Desde la antigüedad, la humanidad se ha relacionado de forma paradójica con el plano mental. Sin embargo, es en esas contradicciones donde podemos encontrar la coherencia que nos falta.
La actriz danesa Anna Karina interpretando a Suzanne Simonin, la joven protagonista de La Religieuse, novela de 1796 escrita por Denis Diderot y llevada al cine en 1966 por Jacques Rivette. Tanto el libro como la película reflejan el lado más oscuro de la institución religiosa y de la circunstancia femenina en el siglo XVIII.
Según un estudio publicado por la revista PNAS, desde 2009 la angustia vital ha crecido en todo el mundo. Si bien desde la pandemia de la covid-19 existe una mayor sensibilización sobre salud mental, visibilizar el problema no es suficiente e incluso puede agravarlo, tal y como apunta Carmen Rodríguez Blázquez, investigadora del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III, en un artículo publicado en El País: «si sensibilizamos frente a los trastornos mentales, pero no aumentamos la cantidad de recursos para afrontar el problema, esa sensibilización puede ser contraproducente porque genera frustración, y eso es lo que está sucediendo». Pero, ¿de qué tipo de recursos estamos hablando? Es evidente que la deficiente atención psicológica que ofrece la sanidad pública, junto a la precariedad económica que sufre buena parte de la población, influyen en el estado mental y emocional de las personas, pero no es solo dinero para terapia lo que necesitamos.
Independientemente del diagnóstico psicológico que tengamos (si es que lo tenemos), es un hecho que la forma en la que gestionamos nuestros pensamientos y emociones condiciona nuestras relaciones personales, así como la habilidad con la que funcionamos a diario. También se manifiesta en nuestra biología y en el medioambiente. Hoy en día, es frecuente la comparación con tiempos pasados, pero lo cierto es que en cada época, el hombre ha tenido que superar retos y dificultades de toda índole. ¿Qué es, entonces, lo que nos diferencia de nuestros predecesores? El filósofo español José Ortega y Gasset decía que si no salvamos nuestra circunstancia, no nos salvamos nosotros. Y es que la vida consiste precisamente en eso, aunque el capitalismo nos haya confundido a todos con su aparente seguridad.
De aquellos polvos, estos lodos
Previamente, ya hablamos del origen de lo que en filosofía se conoce como «el problema mente-cuerpo». También de la fragmentación del pensamiento y cómo esta se refleja en la forma fraccionada con la que percibimos la realidad. Esta visión parcial nos hace mezclar la realidad objetiva con las historias que desde el principio de los tiempos nos hemos estado contando, así como distorsionar significados de forma inconsciente. En definitiva, nos hace confundir el efecto con la causa. Esa confusión es el germen de esa angustia vital de la que hablábamos al principio.
Si observamos la evolución del pensamiento humano en su totalidad, podemos ver de forma muy clara ese desorden en la forma en la que el ser humano ha intentado encontrar respuestas a las grandes preguntas existenciales a través de la filosofía (posteriormente ciencia y psicología) y la religión (o espiritualidad en su forma más esencial). Esos son los grandes pilares que históricamente han sostenido y salvado nuestra circunstancia, porque el sentido que le damos a la vida determina la calidad de nuestra existencia. El conocimiento producido en cada uno de estos campos ha sido, además, lo que ha dado forma al pensamiento colectivo de cada época, condicionando la acción y experiencia de cada individuo y, al mismo tiempo, retroalimentándose de ella.
Por ese motivo, resulta paradójico que hayamos convertido la literatura en la cosa real. Como decía el psicólogo Ken Dychtwald en su ensayo Comentarios a la teoría holográfica, incluido en el libro El paradigma holográfico: una exploración en las fronteras de la ciencia (Ken Wilber, 1982): «[…] en realidad no existen cosas como la biología, la psicología o la física. Son meros constructos diseñados para facilitar el desarrollo y la articulación del conocimiento. Cuando surge conocimiento o información que no encajan en las categorías y esquemas de estos campos, puede tener más sentido desechar los campos que el nuevo conocimiento».
Sister Helen Prejean es conocida por su activismo en contra de la pena de muerte en Estados Unidos. Ella ejemplifica el gran servicio que hacen algunos religiosos a la sociedad. Fotografía de William Widner para The New York Times.
En ese sentido, es práctico recordar que la palabra «religión», entendida como doctrina y organización, empezó a utilizarse en los siglos XVI y XVII a raíz de la Reforma Protestante y la Era de los Descubrimientos, básicamente porque desde la caída del Imperio Romano, el Cristianismo lo era todo en Europa. Lo mismo sucede con el término «ciencia». En su significado más esencial (el conocimiento de los procesos de la naturaleza), ha existido en todas las civilizaciones desde el principio de los tiempos. Pero el concepto tal y como lo entendemos actualmente (conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente) nació hace relativamente poco. Fue el británico William Whewell (1794-1866) quien en el siglo XIX comenzó a emplear el término «científico» para referirse a quienes practicaban lo que hasta entonces se había llamado «filosofía» o «filosofía natural», esto es, el estudio de las leyes de la naturaleza.
Edith Stein -también conocida como Teresa Benedicta de la Cruz- fue una filósofa alemana convertida en monja carmelita, quien profundizó a través de su trabajo en la espiritualidad cristiana. A pesar de su complicada circunstancia (era mujer y de origen judío) siempre fue fiel a su cometido. Murió a los 50 años en el campo de exterminio de Auschwitz.
Dios ha muerto
Podemos decir, entonces, que la cosmovisión occidental nace de la filosofía grecorromana (Antigüedad), crece con el Cristianismo (Edad Media) y madura con la Revolución Científica (Edad Moderna). Si bien la influencia negativa de la religión es ampliamente conocida (represión, censura, fundamentalismo), con demasiada frecuencia nos olvidamos de la esencia espiritual de sus enseñanzas, realidad que supieron ver pensadores como el filósofo y poeta italiano Francesco Petrarca (1304-1374) y que quedó plasmada en tratados como De vita solitaria o De otio religioso, o el norteamericano Ralph Waldo Emerson (1803-1882) y su estudio del pensamiento oriental. Teologías aparte, conectar con esa esencia fue -y sigue siendo- el principal recurso del que disponemos para autogestionar nuestra salud mental.
Por otro lado, gracias a la ciencia hemos disfrutado de una saludable dosis de empirismo y escepticismo, los cuales nos han ayudado a superar lo peor de la religión (superstición, sumisión, sometimiento), aunque también a través de ella nos hemos impuesto un materialismo racionalista tremendamente insano, que nos ha llevado a renegar del plano mental -o espiritual- y de la idea de divinidad como aquello que todo lo contiene. Es lo que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche encapsuló en la frase «Dios ha muerto». Si le negamos un sentido a la vida, a la naturaleza ¿cómo no vamos a sentir angustia? Esa forma de pensar nos ha llevado a un punto insostenible, pues no es lo mismo rechazar el mundo, que rehusar la realidad.
En Encountering America: Humanistic Psychology, Sixties Culture, and the Shaping of the Modern Self (2011, Harper Perennial) Jessica Grogan nos explica de dónde vienen gran parte de los discursos actuales sobre salud y desarrollo personal.
Desde el siglo XIX, la mente se ha estudiado desde la ciencia a través de varias especialidades, siendo la psicología la más influyente a nivel sociocultural. Por su lado, el movimiento hippie intentó en la década de 1960 traer de vuelta una espiritualidad despojada de dogmas, la cual ejerció una gran influencia en la psicología moderna, hasta el punto de que, en la actualidad, comparten ideas y discursos. Más allá de las palabras, al final todo se resume a los principios fundamentales de la espiritualidad universal, esos que nos enseñan a deshacer ese constructo social que confundimos con la realidad. Este es el único propósito viable a nuestra existencia y lo único que va a sanar nuestro dolor.
La actriz Mary Zimbalist junto a Jiddu Krishnamurti. Más allá de su contrato con MGM, Mary fue enfermera, activista y dedicó gran parte de su vida a las enseñanzas del pensador indio, llegando a ser una de sus amistades más cercanas.
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