Desde la bohemia al underground, el artista se ha ido apartando paulatinamente de la sociedad, creando una desconexión cada vez más evidente entre persona, público y obra.
The Lady of Shalott, de John William Waterhouse (1888). La pintura está inspirada en el poema homónimo de Lord Tennyson. Según el biógrafo de Tennyson, el poeta encontró en el mito artúrico un escenario válido para el estudio del artista y los peligros del aislamiento personal.
En The Invention of Art: A Cultural History (University of Chicago Press, 2001) el filósofo estadounidense Larry Shiner escribía que «el arte, entendido de manera general, es una invención europea que apenas tiene doscientos años de edad». Aunque la acepción de este término varía según la época o el lugar, la observación de Shiner es cierta; la noción de arte más extendida en nuestra época es una idea moderna. No obstante, fuera de las enrevesadas divagaciones intelectuales que como concepto ha generado, la palabra sigue impregnada de sus significados más antiguos. Ahora bien, la confusión, como siempre ocurre, comienza en el momento en el que se produce esa «gran división» que señala Shiner en su ensayo; la que divide el arte de la artesanía o el arte de la vida.
Aunque esa fractura ya estaba presente en la antigüedad, fue en el siglo XVII cuando la diferenciación entre artista y artesano se hizo patente a través de la popularización del término bellas artes. Mientras que al artista se convirtió en el vehículo de elevadas inspiraciones, el artesano quedó relegado a la inconsciencia del trabajo mecánico. Esta clasificación no es solo elitismo (que también), sino que pone de relieve el hecho de que algunas obras de arte expresan estados de conciencia más elevados. Tampoco tiene porqué denotar oposición, sino más bien un despliegue gradual. En palabras de Shiner: «una jerarquía no es lo mismo que una polaridad».
Isabelle Adjani, Isabelle Huppert y Marie-France Pisier en Les Soeurs Brontë (André Téchiné, 1979). El aislamiento, tanto el forzoso como el voluntario, jugó un papel importante en la vida de las hermanas Brontë.
Como vimos en el artículo «Genio: mitos y realidades de nuestra capacidad mental», durante el Renacimiento, el hombre se puso a sí mismo en el centro del universo y se adjudicó el papel de genio creador. Sobre esta tendencia egocéntrica, el prehistoriador y paleoantropólogo belga Marcel Otte, que acaba de publicar Les Néandertaliens: l’âge d’or de l’Europe (Odile Jacob, 2024), escribe: «La creación artística no es otra cosa que esto: el hombre moderno sustituye la naturaleza por sus propias imágenes sobre las que tiene un poder total». Si bien esta es una definición parcial, acierta en señalar la obsesión del hombre por controlar la realidad, tan presente en la idea de progreso y la consagración de la ciencia como nueva autoridad absoluta durante la Edad Moderna y la Contemporánea.
Christa Päffgen, más conocida como Nico, vivió su vida al estilo bohemio, representando el lado más oscuro y denso -y aun así, inspirado- del underground.
Esta nueva cosmovisión, junto con las transformaciones sociales que trajo la Revolución Industrial, ayudaron a dibujar esa imagen arquetípica que aún hoy prevalece de la personalidad de los artistas, descrita para la posteridad por el poeta francés Paul Verlaine en Les Poètes maudits (1884): la del artista maldito. El estilo de vida de poetas, músicos, pintores y escritores, convertido hoy en día en un cliché, sigue siendo una de sus características principales, y tiene su inicio en lo que los franceses llamaron La bohème, un movimiento social y cultural basado en el rechazo a lo establecido, nacido como reacción a las presiones de la vida urbana del siglo XIX. A los bohemios le seguirían los beatniks, los hippies, la contracultura, el underground y casi todas las subculturas de finales del siglo XX.
Desde entonces, los artistas tienden a juntarse en los márgenes, renegando del resto de la sociedad y refugiándose en entornos hechos a su imagen y semejanza. Sin darse cuenta, se han separado de la vida. Como cantaba Kate Bush en Them Heavy People (The Kick Inside, 1978): «I was hiding in a room in my mind». De esa habitación pueden salir obras maravillosas, pero cuando se pierde la comunicación con los demás puede convertirse en un infierno. Ese estado de aislamiento es comparable al que vivió la escritora y activista norteamericana Helen Keller. Nacida en Alabama en 1880, Helen pasó los primeros años de su vida incomunicada debido a una grave enfermedad que le provocó la pérdida total de visión y audición, hasta que con siete años, sus padres contrataron a Anne Sullivan, una maestra de 20 años parcialmente ciega y formada en la Perkins School for the Blind de Massachusetts.
Poster de la película The Miracle Worker (Arthur Penn, 1962), basada en la historia de Helen Keller y Anne Sullivan.
La salvación de Helen no fue el poder recibir una educación —Sullivan logró enseñarle el lenguaje deletreando palabras en la palma de su mano— sino el estar en comunión con su familia y con su entorno. Y es que la inspiración no es un fenómeno apartado, cuando uno la experimenta puede hacer que esta aflore en los demás, como una llama que prende otra llama. La referencia a la luz y a la visión que hacen palabras como Dios, idea o iluminación no es gratuita. Al igual que Lucifer, todos somos portadores de esa «luz», hasta que la altivez y el apetito desordenado de ser preferido a otros nos convierte en ángeles caídos.
Después de revisar como el lenguaje, junto a la deriva del pensamiento humano, han fabricado y moldeado el concepto que tenemos de arte, ¿cuál es el papel del artista hoy en día, más allá de la técnica, la disciplina y el gremio? Y sobretodo, ¿qué nos aporta la expresión artística además de estatus, placer o entretenimiento? El teólogo cristiano de la Edad Media Hugo de San Víctor decía que: «el trabajo de Dios es crear… el trabajo de la naturaleza es poner en acto… el trabajo del artífice es unificar lo disperso». Por ende, si como dijimos en el anterior artículo la separación es el error primordial, origen de todo dolor mental, el arte es lo que nos ayuda a deshacer ese error, a afrontar ese dolor, excepto cuando nos lleva de nuevo a negar la naturaleza y asumir el papel de Dios.
Portada de Drama in Exile, de Nico. Publicado en 1981, el disco comparte título con la colección de poemas que la poeta Elizabeth Barrett Browning escribió sobre la Caída narrada en el libro del Génesis.
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