer. 

El largo camino a la romantización

Con la caída de la cultura clásica, la figura de la musa deja de ser la de una deidad superior y se convierte en algo concreto, adoptando forma humana de mujer, con nombres y apellidos. Probablemente la más famosa de todos los tiempos fuese Beatriz Portinari, la enamorada de Dante Alghieri, que inspiró su “Divina Comedia”. 

Aunque ahora la musa pasase a ser humana, Dante -y todos los demás artistas- trataron de imitar la idea griega: incentivaron la idealización de la amada. Esta ya no era de carne y hueso, era prácticamente divina. Algo, también, muy propio del enamoramiento romántico: el ver perfección donde solo hay fantasmas. El nombre de Beatriz fue inventado, como un secreto. Algunos consideran que el personaje existió en la vida real, otros estudiosos apuntan a que pudo ser una invención más del propio Dante. 

‘Beatrize’, de William Dyce

De ahí que exista un amplio abanico de críticas al concepto de musa desde las posturas feministas. Y resulta sencillo de entender: en un principio parecía que el centro estaba en la figura de la mujer, como una forma de valorarla o enaltecerla. Pero esto no era más que un espejismo. El centro seguía estando en el hombre, que era quien tenía el deber o el espacio de ser artista. Y de situarla en un espacio divino que no le correspondía.

Ilustración de ‘La divina comedia’ por Gustave Doré

Lo verdaderamente interesante de las Musas en la mitología griega era que diferenciaban al artesano del artista. Al que tenía técnica o maña del que de verdad construía algo de valor. Las musas eran un sinónimo de tener duende. Del talento verdadero. Y dicen, también, una cosa más: que el arte tiene algo que escapa de todo, incluso de quien lo crea. Como si las obras realmente buenas dejaran de ser de sus propios autores, porque estos fuesen incapaces de merecerlas o de repetirlas.