Mar García Puig: “no hay que demonizar la locura”

21 / 04 / 2023
POR Alicia Medina

Mar García Puig se convirtió en madre y en diputada por En Comú Podem a la vez. También enloqueció. Lo cuenta en ‘La historia de los vertebrados’. En #VEINDIGITAL hablamos con la autora sobre locura, política y maternidad. 

Quedamos con Mar García Puig en el Congreso de los Diputados justo el mismo día en que activistas climáticos tiñen de rojo los leones de la entrada. A estos jóvenes que protestan les mueve el miedo a un futuro incierto y un deseo de cambio. Precisamente, sobre incertidumbre y de una incomodidad frente a la vida que a veces se traduce en locura pero que también te puede impulsar a moverte y a querer mejorar la sociedad en la que vives, hablamos con la autora de ‘La historia de los vertebrados’ (Random House, 2023).

Mar García Puig por © Rita Puig-Serra Costa

El 20 de diciembre de 2015 te convertiste en madre de mellizos y además en diputada, no se me ocurren dos cosas que puedan ser más emocionantes y aterradoras a la vez. Y por si eso no fuera poco, lo cuentas en el libro: ese día también enloqueciste. ¿Nos puedes contar cómo se combinan en el libro, la política, la maternidad y la locura?

Cuando empecé a idear la posibilidad de escribir un libro, había algo que me había marcado mucho, y es que, como has dicho, el mismo día me pasan dos cosas que me van a cambiar la vida y fundamentales, pero que además una pertenece, o se nos ha dicho que pertenece, a lo más íntimo, a lo más doméstico, a lo individual, que es la maternidad. Y la otra cosa es como la más pública que yo había vivido y que seguramente es una de las más públicas que te puede pasar, que es convertirte en política, en un cargo público. Y entonces esa coincidencia y esos primeros meses como diputada y como madre, donde de repente adquiero estas identidades, me hacen darme cuenta de que algo que la gente cree que no tiene nada que ver, está muchísimo más relacionado, que la maternidad tiene una parte colectiva, una parte pública de la que yo no era tan consciente y que, a la vez, la política tiene mucho de afectos, de irracional, de cosas que se vinculan a la maternidad.

En el libro partes de la época victoriana para hablar de la historia de la psiquiatría moderna y también de las mujeres que fueron tratadas de lo que se llamó “locura puerperal”. Y me parece interesante que hayas elegido esa época por la importancia que toma la medicina masculina, pero también por lo que cuenta Silvia Federici sobre cómo el capitalismo hizo un esfuerzo por controlarnos para que fuéramos las reproductoras de la fuerza de trabajo y para que asumiéramos ese trabajo no productivo y, por tanto, no remunerado, que son los cuidados. Y cómo lo hizo, entre otras medidas, difundiendo esa idea del ángel del hogar que tanto quería matar Virginia Woolf, y supongo que todas las mujeres aunque algunas no fueran conscientes por su educación. Así que, te quería preguntar: ¿crees que el capitalismo nos ha enloquecido a las mujeres?

Creo que el capitalismo, sobre todo, lo que ha hecho es dar forma a la identidad del loco, al loco como persona no funcional. En el libro cito a Freud, porque él dice que la salud mental es la capacidad de amar y de trabajar, y efectivamente, el capitalismo, ha hecho dos cosas que se reflejan en esta frase: que la normalidad es tener una familia, una familia tradicional, y en el caso de las mujeres, ser madre, estar casada y ser buena madre y tener un trabajo, y esa es la funcionalidad que se le da a la persona. El capitalismo ha marcado una frontera muy grande entre la cordura y la locura y la ha hecho depender de nuestra capacidad productiva, ya sea esa productividad invisible, pero que ahí está, o en el ámbito laboral y público.

Leyendo tu libro me acordaba mucho de El papel pintado amarillo” (Alpha Decay, 2023), porque Charlotte Perkins habla de su depresión posparto, algo que fue muy importante en el momento en el que lo hizo porque puso sobre la mesa un tema tabú, pero no olvidemos que ella lo hacía desde privilegio, porque podía escribir, podía contar su historia y tenía independencia, de hecho se separó de su marido. Y es interesante porque tú rescatas precisamente a las mujeres anónimas, a las que no tenían voz y no sabían escribir, por lo que no podían contar su historia, y se pasaron la vida en manicomios, atadas y lobotomizadas. ¿Por qué decidiste centrarte en ellas y cómo fue el proceso de rescatarlas?

Me decidí centrar en ellas porque, de repente, me encuentro con que los historiales médicos son obras literarias. En concreto, me encuentro con la foto de esta loca vitoriana que se llama Emma Riches, donde justo abajo pone lo de la “locura puerperal”, y empiezo con su historial, y a raíz de eso comienzo a ver que, efectivamente, hay mujeres absolutamente anónimas, que no solo son apasionantes en lo literario, en lo humano, en iluminar una parte del ser humano sorprendente y escondida muchas veces, sino que además nos dan claves para entender cómo se ha tratado a las mujeres, a la locura, a la maternidad. Y efectivamente me interesan más esos perfiles de mujeres que no pudieron dejar escritos, o sea que lo único que tenemos ya son entrecomillados y los diferentes historiales. Y para reconstruir la vida de Emma Riches, entré en contacto con Bedlam, que es el manicomio por excelencia, sobre todo en la época victoriana. Ahora Bedlam es un museo que se llama Museum of the Mind, donde hay unos archivos descomunales, ahí está en papel amarillento la vida de miles de personas, pero además no solo sus vidas individuales, sino las descripciones de la locura en las diferentes épocas. Y me pongo en contacto con las archiveras, que tienen acceso a archivos de toda Inglaterra, y así es cómo descubro que Emma Riches estuvo en otros manicomios, que cuando yo pensé, «le han dado la alta, qué bien, se curó, no vuelve a entrar en Bedlam», pero no, resulta que se pasó la vida en manicomios. Y al final del libro doy las gracias a la gente que gestiona los archivos psiquiátricos, son brutales y muy importantes, porque la historia de la locura es la historia de la psiquiatría y estos archivos nos pueden iluminar, aunque estén escritos por psiquiatras, esos entrecomillados nos pueden permitir reconstruir la voz de los locos. Así que encontré la información a través de los archivos, algunos digitalizados, otros no, que tuvimos intercambios porque se cruzó la pandemia y no pude viajar allí, y luego, en las librerías de viejo, donde también encontré manuales psiquiátricos y manuales médicos.

También hablas de alguna mujer más conocida, como Silvia Plath, por ejemplo, que aunque ella escribió, su obra, diarios y biografía estuvieron controlados por su exmarido, Ted Hughes y la que fue su cuñada, por lo que podemos decir que su locura también nos la han contado otros, y además atendiendo a unos intereses. Paralelo a tu libro leía ‘Cometa rojo’ (Bamba editorial, 2023), que es una biografía de Sylvia Plath que ha hecho Heather Clark, que es fascinante y aporta otra perspectiva a su vida, y justo tú comentas en el libro que en los últimos años has visto a Plath con otros ojos. ¿Crees que es importante también recuperar a estas mujeres desde el feminismo?

Yo creo que sí, además, a mí Silvia Plath me da mucha rabia porque mucha gente dice: «os gusta porque se suicidó, porque estaba loca». Pero tampoco creo que sea una parte que haya que ocultar. En Anne Sexton, por ejemplo, la locura también está muy presente en su escritura, y en el caso de Silvia Plath, en lo que nos ha llegado en sus diarios, porque efectivamente no nos ha llegado todo, pero eso está ahí, que el miedo a perder la cabeza es algo que la tortura y que lo puedes leer en su poesía también. Y por ejemplo mucha gente puede pensar que hablar de mujeres y locura, y hablar de Anne Sexton y Silvia Plath es una cosa muy obvia, pero me parece que es importante reclamarlo, de la misma forma que yo también quiero hablar de mi idea sobre la maternidad y las malas madres, porque me da la sensación que lo obvio, además, en las mujeres aún se desprestigia más. En Anne Sexton, de hecho, hay mucho de culpa, de tratar la maternidad con toda su incomodidad y ella explica el dolor que le genera no poder ejercer de madre modelo, pero cuando lo hace también le genera dolor.

En tu caso, lo que disparó la ansiedad, que ya tenías pero más o menos controlada, fue el miedo por la muerte de tus hijos y el miedo a tu propia muerte porque había dos vidas que dependían de ti. Pero a mí me gustaría preguntarte por algo que dejas ver en el libro, pero que me parece que profundizas un poco menos, y es cómo ha afectado a esa ansiedad el hecho de ocupar un espacio que tradicionalmente ha sido de hombres. Porque es terrible ver los insultos y el acoso al que os someten, que es algo que no tienen que soportar los hombres, tanto en el Congreso, como en los medios o las redes sociales. Y evidentemente es aleccionador, porque nos dice al resto de mujeres que nos puede pasar lo mismo si pretendemos salirnos de nuestro lugar. Y está claro que vosotras también mandáis un mensaje al seguir ahí: que no os van a echar con miedo. Y eso es importante para todas las mujeres, pero debe tener un coste para vuestra salud mental, ¿no es así?

Mira, una de las cosas que para mí era muy importante en el libro, y por eso hago un esfuerzo de no citar ningún partido, ni ninguna figura pública, es que yo creo que esta experiencia es muy transversal, y de hecho hoy mismo una diputada de Esquerra me ha dicho, «me gustaría que vinieras a mi pueblo y presentarte yo, porque creo que es una forma de decir que esto que cuentas nos pasa a todas», y he recibido mensajes de mujeres de otros partidos, también. Y lo hemos visto ahora, mujeres abandonando la política, saliendo y diciendo claramente: «mi salud mental no me permite seguir aquí». Y también de países diferentes, incluso aquí en España, de espectros muy diferentes. Y es verdad que yo tenía una posibilidad muy clara, que era dejarlo o pedir el voto telemático, y estar un tiempo sin venir, pero había ese, «no me vais a echar». Y también  es algo que conversamos muchas veces, hasta qué punto tienes que ser una heroína, hasta qué punto, y no es tanto en mi caso, hay gente muchísimo más expuesta, pero hasta qué punto también tienes que dejar que todo el peso del feminismo, y de lo que nos ha costado llegar aquí, recaiga sobre tus hombros, tienes derecho a decir, «llego hasta aquí». Y vas navegando entre estas dos cosas.

Esto me lleva a otra pregunta, porque justo lo del voto telemático cuentas en el libro que no es fácil que te lo den, y que la conciliación parece que brilla bastante por su ausencia, y me daba la sensación de que no te ves con derecho a quejarte, tal vez porque haces un trabajo que tiene mucho de vocación o porque estás representando a mujeres que no podemos estar ahí y piensas que tienes que luchar por nosotras. Pero al mismo tiempo, ¿no crees que la conciliación o la igualdad —porque no parece que en el Congreso haya igualdad, y no solo de género, que hay más hombres que mujeres, también en cuanto a representación de personas trans, de gente obrera o racializada debería estar el Congreso? ¿No tendría que ser un espejo en el que mirarnos como sociedad? 

Claro, para mí el Congreso tiene una capacidad de crear imaginarios muy potentes, de cómo tiene que ser una persona pública exitosa. Y las mujeres, muchas veces aquí nos llaman histéricas o nos dicen que no nos pongamos nerviosas, y esto es algo que está en el imaginario, que una mujer exitosa tiene que ser una mujer templada. Y entonces, ¿cómo vamos a legislar sobre la conciliación desde un espacio donde no existe la conciliación? Y eso se da en todo y efectivamente el Congreso sigue siendo un espacio absolutamente cerrado, se han conseguido cotas importantes de paridad, pero de qué mujeres y de qué hombres. Las personas trans están ausentes, las personas racializadas están absolutamente ausentes, una madre sola, una madre inmigrante, es imposible que esté, a no ser que tenga una red impresionante, pero si acabas de llegar de otro país no sueles tenerla. Entonces, el Congreso sigue pensado para señores de determinada manera y de un determinado origen social, y eso no ha cambiado, y el otro tipo de personas que ha conseguido entrar se tiene que adaptar.

En el libro comentas que en el siglo XIX había mucha preocupación por la salud mental y eso está volviendo ahora, y que a lo mejor es porque vivimos también en una época muy convulsa. También llena de incertidumbre, si tendremos trabajo, pensiones, sanidad pública, si habrá un futuro o si habrá planeta, precisamente hoy hemos visto que jóvenes activistas se quejaban por ello. Y justo cuentas que en terapia te recomiendan que abraces la incertidumbre. ¿Es eso posible?

Hablo bastante en el libro de la terapia, porque creo que la terapia que hago con mi psicólogo, o sea, hablo de esa terapia en concreto, creo que tiene una parte filosófica de entender la vida y de aceptar la vida contra la que yo siempre me he revelado. Y eso tiene cosas buenas, porque si yo me he revelado tanto contra la vida, pues eso me ha hecho convertirme en activista y feminista, meterme en líos, aquí en el Congreso y escribir un libro. Por eso, también hay una parte en la que hay que reivindicar esta ansiedad, esta incomodidad frente a la vida, porque no todo es malo. Tampoco es que nada justifique el sufrimiento. Ojalá no tuviera que pasar por esto, pero lo puedo intelectualizar, quizá, y entender que hay momentos que la rendición es bonita y el abrazar esta incertidumbre y el dejarse llevar, pero es cierto que la teoría suena muy bien y luego hay unos impulsos ahí, y al final eso es la locura, que es una parte que no puedes controlar y donde las órdenes que tú das no siempre están atendidas. Entonces, yo creo que es un proceso vital y que se alarga durante toda la vida y que hay momentos en que lo consigues más, otros menos, y yo sigo con ello. Tampoco hay que demonizar la locura. Porque en esta época de la psiquiatría y de la hipermedicalización, que yo tampoco estoy en contra de la psiquiatría pero que todo es muy médico y muy psiquiátrico, se ha perdido esta parte, no solo creativa en el sentido de escribir un libro, sino creativa de tener una posición en la vida donde esa incomodidad te lleve a hacer cosas y te mueva. 

Quería terminar con una frase que dices en el libro: «El arte puede dotar a nuestro dolor de una energía transformadora». ¿Crees que tu libro puede generar ese cambio?

Yo creo que, en general, hablar de esto puede hacer cambiar las cosas, sobre todo porque a mí me preguntaban qué es la locura y yo no lo sé, pero lo que sí que sé que es, seguro, es una experiencia. Y a mí leer y encontrarme con experiencias, y ahora con el libro hay gente que me escribe con lo que le ha pasado, y a mí encontrar estas experiencias de verdad me trae consuelo, y también a cambiar mi propia imagen del mundo y de la locura. Entonces, que la locura se convierta en un tema del que se habla, del que se debate, sobre el que leas y te emociones, te enfades también, porque hay libros sobre la locura muy diversos, y hay algunos que leeremos, nos enfadaremos más o menos, pero que sea un tema sobre el que no cuelgue un estigma, sí que me parece importante.