Agua o sonidos blancos, músicas blancas y galgo crepitar. Feliz Día Mundial de la Poesía.
Blanca Andreu (1959) es la poeta española considerada como el punto de partida de la generación de los ochenta o los postnovísimos. Sus obras destacaron pronto por su torsión del lenguaje y la sintaxis en su primer poemario ‘De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall’, así como por la creación de un imaginario propio repleto de recurrencias.
Actualmente, sus primeras obras están descatalogadas y su poesía ha evolucionado hacia un estilo más claro, profundo y sencillo, como podemos apreciar en su última publicación (y la única disponible a la venta) ‘Los archivos griegos’. Pero es precisamente por esa dificultad para acceder a su obra temprana por lo que desde #VEINDIGITAL queremos recoger algunos de nuestros poemas favoritos de sus primeras publicaciones.
Extraño no decirlo y hablar hidras pensadas
o hacer poesía y cálculo,
extraño no contarte que el cianuro Ciorán viene sobre las diez,
o viene Rilke el poeta
a contarme que sí, que de veras tú pasas a mi sangre
pero de qué nos sirve.
Veneno y sombra extraña, extraño no decirlo, de metales muy fríos
y faltos de latido:
amor, es eso, yo bebo violas rotas,
pienso cosas quebradas,
en verdad yo me bebo la infancia del coñac,
bebo las locas ramas virginales,
bebo mis venas que se adormecen para querer morir,
bebo lo que me resta cuando dejo mi cuello
bajo la luna de guillotina,
bebo la sábana de los sacrificios y bebo el amor que salpica sueño
pero de qué nos sirve.
Amor de los incendios y de la perfección, amor entre la gracia y el crimen,
como medio cristal y media viña blanca,
como vena furtiva de paloma
sangre de ciervo antiguo que perfume
las cerraduras de la muerte
Muerte pájaro príncipe, un pájaro es un ángel inmaduro.
Y así, hablaré de tus manos que se alejan y de las manos de lo hermosísimo ardiendo,
pequeño dios con nariz de ciervo, hermano mío, héroes de alma entrecortada,
niñas de oro hipodérmico que nunca creen morir,
qué aguda la pupila y el filo de los dedos encendiendo la muerte mientras un ángel sobrevuela y pasa de largo
con el pico de plata y de ginebra,
labios de mediodía resuelto en ave sobre tus manos que se alejan y mis manos
y las manos del pequeño ciervo de aire griego salvaje, hermano mío,
y las manos sin venas de los héroes, de las madonas amnésicas.
Mis alas de dolor robadas por tus manos, amor mío, corazón mío pintado de blanco,
mis alas de dolor con botellas agónicas y líquidos que disuelven la vida,
y los labios que te aman en mí y en la convulso,
y la música en trompas delgadísimas, trompetas peraltadas, qué
sobreagudo el do,
la mirada más alta y la más alta queja,
muerte pájaro príncipe volando,
un pájaro es un ángel inmaduro.
Paloma dócial, sillar del claustro de la página y la tormenta, dócil, mira cómo repite el nombre con vocación de estrella espada
y de metal fortísimo luminoso y final,
mira cómo fermenta en las columnas que noviembre ha licuado,
en las palabras como fuentes,
en las palabras limpias como limpias fuentes,
agua o sonidos blancos, músicas blancas y galgo crepitar.
I
Te veo en una profundidad quieta y clara y tus ojos amantes me acompañan de cerca. Bien puedes romper todas mis remilgadas opiniones llenas de chismes, enredos y vicios: entre tú y yo no hay ninguno.
II
Entre tú y yo no hay ningún no.
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