«Para poder usar su voz, Hildegarda recalcó que estaba vacía, que era débil, que no era nadie»

16 / 11 / 2021
POR Marisa Fatás

Hablamos con Anne Lise-Marstrand Jorgensen sobre ‘Hildegarda’, novela histórica sobre la vida de la mística y visionaria medieval y su relación con la Luz Viviente.

“Luz” es la primera palabra que pronuncia desde la cuna la santa alemana en ‘Hildegarda’, (Lumen, 2021). Una novela por momentos mágica, otros realista, atravesada por la oscuridad tenebrosa que impregnaba muchas mentes medievales. La niña, enfermiza y débil, desde edad temprana tiene un comportamiento extraño a ojos de los demás: hace gestos en el vacío, puede ver cosas que nadie más puede ver, afirma que los animales le hablan, la Luz Viviente se dirige a ella, conoce las jerarquías que ordenan el universo, predice muertes… Una idea flota en su pensamiento: el Mal. Una emoción domina: el miedo. Las sospechas le rodean. ¿Su problema viene del cielo o del infierno? ¿Es verdaderamente la voz de Dios la que le susurra? ¿Está poseída? En la creencia de que una vida aislada y devota sería su única salvación, sus padres la enclaustran en el monasterio masculino de Disibodenberg. Desde muy joven, y gracias a una generosa dote, dispone de su propia celda.

Como monja benedictina, Hildegarda de Bingen (1098-1179) dedicó su vida al estudio, a la composición musical y a la escritura. Se mantuvo en el celibato, aunque a través de sus escritos detallados se puede apreciar un conocimiento de los arcanos femeninos -fue la primera persona en describir el orgasmo- y la sensualidad del cuerpo. En una de sus visiones se le apareció la Iglesia en forma de mujer. Lo interpretó como voluntad de Dios, así que decidió crear cuando pudiera una orden de vírgenes religiosas vestidas con túnicas blancas y coronas en el pelo. Eran las novias de Cristo. Se dirigía a Dios con un lenguaje erótico, reclamando la feminidad de lo divino

Aniquilaba su yo para servir como vasija receptora y transmisora de la Luz Viviente. Solo así la palabra de la alemana era posible en el marco de la lógica medieval, época en la que el discurso  y la escritura estaban reservados a los hombres. Con 38 años, la Voz y la Luz se le reaparecen: «Tú, frágil ser, polvo y cenizas perecederas: escribe y difunde lo que ves y oyes. Escríbelo no según tu propia voluntad o la de otras personas, sino según Su voluntad. Él, que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo controla», leemos en la novela. Comienza entonces a dictar sus revelaciones, transcritas en pergaminos que oculta en el monasterio. Cuando los comparte, el abad escandalizado, teme que la acusen de herejía.

Sin embargo, su maestría en teología es superior a la de cualquier hombre versado. ¿Puede una mujer por sí sola desarrollar un pensamiento tan elaborado? Definitivamente debe ser la palabra de Dios, debe ser Él quien le habla, concluyen en la Iglesia, y, por tanto, debe salir al mundo y explicar lo que ve y lo que oye. En ese momento de su vida termina la novela ‘Hildegarda’ de Anne Lise-Marstrand Jorgensen. Hasta los 50 años no publicó la visionaria su primer libro -de un total de doce-, ‘Liber Scivias’, en el que recogía su visión cosmogónica. A este le siguen, entre otros, ‘Physica’, donde realiza una descripción del mundo natural -vegetal, animal y mineral- y ‘Causa et curae’, una compilación de sus conocimientos sobre la menstruación y síntomas como la amenorrea, con consejos sobre alimentación que pudieran disminuir el exceso de sangrado.

Hildegarda de Bingen fue una de las primeras iluminadas que trató la literatura del yo, introduciendo la subjetividad y la experiencia interior en sus textos. Surge con ella un nuevo rol para las mujeres que, en cualquier caso, deben sumergir su propia voz para ser receptoras y vehículo de la de Dios. Hablamos de ello con la autora danesa Anne Lise-Marstrand Jorgensen.

Anne Lise-Marstrand Jorgensen

¿Cómo fue adentrarse en la mentalidad de una mística y visionaria del siglo XII?

Sabía desde el principio que iba a ser bastante difícil porque no conocía nada de ella, y era todo un mundo muy extraño para mí, tanto en el aspecto histórico como en el aspecto espiritual. Pero he disfrutado mucho el proceso porque me ha dado la posibilidad de crear una ilusión, de borrar las distancias entre ella y yo. Durante la escritura he convivido con Hildegarda y he podido ver el mundo a través de sus ojos. 

Y, por supuesto, mi herramienta es el idioma, el lenguaje. Hacer un seguimiento de una visionaria a través del lenguaje ha facilitado las cosas porque ella escribió muchos textos, lo que me ha permitido escudriñar su manera de escribir, integrarla en mi propio escritura y conocerla mejor.

Con respecto a la relación entre el lenguaje de Hildegarda y el tuyo propio, ¿Ha sido costoso no proyectar maneras contemporáneas?

Decidí al principio que no iba a intentar copiar la forma en la que hablaba y escribía la gente en aquellos tiempos. Tuve que utilizar un lenguaje que fuera transparente, que no fuera típico de nuestros tiempos, pero tampoco de ninguna otra época. Intenté usar algunas de sus palabras, de sus conceptos, e integrarlos en lo que yo escribía. Traté de crear un lenguaje como vehículo para el pensamiento de Hildegarda.

A través de él se genera una atmósfera atravesada por la duda que pende sobre Hildegarda: sus visiones pueden proceder de la voz de Dios, pero también el Demonio puede simular el amor de Dios. ¿Cómo fue fluctuar entre esos dos polos opuestos?

Ese fue un concepto que me resultó muy interesante porque me permitió entender cómo reaccionó su familia ante sus visiones. Si fuera una novela moderna o de nuestros tiempos, con una niña que actuara de forma «rara», podríamos considerar muchas opciones, pero en los tiempos medievales, o bien estabas del lado de Dios, o estabas del lado del Diablo. Por eso quise describirlo de una manera muy realista. No solamente como una idea abstracta y global entre fuerzas reales o falsas. Lo que nos parece cruel hoy es el hecho de que la silenciaran y apartaran a una vida de clausura.

Hildegarda es la primera de una genealogía de mujeres que escribían sobre su experiencia interior, sin embargo, pueden hablar de sí mismas sólo como receptoras de la Palabra de Dios, ¿cómo era la relación de la mujer y la Palabra en aquella época?

Hay una gran diferencia entre cómo se escribía en los tiempos medievales y cómo se escribe. Cuando escribes un texto de tu propia vida en los tiempos medievales tienes que excusarte, recalcar el hecho de que estás hablando sobre lo que Dios te transmite. Y también tienes que subrayar que eres una persona humilde, que no eres nadie. El ego y el individualismo eran algo que no se consideraba en aquel entonces.

Para poder usar su voz, Hildegarda recalcó que estaba vacía, que era débil, que no era nadie. De otra manera, nadie la escucharía. Pero, cuando se levanta y dice “Yo no soy nadie, esto es lo que he escuchado. Esto es lo que yo sé”, la gente de la Iglesia piensa: “Bueno, una mujer no puede hablar así, por lo que tienen que ser las palabras de Dios”.

Y esa misma lógica que exige el silencio a la mujer, se aprecia también en la vida cotidiana de Hildegarda. Por defecto, todo el mundo le dice que se calle, que no haga preguntas, incluso si habla de nimiedades.

Exactamente. No saben de qué va todo esto. No saben qué son esas visiones, no saben si es simplemente un mundo de fantasía, no saben qué está ocurriendo y Jutta y otras personas en el convento representan una manera diferente de entender los hechos del cristinismo a la que tiene Hildegarda. Las creencias son las mismas, son todos bastante conservadores en cuanto a la teología y la Iglesia, pero varía mucho la manera de entender el propósito de los seres humanos en el mundo. De hecho, todos defienden la idea de que solo al olvidar el cuerpo físico puedes unirte a Dios. Sin embargo, Hildegarda creía lo contrario. Ella pensaba que estamos aquí para formar parte del mundo, para disfrutar de la belleza del mundo, de todo lo que ha creado Dios, y que tenemos que participar e interactuar con el mundo espiritual y también de forma práctica, con otras personas. Disfrutar era su manera de rendir homenaje a Dios.

Precisamente por esa manera de entender el mundo y de entender el cuerpo, podría decirse que su escritura surgió del lugar del deseo, incluso también se puede afirmar que introdujo un lenguaje erotizado para hablar de Dios.

Efectivamente, tiene una manera casi erótica de describir la palabra, la mujer, el matrimonio… Ella descubre el mundo a través de los sentidos, de las sensaciones, lo que le lleva a desarrollar un punto de vista de una realidad donde las cosas están muy interconectadas, interrelacionadas. Piensa que el cuerpo está conectado con el espíritu y la mente, que son dos partes de la misma moneda. Si solo haces lo que quiere el espíritu, escribe, el espíritu quiere ver a Dios, quiere tener pensamientos importantes, la mente abstracta; pero si solo sirves a esa parte de lo que eres, pondrás al cuerpo en una jaula como si fuera un pajarito. Por el contrario, si solo sigues lo que necesita el cuerpo, disfrutas y satisfaces a tus sentidos, entonces estarás poniendo la mente en una celda. Hildegarda buscaba el equilibrio.

Hildegarda, aunque fiel a su celibato, no se negaba a los placeres del cuerpo. ¿Cómo fue abordar este aspecto?

Hildegarda era la primera persona que describió el orgasmo femenino y al mismo tiempo ella eligió una vida de celibato. Al principio pensé que era una contradicción y tengo que admitir que la parte del celibato me pareció lo más difícil de entender de su vida, pero bueno, llegué a entenderlo al considerar que si tienes un propósito más importante que tú misma, siempre vas a estar dispuesta a sacrificar algo. La gente hace eso todo el tiempo, decide no tener hijos o decide no pasar tiempo con la familia para poder trabajar. Hildegarda sacrificó su sexualidad, pero sentía el deseo en su cuerpo. Yo quería ser fiel a su figura y no convertirla en algo que no era, como por ejemplo, una especie de monja erótica.

Estuve pensando mucho tiempo en si debía incluirlo en el libro o no y una tarde de otoño que estaba lloviendo y hacía frío, fui a comprar leche y cuando estaba delante del supermercado tuve una gran necesidad de llevar la bicicleta a la playa, aunque no era un día de playa y además tenía que llegar a casa pronto por los niños. Sin embargo, tenía una gran necesidad de ir porque presentía que iba a conocer a alguien. Por aquel entonces yo era madre soltera y pensaba “Ay, a lo mejor voy a conocer al hombre de mis sueños si voy a la playa”. Y al acercarme hasta la arena con mi bici vi a alguien en la distancia que yo no conocía. No era un hombre, sino una mujer. Me acerqué y sorprendentemente era del mundo editorial. Le conté que estaba escribiendo sobre Hildegarda. Y entonces me dijo que ella había escrito una tesis sobre la sexualidad de Hildegarda, así que la entrevisté ahí mismo y me aclaró cómo reflejarlo en el libro.