Corsés y miriñaques para representar a mujeres incómodas que incomodan en una colección que invita a poner los márgenes de clase y de género, pero también geográficos, en el centro.
De herencia puertorriqueña pero criada en Milwaukee, Wisconsin, Elena Velez, recién nominada como una de las finalistas al Premio LVMH 2024, acaba de presentar en la Semana de la Moda de Nueva York una colección que homenajea la figura de Scarlett O’Hara, mujer que en el contexto de la guerra de la independiencia de los Estados Unidos y su posterior recuperación, entre 1860 y 1870, recoge los pedazos de ‘Lo que el viento se llevó’ y consolida con tesón y voluntad su identidad fuerte y desafiante.
Una mujer que no podía votar, ni trabajar, y cuyos derechos legales y de propiedad quedaban en manos de los hombres, tutores legales que la mantenían en un limbo infantilizado de por vida; pero que cosechó la tierra con sus propias manos, se dedicó al comercio clandestino y al contrabando o se casó estratégicamente para asegurar la supervivencia de su familia.
«Esta no es una temporada comercial para mí, es más bien un ejercicio de construcción de mundo», ha declarado Velez. Un imaginario que sitúa a la mujer del medio oeste en la isla de Manhattan. Como nativa de Milwaukee, la diseñadora explora lo que ella llama «desprecio geográfico», una marca de clase definida por el lugar de nacimiento. «Estoy pidiendo una representación más multidimensional de la feminidad, buena y mala; una que acepte la difícil, complicada, fea verdad de ser mujer como parte de la belleza que nos hace completas y completas y 360. Es un viaje de personaje que a veces pasa por un viaje de antagonista, pero que finalmente se resuelve con significado y buena voluntad».
La presentación no fue sobre la pasarela, sino en una salón íntimo, en el que en lugar de la cuota mínima de celebrities neoyorkinos, los invitados que por allí desfilaron eran amistades de la diseñadora y que ella misma define como «postmodernos… post-belleza, post-despiertos«. Quizá una tribu de post-neorománticos, que miran con nostalgia a la década de 1980, pero también a otras anteriores, como la era victoriana. De ahí ese toque tiktoquero a lo «coquette», con crinolinas y corsés, confeccionados con «sedas caras y humildes acetatos, cortinas baratas, un par de retazos…».
Un viaje al pasado que trasciende la moda y sitúa a la vestimenta en un marco en el que el género, la clase y el lugar de origen se colocan en el centro. Con O’Hara como el recuerdo de una figura que, a pesar de los obstáculos y las críticas, se levanta, desempolva sus harapientos vestidos, y traza su propio camino.
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