Entrevistamos al joven escritor con motivo de la publicación de “Lo suficientemente rápido”, título con el que debuta en la escena literaria, de la mano de una narración costumbrista desde la que se nos invita a sumergirnos en las inquietudes y problemáticas que surgen en torno al siempre complejo salto de la juventud a la edad adulta.
Esta era una entrevista que manteníamos pendiente desde el mismo momento en el que Román Aday (A Coruña, 1992) publicaba, hace ya unos cuantos meses, Lo suficientemente rápido (Editorial Dieciséis, 2022). Una entrevista que se fue postergando, ni más ni menos que a razón del miedo. Miedo que es el mismo que justifica, junto a la mera apatía, el comportamiento que sostienen los miembros de esta suerte de nueva generación perdida que encontraremos protagonizando este relato, en un reflejo mismo de la misma generación de jóvenes que, de punta a punta del país, tratan día a día de empezar a abrirse camino en su nueva etapa ante la vida. Miedo, miedo que es el mismo miedo que alimenta el ritmo frenético de estos modelos de vida que nos mantienen permanentemente acelerados, impidiéndonos, como nos apunta el mismo Aday —y él mismo reconoce que así le ocurre—, parar un momento para reflexionar sobre el sentido que queremos imprimirle a nuestras vidas. “Si tuviese más tiempo, al igual me planteaba este tipo de preguntas”, nos confiesa el escritor, a lo largo de esta entrevista que finalmente termina viendo la luz, una vez que logramos superar nuestro propio miedo a detenernos y conseguimos valernos de ese tiempo necesario para plantear esta serie de preguntas. Unas cuestiones que, más allá de su relación con el libro —de tan fácil lectura como complejo trasfondo—, no harán más que terminar por forzarnos a ponernos frente al espejo de quienes somos. Un ejercicio nada sencillo de realizar, puesto que ¿quién prefiere ver la discoteca con las luces encendidas a apagadas? ¿quién quiere pararse en mitad de la pista mientras todo el mundo baila? ¿quién, en definitiva, tiene la fuerza necesaria para atreverse a detener esa fiesta autocomplaciente en la que giramos nuestras vidas, para preferir darse un baño de cruda realidad?
Se trata esta, si no me equivoco, de tu primera novela. Poniendo primeramente el foco de atención en ti, antes de empezar a desgranar las páginas de tu libro, ¿por qué te decidiste a dar este paso y a querer escribir y compartir esta historia? ¿qué necesidad o qué pulsión es la que te llevó a querer salir a contar lo que cuentas en esta “Lo suficientemente rápido”?
La verdad es que no lo tengo claro todavía ni a día de hoy. Siempre me ha gustado escribir, y siempre quise escribir ficción; así que cuando vi que en Editorial 16 sacaban una convocatoria de novela me lancé, y eso que no tenía nada hecho. Recordé que, con 24 añitos, había escrito unas páginas sobre alguien que era comercial en una ONG, y aunque eran malísimas, algo de todo aquello se me había quedado dentro… Una idea. Y me puse con eso. Aunque si te digo la verdad, no lo pensé demasiado en ningún momento… Ha sido un proyecto construido casi enteramente por instinto.
¿Sobre a qué apuntarías que, en sus líneas más generales, entra a tratar este libro, y dentro de qué género literario entiendes que deberíamos situarlo?
Pues en el género de las novelas no demasiado aburridas, espero (risas).
Y de una manera ya más concreta, ¿cómo explicarías al lector lo que va a encontrar entre estas páginas? ¿sobre qué trata esta historia?
Básicamente la novela trata de la caída en la edad adulta, y ya de manera más específica, esta es la historia de Fran; un comercial de una ONG que no está demasiado contento con su vida. Una especie de tipo cínico, un poco aburrido o desilusionado con todo diría yo, que no quiere enfrentarse al sinfín de cosas que le rodean, que son un asco y de las que no puede desligarse. Diría que va de eso.
Empezando por lo más superficial de tu obra, para desde ahí tratar ya de entrar a tocar los principales temas que, entiendo, tocas de una manera y de otra a lo largo de todo su desarrollo, nos encontramos como mensaje de bienvenida con este título, que ya nos puede hasta crear una cierta sensación de desazón; como de que estemos perdiéndonos algo solo con el mero hecho de detenernos un instante a leerlo.
De toda la novela, creo que esto es lo único que sí llegué a detenerme a pensar y a querer dotar de un sentido para el libro. La idea que en definitiva descansa tras el título es que a veces hay un montón de cosas en tu vida que tienes que arreglar y que no quieres arreglar. Por lo que sea. Entonces te nace esa sensación de que si vas lo suficientemente rápido nada de todo eso te va a lograr alcanzar. Ni los remordimientos, ni la culpa, ni los celos, ni las dudas, ni los miedos… nada. Es esa sensación como de que si aceleras lo suficiente, no vas a tener que comerte todo lo que hiciste mal y por lo que no te apetece pedir perdón.
Fran, el protagonista de este relato, es un joven de A Coruña que acaba de graduarse en Filosofía. Román Aday, el escritor de este relato, es un joven de A Coruña graduado en Filosofía. ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de autobiográfico detrás de este relato?
Bueno, llega un punto en el que esa posible relación se desdibuja, porque la vida, si te soy sincero, es una cosa que carece de todo sentido dramático, y un libro tiene que tener ese sentido dramático. Así que por muy autobiográfica que uno quiera terminar haciendo una novela, al final va a tener que meter elementos de ficción o unos giros en algún momento. La vida cotidiana está en ese sentido muy mal pensada; resulta poco cinematográfica. Y con esto te quiero decir que si el libro estuviese o no basado en mi vida, al final daría completamente igual, porque estaría totalmente desdibujada.
Ligero en sus formas y en su lenguaje, sus capítulos descansan sobre un ya no tan suave trasfondo en el que nos presentas como protagonista del libro, tratando de generalizar y de extrapolar su contenido, más allá de al susodicho Fran, a toda una generación de jóvenes bastante perdidos, asustados y diría que con mucho miedo de afrontar la realidad en la que se mueven. Un miedo al que, siéndote sincero, es al que encuentro como auténtico protagonista de este libro. ¿Sería quizás este miedo al que apunto el gran lazo de unión que terminan compartiendo todos y cada uno de los distintos personajes que vamos a encontrarnos a lo largo de esta historia? ¿O a qué manera de “afrontar la vida” apuntarías que pudieran compartir todos ellos?
Apuntaría a que ninguno de ellos es que espere demasiado de la vida, y a que tampoco le piden nada. Con esto me parece que toda la historia termina teniendo un punto ciertamente gris, como de aceptación de un mundo que resulta cutre y triste. Pero tampoco es que resulte en una manera depresiva de afrontar la vida, sino que yo veo su actitud como muy irónica, muy pasota, aunque aso sí un poco desesperanzada. Esto lo descubriremos a lo largo de un libro que pienso que también está bastante lleno de humor y de chistes buenos, en lo que al final resume un poco la actitud que yo mismo tengo ante la vida, y también la que tiene la gente que me rodea. Como de que todo puede ser bastante ruinoso, pero al menos vamos a tratar de sacarle punta a eso.
¿Pero y coincides entonces a la hora de ver a las nuevas generaciones de este modo? ¿como a jóvenes que andan como pollos sin cabeza tratando de distraerse con los ruidos y los brillos y las falsas promesas que la vida les presenta, antes que preferir pararse a reflexionar, aunque solo sea un instante, sobre ella; porque, quizás entonces y solo entonces, deban hacer frente a una realidad y a una vida que no les gusta en absoluto y que no quieren llevar?
Yo ya no sé como veo a las jóvenes generaciones. En nada cumplo 31, y lo que sí veo es que ya no me preocupan las mismas cosas que a los nuevos jóvenes, o eso creo. Pero sí que veo a alguna gente de mi edad justo así, como pollos sin cabeza.
Retomando ese paralelismo al que he tratado de enfrentarte entre Fran y tú, ¿hasta que punto diríais que os parecéis y que os diferenciáis? ¿cómo lo describirías a él, y como te describirías a ti en comparación?
Puf, no lo sé. Él me da mucha rabia la verdad (risas). Supongo también que porque cuando llevas tanto tiempo con algo, o alguien, tan metido en la cabeza, una parte de ti le termina pillando un poco de manía o asco. Dicho esto, creo que los dos somos bastante irónicos aso sí, y, a día de hoy, por suerte, diría que es casi lo único que tenemos en común. Definiría a Fran como a un idiota de 24 años, y a mí como a un idiota de 31. Pero ya no vemos la vida de la misma manera.
En el momento en el que sitúas la novela, Fran es un recién licenciado que está empezando a dar sus primeros pasos en su nueva “vida de adulto”, y del que vas a compartirnos en detalle su manera de relacionarse en el terreno laboral, en el sentimental y en el familiar. Tres mundos distintos, ¿frente a los que quizás se enfrenta desde ese mismo miedo al que apuntaba, y frente a los que se encuentra completamente perdido? ¿O cómo dirías que, en líneas generales, Fran está abordando esos tres aspectos de su vida en este nuevo capítulo al que se está abriendo?
En el terreno laboral es que sencillamente coge lo que le echen. En cuanto al terreno sentimental, ahí creo que tiene muchos pájaros en la cabeza. Tiene miedo a perderse algo. Es como que trata de besar a todo el mundo porque no tiene claro quién va a ser el amor de su vida, algo así. Y ya en el familiar, pues es la evasión más absoluta.
Pasando a tratar de analizar estos tres campos a los que apuntaba, trabajo, relaciones y familia, la relación que con ellos establece Fran en un mayor detalle, y aprovechando ese viaje para abordar algunos de los interesantísimos temas que dejas al desnudo a lo largo del libro; la primera parada la hacemos en ese mundo laboral en el que Fran se encuentra trabajando como captador de fondos para una ONG. ¿Un buen ejemplo para ilustrar la precariedad laboral a la que deben enfrentarse los españoles recién graduados? ¿O realmente el que aquí, en España, no tiene un trabajo bien remunerado es porque no quiere, o porque no le pone las suficientes ganas, porque si se las pones, como le venden a Fran, nada es realmente imposible?
Claro, ahí está el choque. A lo largo de todo el relato siempre vamos a encontrar de fondo ese discurso de “si quieres puedes”, que choca frontalmente con el “yo no puedo hacer nada, ni cambiar nada”. Personalmente, depende del día pienso más una cosa o la otra, aunque está claro que si quieres algo tienes, como mínimo, que mover el culo del sofá. Pero hay que saber que es que tampoco eso te va a garantizar una mierda. Y en cuanto a la situación laboral, la verdad es que yo solo me he encontrado migajas y miserias. También algún golpe de buena suerte, que es a lo máximo a lo que aspiro últimamente la verdad.
Será el mundo dentro de esta ONG al que vas a colocar como una parte esencial de lo que va a ser la vida del protagonista de nuestro relato. Una ONG en la que todo será, sin querer entrar a realizar ningún “spoiler”, bastante truculento. ¿Realmente son así estas organizaciones y esta es su manera de operar, tanto interna como externamente?¿Hasta que punto has conocido en detalle su funcionamiento?
Buenos, digamos solamente que yo no me haría en la vida socio de una ONG a menos que la conociese muy bien por dentro…
Bueno, y teniendo esto en consideración, ¿cuál es el mensaje entonces que estás tratado de hacerles llegar a todos esos jóvenes que son captadores y que trabajan en una de estas ONG, a los que no lo son pero se lo plantean, y también a esas personas que colaboran con su dinero de las ONG que cuentan con estos equipos como vía para “comercializar” las donaciones?
Tampoco es que estuvieses tratando de hacer llegar ningún mensaje a nadie de manera velada la verdad, pero si tuviera que presentar uno, supongo que sería el de que “esto también es un negocio”.
¿Entonces crees ciertamente que, como dejas bien puesto de manifiesto en el libro, la caridad es, sobre todo y ante todo, un negocio; un muy lucrativo negocio?
No necesariamente; y también me gustaría aquí plantear una distinción, porque una cosa es caridad y otra la solidaridad. Y se puede plantear una estructura que sea solidaria y que funcione, obvio que sí. Pero es raro que eso pase, por lo menos cuando esa estructura alcanza un cierto renombre. Yo al final he tenido contacto con varias ONG y he sido voluntario también en alguna, y lo que he visto es que los sitios pequeños suelen funcionar bien, y que el problema está más en las grandes estructuras, donde hay que garantizar una serie de buenos sueldos y cosas de ese tipo. Cuando algo se hace grande, por lo general, se llena de mierda siempre.
Y más allá de su propia ambientación, ¿de qué alegoría sería representativo este microcosmos que construyes en torno a la oficina y a los equipos de esta ficticia ONG? Porque por su estructura y su manera de operar, podría ser bien un reflejo desde el modo de funcionar de cualquier otra empresa, a la de un partido político o, siendo algo más amplios, incluso del funcionamiento de las mismas instituciones del estado o de la misma sociedad.
No sé tampoco si iría tan lejos. Toda la parte del trabajo lo que sí reconozco es que me parece la más divertida del libro, porque también es la que me ha dejado ser más irónico en muchos sentidos. Creo que todos los trabajos tienen ese punto de mentira, sobre todo los que están más enfocados a una parte más comercial o a la venta directa; porque en ellos tienes que actuar como si supieses perfectamente qué estás haciendo, cuando creo que muchas veces, o no tienes ni idea, o no te importa demasiado, por lo menos así ha sido en mi caso. Y creo que ese microcosmos sí es extrapolable a otros microcosmos.
Para puntualizar, con lo anterior quería especialmente señalar a ese paralelismo que se presenta entre esta “mendicidad” de la solidaridad que practican desde las calles determinadas ONG, como a las que apuntas en el libro, con esa otra “mendicidad” institucionalizada mediante la que se nos reclama que con nuestros impuestos financiemos la educación y la sanidad del país; porque y ¿quién podría negarse a contribuir a eso? A financiar unos muy loables fines todos ellos, pero para los que entre medias, como en el caso que nos ilustras en la novela, siempre están los que sacan su buena tajada. ¿Crees que existiría por tanto ese paralelismo, o rechazas que puedan equipararse ambos extremos? Y en cualquier caso, ¿cómo tratar entonces de no ser los “primos” de estos engaños?
Bueno la única solución decente para que no te engañen, es irse a una isla con mucha comida y armas de todo tipo para que nadie te moleste (risas).
En conclusión, y para este caso concreto que nos ocupa, ¿eres entonces de la opinión de que deberíamos cuestionar el funcionamiento de todas las ONG, y la del estado?
A ver, por cuestionar, cada uno que cuestione lo que le dé la gana. En mi caso, yo estaría más a favor siempre de no creerse mucho a nadie ni a nada.
También con respecto a esta temática concreta, Fran se encuentra trabajando de captador mientras, apunta, sale “algo de lo mío”. Una consabida frase entre los recién graduados de todo el país. ¿Qué decirles entonces a todos esos jóvenes que siguen esperando por una vida mejor recitando ese mismo mantra?
Que mucha suerte, y que un abrazo muy fuerte.
El que sea esta la frase, “algo de lo mío”, que quizás mejor resuma el mercado laboral y la realidad social de nuestro país, ¿evidenciaría de algún modo ese gran engaño bajo el que se encuentran sometidas las nuevas generaciones, con las promesas que se les están ofreciendo desde ese gran negocio que no deja de ser también la educación?
Es que también cada caso es un mudo… y yo no puedo decir desde aquí qué es lo que les está pasando a 5 millones de jóvenes, o los que sean. La situación es deprimente, sí, pero creo que lleva siendo así de deprimente mucho tiempo. No recuerdo que nadie me dijeses nunca “a ti te va a ir bien en la vida”, por lo que, al menos en mi caso, este colapso era una cosa ya anticipada.
Tratando de puntualizar la pregunta anterior, ¿sería acaso equiparable el sistema educativo con el de cualquiera de estas ONG a las que pones en entredicho, como sistema desde el que solo se busca que compres el siguiente máster, el siguiente título, el siguiente curso, con la promesa de alcanzar ese paraíso de esa tan ansiada nueva vida mejor que se nos va abrir cuando consigamos trabajar “de lo nuestro”?
A ver, la educación es un negocio, eso está claro; y supongo que habrá unos tremendos mangantes ahí metidos… pero también me parece que mucha gente ya entiende que tener muchos títulos puede no servir absolutamente para nada. Y hay una burbuja educativa, sí; pero también hay por ahí cursos útiles.
La cuestión creo que está en que si tan bueno es el sistema educativo como se nos promete, ¿por qué la mayoría de los graduados no encuentran trabajo de lo que buscan? Y es más, si tan bien prepara el sistema a los jóvenes graduados, como Fran, ¿por qué la mayoría no sabe lidiar con el complejo camino que se les presenta cuando nunca llega a darse ese trabajar “de lo mío”? Porque parece que también de ahí vienen gran parte de los problemas de nuestro Fran, y de tantos otros jóvenes como él; del tener que afrontar que su título no es una llave a una vida mejor.
Pues porque es que no sé si es tan bueno el sistema como se nos promete. Pero en lo que respecta a mí, y a mi caso, que me metí a estudiar Filosofía, ya se me avisó, desde el día uno, que o me metía a profesor, o no tendría trabajo nunca. Y yo no quería ser profesor, así que sí que iba totalmente advertido de lo que me esperaba.
¿Y para el caso de Fran? Porque precisamente frente a esa falta de rumbo que se les presenta a los jóvenes tras haber finalizado el camino preconcebido para todo joven de hoy por la sociedad, que no es otra cosa que la obtención de un título universitario, es de donde percibo que sale buena parte de ese “miedo” que es el que deja a nuestro protagonista en una situación de eterna espera, frente a la que parece que no está sabiendo reaccionar.
En el caso de Fran, diría que es más porque se mezcla una idealización extrema de un amor que se fue, y una desilusión total ante la vida. Ha renunciado a cualquier tipo de expectativas vitales y está un poco a lo que le echen; por lo que no es tanto que tenga miedo, aunque algo de esto también hay, como más bien que todo le da igual. Que nada le apetece demasiado. El miedo te paraliza, pero también puede activarte, puede hacerte correr más rápido. En cambio la apatía te deja donde estás, y te puedes quedar ahí hasta que mueras si no viene alguien a decirte “qué estás haciendo imbécil con tu vida”, y que hay que espabilar a la de ya.
Pasando a poner ya el foco de atención justamente sobre ese terreno de lo sentimental al que has apuntado, abordando sus relaciones sentimentales, pero también con sus amigos, nos encontramos frente a un Fran que no sabe, o que no quiere, hablar consigo mismo. Que se rehuye. Que tiene miedo, de nuevo ese miedo que le percibo, ya no solo a ese futuro incierto al que apuntaba, sino también a la soledad. Extrapolándolo, ¿vivimos en una sociedad que, como Fran, huye con todas sus fuerzas de la soledad?
A ver la soledad hay que saber llevarla, eso es cierto. En este caso, está claro que él no se quiere quedar solo, y por eso necesita que las cosas vayan rápido, para no pensar. Y es que detenerse a pensar es una trampa muy jodida, porque por lo general no soluciona las cosas y solo hace más profundos los hoyos y tus propios abismos. Por eso entiendo que uno quiera estar en una perpetua fiesta; siempre entretenido. Lo que ya no sé es si eso es saludable. Para mí no lo fue.
Incidiendo sobre ese “miedo” por afrontar la vida al que apuntábamos, y sumándole ahora este nuevo “miedo” por la soledad, tanto para en su caso como para en el del resto de todos nosotros, ¿vivimos o sobrevivimos?
Bueno, eso creo que ya depende de las expectativas que maneje cada uno. Habrá gente que lo esté gozando y que esté exprimiendo de manera durísima su tiempo en este mundo, mientras que habrá otros que se comerán el día entre Youtube y el curro y cuatro cosas más. E igual al final los dos lo están disfrutando al mismo nivel, eso es muy personal.
¿Y qué dice ahí el que la gran ambición de todos, de la amplia parte de la sociedad de hoy, de Fran y de todo el círculo que le rodea, esté en el querer ganar dinero; en ese “hambre” desbordada de dinero? ¿Dónde ha quedado la juventud de los ideales?
Mi amiga Elvira dice que los ideales están muy bien hasta que hay que pagar facturas. Se lo copio.
Siguiendo con el tema de los ideales, hacen aquí también su aparición las redes sociales como esa nueva vara de medir nuestro éxito a partir de nuestro número de seguidores. ¿Crees que las redes y los seguidores han hasta incluso sustituido a ese “hambre de dinero” como medidor del éxito, o que más bien desde las nuevas generaciones se entienden como magnitudes conectadas?
Seguramente sí se entiendan como magnitudes conectadas, al menos sí para alguna gente; especialmente entre los que se dedican a crear contenido, que se les nota la preocupación cuando les baja la audiencia. Pero es que ciertamente el estar conectados, a través de las redes sociales, no significa realmente nada. Solo que hay gente que anda cotilleando a ver qué haces, generalmente por aburrimiento. Para mí, lo más útil que pude hacer fue empezar a pensar, como hice hace unos años, que todo lo que yo hiciese le importaba una mierda al resto del mundo. Para mí fue algo curativo, lo juro.
Y el que ahora en gran medida nuestra proyección y lo que valemos, a ojos de los demás y hasta incluso para la hora de conseguir un trabajo, se termine por cuantificar en nuestro número de seguidores y de “likes” en las redes sociales, ¿qué dice de nosotros como sociedad?
Nada bueno supongo. Pero también prefiero esto a la Inquisición o a la Guerra Mundial, así que supongo que quizás algo sí hemos avanzado… o no.
“No es nadie”, llega a apuntar Fran en el libro en referencia a una influencer, estableciendo un curioso paralelismo entre los que para él serían alguien, gente reconocida por sus aportaciones académicas o vinculada a ese mundo de la cultura institucionalizada, de los que no “son nadie”, la gente encumbrada por su número de seguidores. ¿Coincidirías a la hora de trazar esta misma frontera? ¿O qué sería para ti el “ser alguien” hoy?
Bueno ahí rompo una lanza por Fran, porque es que a veces la peña hace caso a lo que dice la gente en las redes sociales, y eso me parece raro. Pero para puntualizar, con esa frase me refiero más a que esa figura no es nadie para el personaje. Es decir, a mí si me asalta una duda existencial, lo último que se me ocurriría sería preguntar a un influencer o seguir un consejo de una figura pública de internet. Preguntaría a mis amigos o a mi familia. Esos que son alguien para mí, en lo que, obviamente, a su vez deja a mi círculo respondiendo a ese mismo “no es nadie” para el resto de personas.
Concretado el sentido de la cita, aún así se sigue respirando a lo largo del libro un claro sentido de animadversión de Fran hacia todo lo que es el mundo de los influencers. ¿Pero y resulta justo, y/o hasta adecuado, el entrar a valor mejor, como hace Fran, las opiniones de una persona atendiendo a si tiene estudios o a su número de másters? ¿No deja esto de ser una valoración igualmente clasista que la de atender a las mismas opiniones de una persona en función de si tiene más o menos seguidores? ¿Por qué debemos entender que los títulos universitarios sí son una buena vara de medir la integridad o la inteligencia o la calidad humana de una persona? Porque casos para ilustrar lo contrario creo que tendríamos hasta aburrir…
Por supuesto y claro que no hay que resultar clasista, pero también me repele esta idea de que una persona, por el mero hecho de resultar maja y de comunicar bien, vaya a terminar teniendo más público enfrente que otro alguien que realmente ha dedicado su vida a una disciplina, a la que sea, y que tenga verdaderamente un conocimiento mucho más profundo sobre ella. No sé, es un poco como que vivimos en el imperio de la imagen y de la comunicación, me parece a mí. En mi caso, es que yo mismo por ejemplo creo contenido sobre filosofía en Instagram. Y te hablo de que tengo un 6 de media en la carrera, y de que el primer curso creo que solo fui 4 días a clase. Obviamente es que me siento como un farsante, porque tengo la sensación de que no sé ni una mierda y de que estoy engañando a todo el mundo… Pero para resumir, para mí todo esto es el equivalente a que te duela algo y te vayas a buscarlo en Google antes de ir al médico. ¿Que hay médicos que son imbéciles? Claro que los hay, pero es que Google es una trampa.
Precisamente sobre este tema relacionado con las profesiones y con el mundo laboral, también me resulta particularmente muy interesante esa equiparación que hacemos entre nosotros mismos y el trabajo que desempeñamos. A la pregunta de “qué eres”, estoy seguro de que la amplia mayoría respondería hoy diciendo el trabajo que ocupa, creo que contribuyendo así al peligroso ejercicio de asimilar nuestro “yo” y nuestra identidad y lo que realmente somos, con el papel que estemos ocupado, en un determinado momento, en el mundo laboral o como estudiantes.
Hombre, es que el trabajo es una fuerza de identidad muy sólida, eso está claro. Y estar en paro es una situación horrible en la que, por lo general, te resulta muy difícil disfrutar del tiempo libre sin sentirte culpable. Por lo menos en mi caso. Pero bueno, creo que está bien identificar eso y dejar de darle valor e importancia.
¿Crees que esta reafirmación del “yo” a través del trabajo, y de los estudios, sería acaso una razón más que justificaría precisamente ese intento que trata en un determinado momento de hacer Fran por querer atrincherarse, por querer proyectarse a sí mismo, como miembro de esa cuestionable ONG?
Bueno, uno siempre está buscando formar parte de algo, y el trabajo y los compañeros de trabajo son y pueden formar también un grupo de identidad; como también puede serlo el estilo de música que escuchas, las fiestas a las que vas o los sitios por donde sales. Sobre esto sí que se ve en el libro que hay un ejercicio de proyección de Fran en esta dirección, a través de esta ONG, desde el que él trata de aspirar a verse como algo diferente a lo que realmente es.
Completando a las preguntas anteriores, ¿dirías entonces que nos proyectamos en exceso a través del trabajo, y que en consecuencia esto termina minando y diluyendo nuestra propia identidad?
Bueno es que pienso que de una manera instintiva buscamos formar parte de un grupo; y el grupo en el que más tiempo pasamos es en el relacionado con el trabajo, entonces creo que es algo natural que eso también pase. También te digo que es un coñazo, porque odio quedar con alguien y que se pase el día hablando de su curro y contando cosas que pasan allí… sabes a qué me refiero seguro (risas).
Y dentro de este mismo modelo de sociedad del que venimos tratando, y que es el que se ve reflejado en este tu relato, ¿qué papel es el que dirías que ha pasado a jugar la familia? Porque desde las páginas del libro da la sensación de que ni está, ni se la espera… que ya no ejerce ese papel de apoyo que quizás sí había sabido mantener hasta hace solamente 1 o 2 generaciones.
Aquí también pienso que eso ya es cosa más de cada uno. Yo por ejemplo soy muy desapegado, aunque también es cierto que estos últimos años he tratado de redimirme un poco y de ver un poco más a los míos.
¿Situarías entonces dentro de lo natural ese distanciamiento que muestra Fran hacia con los suyos, más que en un cambio de tendencia sobre la conducta entre las anteriores generaciones, las de sus padres, hacia con sus descendientes, consecuencia de ese “egoísmo” que suele achacárseles a los miembros de la denominada generación “Langosta” o “Tapón”?
Creo que lo que hay son unos cuántos años en los que te desconectas de tu familia, y no me parece mal del todo que eso pase. Tienes que ganar independencia, y al final la familia te influye siempre demasiado… y ese éxodo es, me parece a mí, una buena manera de construirse. No creo por tanto que sea que unos estén demasiado centrados en sí mismos, sino sencillamente la consecuencia del hecho de que unos padres no pueden saber cómo les van a salir los hijos, y hasta que unos y otros no se aceptan, es más difícil llevarse bien.
¿Y para el caso concreto de nuestro protagonista?
En su caso, y para casos como el suyo, también fijaría más ese distanciamiento como consecuencia del tiempo, o más bien de la falta de tiempo. Porque Fran no tiene tiempo, el trabajo le quita mucho, la fiesta le quita mucho… es todo muy acelerado. Y es que para ver a los tuyos también hay que tener ratos libres, y si Fran no ve apenas a su familia no es tanto por un tema emocional, me parece a mí, como que prioriza hacer otras cosas cuando no está currando.
Ligado al tema de esas fiestas, hace también su aparición en el libro el asunto del consumo de drogas, del que te sirves para plantear un interesante ejercicio desde el que llegas a equiparar las duras realidades que se dan tras una raya de coca, con las que existes tras una camiseta de algodón. ¿Un ejercicio de provocación, o de buscar realmente concienciar a tus lectores?
Dios me libre de buscar concienciar a nadie sobre nada (risas), pero tampoco diría ni tan siquiera que se trate de un ejercicio de provocación. Lo que quería decir en ese momento del libro es que todo es un poco parte de lo mismo; que todo entra dentro de un mercado, y los mercados son despiadados. Cada cosa es dañina a su manera.
Aún con todas, parece que mucha gente sigue consumiendo drogas, y otra mucha gente continúa atesorando ropa que no necesita ni que usa —ni usará— en sus armarios. Si coincidimos a la hora de señalar que ambas prácticas sirven para apoyar industrias muy lesivas, tanto para las personas como para el planeta, ¿por qué la gente sigue recreándose en su práctica?
Supongo que es por la distancia. Si uno ve a un niño ahogándose va a ir, sí o sí, a salvarlo. El problema está cuando no ves lo que pasa. Cuando no ves la miseria que produces, directa o indirectamente, en el mundo. Y todo este sistema está lo suficientemente bien diseñado como para que no tengas que verlo nunca. Entonces, simplemente sigues, porque no crees que estés haciendo nada malo.
Como otra de esas razones que estarían contribuyendo a apuntalar estas prácticas, apuntaría, bajo mi punto de vista, a lo relacionado precisamente con lo rápido, con lo “fast”, con, tal y como apuntas entre estas páginas, tratar de buscar que sigan ocurriendo muchas cosas, saliendo de compras o de fiesta, aunque todas ellas terminen siendo y significando la nada.
Sí, y es que la misma velocidad ayuda a que todo se olvide antes. Cuanto más cambie todo, menos tiempo vas a tener para pensar. Y no sé si eso tiene solución. En mi caso sí que antes era un acelerado, pero ahora me lo tomo todo con más calma. Lo que más me gusta a día de hoy es ir a tomar café y marujear toda la tarde.
Y si este modelo que nos presentas de sociedad, con personas hambrientas de dinero, y encantadas de distraerse entre noches de alcohol, drogas y sexo sin sentimientos, es el mismo con el que muchos pueden incluso estar viéndose identificados y entender como el normal, el que comparten con sus amigos y con buena parte de las personas que les rodean, ¿por qué puesto y visto en negro sobre blanco sigue siendo un modelo de sociedad que todos podemos y tendemos a reprochar y a censurar? Y es más, ¿por qué el extrañarnos cuando este mismo modelo, estas mismas conductas, y sus ambiciones, se reproducen a otra escala a medida que esas mimas nuevas generaciones crecen y terminan ocupando nuevos puestos dentro de la sociedad?
Pues a ver, porque uno no va a cambiar el mundo. Al final puedes tener un sentido crítico extraordinario, pero le vas a dar más importancia a tu bienestar. Uno quiere dinero para viajar, comer y comprarse cosas. No hay más. Y eso tampoco me parece tan reprochable; o por lo menos no tanto como cuando era más idealista…
¿Pero y crees que todas estas son realmente unas ambiciones genuinas de los miembros de nuestra sociedad? ¿que la gente realmente aspira a realizarse bañándose en dinero, en fiestas repletas de alcohol y de drogas y en relaciones de una noche?
No, creo que eso es algo muy de la gente más bien joven, y de las pelis. Una buena fiesta siempre se agradece, pero también es guay llegar a ese punto en el que ves que la vida consiste en más cosas, y que pueden ser cosas sencillas o más tranquilas. Al final, y es un clásico decir esto, el equilibrio es lo importante. Hay que saber hacerle un lugar a todo.
Entonces, y mostrándose como se muestran de un modo tan censurable todas esas aspiraciones, ¿de dónde dirías que han surgido, y por qué se han terminado por instaurar entre nosotros estos modelos de conducta y estos estilos de vida? ¿qué los alimenta? o, si realmente no son tan dañinos, ¿qué nos lleva a censurarlos?
No sé si son censurables o deseables, pero la cosa es que estás ahí y que te lo estás pasando bien en ese momento. Son cosas que suceden un poco porque te dejas llevar, y porque tampoco estás realmente en una situación que te resulte tan desagradable; o al menos no en ese momento. También porque es que todo está diseñado para que pensemos lo mínimo en las consecuencias de lo que estamos haciendo, y en general además porque la vida tiene un alto porcentaje de cosas aburridas que tienes que terminar por hacer. Creo que en definitiva son esos dos los factores que terminan alimentando estos modelos de vida rápida, o al menos así ha sido en mi caso.
A este respecto siempre recuerdo especialmente esas palabras de Antonio Gala en una entrevista junto a Jesús Qintero desde las que nos invitaba a tratar de escapar de este “laberinto en que nos han metido”; laberinto que no sería otra cosa más que nuestro actual modelo de vida. Y en libro nos ilustras muy bien las distintas maneras con las que, al igual que sus protagonistas, el conjunto de la sociedad trata de hacer frente a esa realidad, tratando de escapar de ella, o en contra, conformándose a tratar de seguir sobreviviendo en ella. ¿Pero realmente contamos con las herramientas para escapar de estos modelos de vida autoimpuesto?
Creo que cada uno tiene a su alcance su propia salvación personal, o lo que cree que puede ser su propia salvación personal. Siempre está la posibilidad hipotética de irte a tomar por culo al bosque a lo Thoreau y vivir como te dé la gana, pero al final vas a echar de menos el papel higiénico y las Oreo y a tu gente. Salirse de ese modelo de vida que llevas no es fácil, porque actúas por imitación con tu entorno; y también porque hay comodidades, hay facilidades, hay recompensas capitalistas, o hay lo que sea, que hacen que te sientas bien contigo mismo. Y después luego está el tiempo. Porque si tuviese más tiempo, al igual me planteaba este tipo de preguntas… pero es que a día de hoy es que ni me da la olla.
Y para el caso específico ya de nuestro protagonista, ¿qué crees que le va a deparar la vida a Fran tras estas páginas?
A mí me gusta pensar que se calma un poco y que madura algo, que no le vendría mal (risas).
¿Y para en tu caso? ¿Cuáles son las aspiraciones y lo que le reclama en estos momentos a la vida Román Aday, y a qué nuevos proyectos te estás enfocando?
Me reclama un piso más grande, trabajar menos, ganar más, e ir mucho a la playa. Ando también escribiendo un nuevo libro, así que si alguien hace el favor de publicármelo y conseguir que venda millones, que me llame por favor. Sería estupendo.
Román Aday
Lo suficientemente rápido – Editorial Dieciséis, 2022