Aixa de la Cruz: “Hay más locos pobres que ricos. Hay más mujeres enganchadas a las benzodiacepinas que hombres”.

17 / 01 / 2023
POR Alicia Medina

La salud mental, la precariedad laboral, las adicciones, las dificultades de la maternidad o la violencia machista son algunos de los temas que trata Aixa de la Cruz en su nuevo libro, ‘Las herederas’. En #VEINDIGITAL hablamos con ella.

En ‘Las herederas’ (Alfaguara, 2022), Aixa de la Cruz trata de ofrecer respuestas a estos problemas tan extendidos. Para ello porpone reconectar con nuestros orígenes, con la naturaleza y la sabiduría de nuestras antepasadas para entender que nuestra herencia no es una carga, sino un regalo que puede liberarnos de toda la culpa y la presión que nos impone este sistema violento y medicalizado. En #VEINDIGITAL hablamos con la autora sobre su nuevo libro y las reflexiones que plantea. 

Tus protagonistas heredan la casa de su abuela y algo más: la culpa, los traumas y enfermedades genéticas que también pueden ser mentales. ¿Crees que no podemos librarnos de nuestra herencia familiar?

Creo que no podemos, no, pero he aprendido a entender la herencia como legado, en lugar de como carga. Ser hijas de, nietas de, significa tener la posibilidad de hacer las cosas que no pudieron o no supieron hacer nuestros ancestros, enmendar errores, sanar heridas. Últimamente pienso mucho en mi abuela, que fue la primera escritora de mi familia. La literatura era su gran pasión y le habría encantado dedicarse a ello, pero nació en el 39, se casó a los veinte, tuvo la vida que se esperaba de una mujer en el franquismo, y apenas realizó un poco sus deseos frustrados enseñándome su pasión por la literatura, contagiándomela. Podría sentir que mi vocación no es algo mío, que se me impuso la vocación frustrada de mi abuela, o puedo sentir, como lo hago, que estoy llevando a cabo el proyecto vital que ella no tuvo tiempo de completar. Creo que esta segunda opción es más hermosa, y más reparadora, y también creo que las protagonistas de la novela van, poco a poco, reconciliándose con esta idea de que heredar es recoger el testigo, dar gracias y hacer algo bueno con lo que nos han legado, que siempre es un regalo. 

A pesar de esa posible carga genética o familiar, la novela cuenta que la enfermedad mental tiene mucho que ver con la precariedad laboral, las dobles jornadas en el caso de las mujeres, la violencia machista o la presión que supone la maternidad en un sistema que abandona a las madres. ¿Te parece que se olvidan estas problemáticas cuando se habla de salud mental o de hacer terapia?

Bueno, es que yo no compro el paradigma de la “enfermedad mental” y, si hay que concederle algo a la genética en ese ámbito, será que nos predisponga a reaccionar de una u otra manera ante ciertas dosis de dolor psíquico. Hay gente que ante lo insoportable llora, y gente que se da de golpes contra la pared, por poner un ejemplo. Yo solo creo en eso, en la enorme variabilidad de respuestas ante el trauma, algunas de las cuales están normalizadas, y otras estigmatizadas. Pero el origen siempre es un trauma, o una violencia continuada, algo externo, cuyo origen estará en el sistema familiar o en el capitalista. Hay más “locos” pobres que ricos. Hay más mujeres enganchadas a las benzodiacepinas que hombres. El motivo no es orgánico. 

La familia que nos presentas es fuente de conflictos y de los primeros traumas, pero también un refugio. ¿Puede ser la familia un lugar seguro en el mundo en el que vivimos? 

Puede serlo, claro, si provenimos de una familia donde no nos hayan abusado o traumatizado irremediablemente. Si hemos tenido la suerte de crecer en una familia que no fuera (muy) violenta, contamos con una protección adicional ante las inclemencias del sistema. Una casa a la que volver cuando nos echan del trabajo o nos suben de nuevo los alquileres o necesitamos huir de una pareja que nos maltrata. Pero no es algo que se pueda dar por hecho. 

Igualmente, la vuelta al pueblo, a una vida más sencilla, lejos del ritmo frenético que nos marca la ciudad parece una vía de escape para las protagonistas. ¿Se está romantizando la vida en los pueblos o realmente todas deberíamos vivir, al menos una temporada, apartadas de todo?

En el caso de las protagonistas, encuentran salida a muchos de sus problemas en el pueblo no tanto por el pueblo en sí, sino porque este les ofrece una casa por la que no tienen que pagar un alquiler. En este sentido, antes que apuntar a la re-colonización del medio rural como salvación de las violencias capitalistas, deberíamos atajar dichas violencias que se ceban con la vida en el medio urbano. Pero en mi caso, mi experiencia de dos años viviendo en una aldea del norte de Burgos sí que me confrontó con esta paradoja de la romantización porque, por un lado, sentí que conectaba con algo desconocido para mí hasta entonces, con una vida que siente el cambio de las estaciones a través de los colores del paisaje y no de las diferentes colecciones de ropa en los escaparates, y aquello me hizo muy feliz y me politizó también de una forma que me parece crucial para el momento histórico que vivimos, con la emergencia climática y demás. Pero al mismo tiempo, la vida puede ser muy dura en estas poblaciones abandonadas, porque faltan servicios, falta lo más básico y, por tanto, me esforcé en que la novela no cayera en una romantización facilona de los encantos de fundirse con la tierra, porque esto blanquea las políticas de abandono del medio rural. 

Es muy interesante cómo Lis, que vivió una crisis psicótica y se encuentran medicalizada, mide sus palabras y sus acciones porque sabe que siempre se encuentra bajo sospecha. ¿Piensas que, incluso con la concienciación sobre salud mental que existe hoy en día, se sigue juzgando a las personas con problemas de salud mental, considerando que son menos fiables o menos capaces?

Sin duda. Esa supuesta concienciación sobre salud mental creo que solo atañe a cuadros como la depresión o la ansiedad. Las personas que cargan con otro tipo de diagnósticos tienen miedo de que lo sepan en sus trabajos y hasta de ir a urgencias por un resfriado porque saben que si salta la medicación psiquiátrica que están tomando en los ordenadores con su ficha, tienen muchas papeletas de no recibir un trato digno. 

En la novela haces mención a dos tipos de drogas. Por una parte están las legales y las ilegales que sirven para que seamos más productivas y aguantemos más. Y por otra parte, habría un tipo de drogas más “naturales”, que provienen directamente de plantas, más relacionadas con una sabiduría ancestral y que podrían servir para abrir nuestra mente. ¿Crees que las drogas, bien utilizadas, pueden ayudarnos? 

Hay estudios importantes sobre los usos terapéuticos de las drogas alucinógenas, cómo ayudan a pacientes con cáncer a perderle el miedo a la muerte, cómo pueden aliviar los síntomas de la depresión en dosis muy bajas, con efectos secundarios infinitamente menores a los de los psicofármacos legales. Al mismo tiempo, creo que, en medios controlados, y si son ritualísticos aún mejor, nos regalan experiencias increíbles de lo sagrado, son tecnologías de acceso a la vivencia mística, y dichas vivencias me parecen un regalo que no se le debería prohibir a nadie. 

En ‘Cambiar de idea’ (Caballo de Troya, 2019) ya contaste que el feminismo te hizo revisarte a ti misma y pensar en tu trato a otras mujeres. Y con este libro, nos das un toque de atención a todas y nos animas a ir más allá y reflexionar si a veces imponemos a otras mujeres, en este caso a aquellas que han sufrido violencia sexual, nuestras ideas. Parece que solo hay un camino para la víctima: denunciar, abortar, hacer lo correcto. ¿Nos hemos olvidado de escucharnos las unas a las otras y apoyarnos?

Pues espero que no sea así, que no se nos haya olvidado que, por encima de la teoría, lo importante es la escucha, escuchar con todo el cuerpo la experiencia del otro, y validarla, en los términos que el otro elija. Pero se están dando ciertos debates últimamente que me hacen pensar que sí hay personas dentro del feminismo, personas con poder, que prefieren amputar el pie que no encaja en su zapato teórico antes que cambiar de zapato. 

Toda historia tiene tantos puntos de vista como personas la viven, y eso es algo que tú demuestras muy bien en el libro, al contar el mismo episodio desde la distintas perspectivas de sus protagonistas. ¿Por qué decidiste hacerlo así? 

Para mí era una cuestión clave para ser justa con el personaje de Lis, que es la que lleva el estigma de “loca”. Quería demostrar que la locura es una percepción que desde fuera se tiene del sujeto, y que se fortalece porque al sujeto se le priva de argumentar su punto de vista. Si estás loca, todo lo que digas será fruto de tu locura, así que, para qué preguntar. Sucede a menudo en la novela que la hermana y las primas de Lis nos retratan a Lis desde fuera y concordamos con ellas en que lo que hace Lis no es normal, pero entonces, gracias a esta estructura de monólogos interiores, escuchamos la versión de Lis, y comprendemos que si alguien le hubiera preguntado por qué hacía lo que hacía en lugar de asumir que lo que hacía era un síntoma, todo se hubiera explicado.  

En la novela hay toques fantásticos e, incluso, inquietantes. ¿En qué género la incluirías? 

Me gusta decir que es una novela de fantasmas que funciona al revés de “Otra vuelta de tuerca”. En la novela de Henry James, al principio parece que la casa está habitada por elementos paranormales, pero al final descubrimos que no, que lo que pasaba es que la protagonista estaba loca, y en “Las herederas” es lo contrario: al principio parece que están todas locas, pero al final resulta que no era eso, que lo que pasaba es que había fuerzas ocultas. 

Para terminar, ¿nos puedes recomendar a tres autoras que te inspiren? 

Para la escritura de esta novela me han resultado fundamentales mis lecturas de la obra de Mónica Ojeda, Fernanda Melchor y Layla Martínez. 

Descubre más sobre ‘Las herederas’ (Alfaguara, 2022) en esta Guía de Lectura que han preparado en Penguin.