Luna Miguel y la ilusión por un ladrido

25 / 02 / 2020
POR Marisa Fatás

Hablamos con la autora de ‘El coloquio de las perras’ sobre el maldistismo de las mujeres, la sororidad, las genealogías o la subjetividad en la literatura.

‘El coloquio de las perras’ (Capitan Swing, 2019) es un ladrido precioso y feroz contra ese canon literario tan sesgado y tullido. «Hay rabia, porque lo que me trae hasta aquí es un catálogo de ausencias. Un ajuste de cuentas con eso que la novelista estadounidense Joanna Russ llamaba elegantemente ‘represión’ de la escritura hecha por mujeres, pero que hasta hoy se me ha antojado más como un pisoteo», escribe Luna Miguel en la primera página del prólogo.

Lo que no se nombra, no existe. Luna lo sabe y comienza a citar: Elena Garro (Puebla, México), Rosario Ferré (Ponce, Puerto Rico), Pita Amor (Ciudad de México, México), Alcira Soust Scaffo (Durazno, México), Aurora Bernárdez (Buenos Aires, Argentina), Gabriela Mistral (Vicuña, Chile), Agustina González (Granada, España), María Emilia Cornejo (Lima, Perú), Eunice Odio (San José, Costa Rica), Marvel Moreno (Barranquilla), Victoria Santa Cruz (La Victoria, Perú) y Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Argentina). Todas son las protagonistas de este ensayo en el que la autora experimenta con el género, incluyendo pinceladas del periodismo o la memoria, así como cartas personales a cada una de las escritoras nombradas.

‘El coloquio de las perras’ -título que toma prestado de un cuento de Rosario Ferré escrito en 1990- no solo bucea en la historia de la literatura en español hecha por mujeres, también nos ofrece una panorámica de las letras actuales: de lo que supuso el estallido del #MeToo, del #8M en 2018, de los mecanismos del ‘escritor macho’ para mantener su privilegio, de los festivales literarios a ambos lados del charco o del malditismo y el estigma de la locura. En fin, un libro bonito -por la prosa de Luna, su habilidad para expresar y generar sentimientos; por las epístolas a cada una de esas mujeres o por sus confesiones generosas e inesperadas- y útil -porque nos ayuda a construir genealogías, porque deja una puerta abierta, porque funciona como una guía-.

Con ‘El coloquio de las perras’ te has sumergido en la obra y la vida de doce autoras, originarias de ocho países distintos, repartidas entre dos continentes y también entre dos siglos. ¿Qué ha sido lo más sorprendente del viaje?

Lo más sorprendente (y frustrante, aunque en un buen sentido) ha sido darme cuenta de que nunca podré leer todo lo que mujeres que escribían en mi idioma han escrito. Me refiero a que leer a una me llevaba a otra, y luego a otra, y luego a otra, y luego a querer saber más.

Seguramente habrás tenido que renunciar a escribir sobre literatas desconocidas para gran parte del público. ¿Tienes pensado trabajar con ese material?

Exacto: de toda esta inmersión en la literatura de mujeres que escribieron en español durante el siglo XX hay muchos nombres a los que quisiera haber investigado o leído con mucha más cercanía: Glauce Baldovin, Rosario Castellanos, Josefina de la Torre, Enriqueta Ochoa, Ana Ilce Gómez, y un larguísimo etc. No sé si trabajaré ese material, lo que sí haré será seguir leyendo y compartiendo en mis redes o en mis artículos. Después de ‘El coloquio de las perras’ me he metido de lleno en la investigación de la literatura erótica o amorosa escrita por mujeres. En este sentido, la escritura de María Emilia Cornejo o Marvel Moreno siguen obsesionándome mucho.

Las autoras que recoges en ‘El coloquio de las perras’ han pasado a nuestros días como “piezas sueltas y raras” y planea sobre su recuerdo el malditismo tan asociado a la escritura de mujeres. ¿Hasta qué punto esa visión sesgada ha evolucionado?

Patricia de Souza escribió mucho sobre este “peso” de la figura de la escritora maldita. ¿Pero qué quiere decir en el caso de ellas eso de que sean malditas? Que estaban locas, que estaban solas, que su literatura no era demasiado importante ni influyente en su época (cuando muchas fueron plagiadas por compañeros) y por lo tanto tampoco para épocas futuras. Despreciábamos a esas escritoras porque tuvieron vidas diferentes a las que se esperaba de una mujer, por suerte, el trabajo de muchas escritoras contemporáneas para romper moldes y para reivindicar a quienes escribieron antes que nosotras, está llevándonos a un lugar mucho más libre para nuestra creación, no sin tener que luchar casi a diario contra ciertas etiquetas y estereotipos…

Es curioso cómo, a pesar de la soledad y el anonimato, tantas mujeres escriben en la sombra, sin que esa labor creadora sea reconocida o remunerada. ¿Es sanadora la escritura?

Para quien ama la literatura (hacerla), escribir es un dolor, un placer, una reparación, un tormento, “el modo de existencia más intenso que conozco”, que decía Ernesto Castro para el proyecto #ECRIRW que gestiono con Antonio J. Rodríguez; o algo “inevitable”, que decía Elizabeth Duval; o “una forma de ternura”, que decía Blandine Rinkel; o incluso “una cruz”, según Cristina Morales. Concuerdo con todos ellos, y deseo que, cada vez más, las mujeres que desean y necesitan escribir puedan hacerlo sin trágicas censuras como las que pesaron sobre algunas de las autoras que recojo en el libro.

Lo autobiográfico y lo íntimo en la literatura femenina han sido tradicionalmente un obstáculo para formar parte de ese canon masculinizado y llamado universal. ¿Cómo son esas actitudes misóginas hoy?

Cito una frase de Chris Kraus recogida a su vez por Olivia Sujdic (cuyo ensayo, ‘Expuesta’, Alpha Decay, 2019), creo que puede responder a tu pregunta mejor que yo: “¿Por qué todos piensan que las mujeres se degradan a sí mismas cuando exponen las condiciones de su degradación?”.

Es paradójico cómo a pesar de esa subjetividad asociada a las mujeres, la literatura femenina cada vez más incluye en su discurso la diferencia de pensamiento, de raza, de clase o de género.

Es que la narración de una subjetividad no es incompatible con la intención política de su narradora. Que todo lo personal es político, ok, y tal vez por eso sea tan interesante leer hoy a Cristina Morales, Heather Christle, Koleka Putuma, Alana Portero, Leila Slimani, Gabriela Wiene, Danez Smith, Olivia Teroba… por citar sólo a unxs cuantxs autorxs de distintas geografías que a mi juicio escriben siendo muy conscientes de sus privilegios y también de sus vulnerabilidades.

La idea de hermandad le roba terreno al mito de la competitividad natural entre mujeres. En el libro, por ejemplo, la relación entre Rosario Ferré y Marvel Moreno es un caso inspirador. ¿Cómo es hoy la solidaridad entre compañeras en la industria editorial?

Siempre nos “invitan” a separarnos. Recuerdo mucho conversaciones con escritores intentando enfrentarme a otras escritoras. Durante muchos años nos pasó a María Sánchez y a mí. Lo hemos hablado bastante, cómo ciertos poetas mayores que nosotras nos metían paja en la cabeza sobre la otra: que si te copia, que si habló mal de ti, que si no ves que es una amenaza… Esto sigue pasando. Algunos críticos siguen escribiendo reseñas sobre Rosa Berbel tratando de confrontarla con la figura de Carmen Jodra. Parece que tengan ganas de que nos arañemos, porque lo que de verdad les da miedo es que confiemos en nuestros respectivos trabajos y nos apoyemos. Y eso es lo que está pasando, que nos apoyamos, incluso si no tenemos las mismas ideas o si nuestras poéticas son radicalmente diferentes. Eso es la sororidad: ser honestas las unas con las otras, y no dejar pasar al que quiera venir a dar por saco con su ego o su babosidad.

En el capítulo sobre Marvel Moreno, un epígrafe afirma que “los escritores no saben contar a las mujeres”. Esta idea también tiene protagonismo en ‘Una habitación propia’, de Virginia Woolf, escrita ya hace 90 años. ¿Cómo escriben los hombres del 2020 sobre la figura femenina?

Voy a tener que citar a uno de mis escritores favoritos actualmente. Y si lo es se debe en parte al modo que tiene de escribir personajes y narradoras femeninas. Gonzalo Torné, tanto en Hilos de sangre como en la recién publicada El corazón de la fiesta, crea unos personajes muy interesantes. En la presentación de Barcelona, cuando Ignacio Echevarría le preguntó que cómo había sido capaz de hablar así de la sexualidad de una de sus protagonistas, él alabó el trabajo de las autoras más jóvenes que él, en cuya literatura el sexo no es ya un tabú, y de quienes ha aprendido mucho (en ese comentario vi reflejada a Cristina Morales, a Lucía Baskaran, a Anna Pacheco, o incluso me pude reconocer a mí misma, lo cual me conmovió). Que un escritor hombre —que no macho, en este caso— con cierto reconocimiento y alcance sea capaz de entablar conversación intelectual y literaria con escritoras más jóvenes que él, sin ser paternalista y condescendiente, me parece una de las posibles claves para que ese escritor logre con su propia literatura llegar donde otros compañeros de profesión no lo han hecho. Pero por poner otro ejemplo más, creo que un autor como Jeffrey Eugenides también ha escrito novelas alucinantes con personajes femeninos potentísimos. Me encantaría saber más acerca de su proceso creativo.

Hablas de la relación con tu abuela Chus y de lo que ese salto generacional entraña en vuestros respectivos compromisos con el feminismo. También en otro momento explicas abiertamente cómo durante años, y por prejuicios, no has leído a las escritoras antecesoras de habla hispana.

Sí. Crecí leyendo manuales de literatura española en los que no había mujeres. Antologías de literatura española en los que no había mujeres. Cuando leía a hombres, no citaban a mujeres. Cuando entrevistaban a editores importantes de nuestro país, no citaban a mujeres. Por lo tanto ese odio, o ese vacío, o esa ignorancia hacia lo que ellas hicieron, creció en mí, hasta que tuve que ponerle fin (y todavía sigo en ello porque la reparación será larga, claro).

En la carta a Agustina González reservas espacio para la poesía femenina española. ¿Qué momento vive el género?

La poesía española contemporánea está llena de voces imprescindibles, y curiosamente la gran mayoría, por no decir todas, pertenecen a mujeres: Chantal Maillard, Julieta Valero, Ana Rossetti, Miriam Reyes, Ángela Segovia, Berta García Faet, Chus Pato, Elizabeth Duval, Elena Medel, Sara Torres… Quien diga que en España no hay buenas poetas, es directamente un ignorante.