¿Qué hay de nuevo? La columna semanal de Estel Vilaseca en VEIN
Desde el pasado mes de octubre las calles de Daca, la capital de Bangladesh, uno de los principales países productores de ropa del mundo, se han llenado de trabajadoras y trabajadores del sector textil en huelga qué piden una mejora de sus condiciones salariales. Actualmente el salario mínimo es de 70 euros al mes y el Gobierno, tras las primeras protestas, ha hecho una oferta de subida hasta 106 euros tras cinco años sin hacerlo (12.500 takas). Pero las trabajadoras, trabajadores y sus sindicatos exigen hasta 194 euros al mes (23.000 takas) para poder sostener la subida general de precios y poder, al menos, llegar a fin de mes. Por el momento las protestas se han saldado con tres víctimas mortales.
Major protests erupting in Bangladesh where textile workers are on strike, demand a tripling of their wages (from 70 to 190 € ).
300 factories closed, 50 sacked or burnt down. pic.twitter.com/9j4VznjDvz
— Visegrád 24 (@visegrad24) November 3, 2023
Si tienes el hábito de mirar las etiquetas antes de comprar tus prendas sabrás que muchas de ellas se han fabricado en China o Bangladesh. Que estén producidas en estos países permite pagar mucho menos de lo que costaría hacerlas aquí. “¿Cómo un producto que necesita ser sembrado, cultivado, cosechado, peinado, hilado, tricotado, cortado, cosido, acabado, impreso, etiquetado, embalado y transportado cuesta dos euros?” reflexionaba la experta en tendencias Li Edelkoort en la charla que ofreció para VOICES en 2017. Encima del escenario repasó algunas de las ideas más importantes de su valioso manifestó Anti-fashion Manifesto, publicado en 2015, con el que dio una buena bofetada de realidad a las inercias de un sistema que declaró muerto y que todavía sigue preguntándose si vale la pena resurgir de sus cenizas. “Ahora que muchas prendas se ofrecen a precios mucho más baratos que un sandwich todos sabemos y sentimos que algo está profundamente y devastadoramente mal”, escribía entonces. Aquí seguimos todavía.
Es urgente que tomemos más consciencia, nos informemos y entendamos el poder de nuestras decisiones de compra (las que tengamos este privilegio), así como su impacto. “I don’t want to die for fashion” está escrito en el cartel que alza una trabajadora que protesta estos días a más de 8.000 kilómetros de donde escribo. Quizá una de sus prendas esté cerca. Fashion Revolution, fundado en 2013 por las sabias y veteranas de la moda ética Orsola de Castro y Carry Somers, invita a que nos preguntemos “¿Quién ha hecho nuestra ropa?”, y con ello poner cara a todas esas pequeñas manos, muchos menos glamurosas que las de la industria del lujo pero igual de valiosas, que hacen muchas de las prendas que viste Occidente. Este proyecto de activismo que nació con motivo del derrumbamiento de la fábrica textil del Rana Plaza en la que perdieron la vida 1130 personas y más de 2000 quedaron heridas, algunas de gravedad, realiza una labor seria que trasciende la protesta y la queja: “No creemos que boicotear una marca sea la solución”, declara su fundadora en esta entrevista que os comparto aquí abajo. A cambio, trabajan junto firmas del sector – las que se prestan a ello – para elaborar anualmente su Índice de transparencia de la moda.
En el índice de transparencia hay una gran variedad de empresas; desde las de lujo Gucci (en el top 01 de la transparencia), Armani, Jil Sander, Miu Miu o Prada, las de precio medio Sando, Diesel o Michel Kors, o las de gran consumo como Inditex, Gap, Benetton, Hanes (H&M), Amazon, Lidll o Zalando…más allá de los resultados, es de recibo aplaudir a todos los responsables que se han atrevido a desvelar sus procesos y a compartir sus datos con la voluntad de mejorar. Aunque las colas en Primark y el éxito de Shein sigue creciendo, algo que está obligando a las firmas tradicionales de moda rápida a reposicionarse y a diversificar su oferta con nuevas propuestas y nuevas categorías como la segunda mano, también es cierto que en los últimos diez años la conciencia y la preocupación por no participar en una cadena de valor que abuse de sus trabajadores ha crecido. Si todavía no lo has visto, te recomiendo ver el documental True Cost.
A este contexto de realidades en tensión – mayor sensibilización – crecimiento de la moda ultra-rápida – hay que sumar el nuevo paquete de leyes en las que la Unión Europea está trabajando para regular el sector textil y que se empezarán a aplicarse a partir de 2025 obligando a las marcas a ser mucho más transparentes. Las medidas incluyen la obligatoriedad de un pasaporte digital que ofrezca mucha más información sobre la prenda, así como la obligación de hacerse responsable de los productos a la venta hasta el final de su vida útil. En las últimas corrientes del pensamiento de diseño, tras un diseño centrado en el usuario o en los humanos, actualmente estamos pasando a hablar del diseño centrado en el planeta o, como lo llama Bruce Mau, Life Centred Design, de manera que ponemos en el centro, tanto a todas las personas que han participado en el diseño y elaboración de un producto, como a la biodiversidad del planeta. Y es cuando se trata de proteger a los que tienen todas las de perder, cuando llegan los grandes desafíos.
La moda respetuosa parece una utopía en un momento en el que todavía hay muchas personas luchando por derechos humanos fundamentales. Pero nos va la vida de las generaciones venideras tomárselo en serio. Es cuestión de empezar, como siempre, con pequeños gestos: comprar menos, comprar mejor. Como dice la sabia escritora y periodista Marta D.Riezu, autora de “La moda justa”, un ensayo que nos ofrece una salida digna a la voracidad consumista: “Más que vivirlo como una renuncia, podemos verlo como una liberación”.